Cuenta la leyenda que Campanella vio en YouTube sus videos de mina dejada, en bata, flores de Bach mediante, y la llamó para El hombre de tu vida, en donde ella coló unos cuantos hilos de acidez en la piel de una maestra ploma. Aquel novio que involuntariamente la transformó en La Loca de Mierda tildándola cuando ella le moqueaba por teléfono, justamente, de loca de mierda, ya fue. Hace rato, igual que la depresión. Aunque por momentos Malena piense que solo se trata de un capricho burgués cuando la suma de obligaciones y ocio da ocio.
Además de haber participado en la segunda temporada del ciclo del cineasta, como guionista y figura que siguió rompiéndole el corazón a Francella, el año pasado se la pudo ver en el debut de El donante, también en la noche de Telefé. Y acompañó a Gillespi dos veces por semana en la Rock & Pop. El horario de la primera mañana le pareció casi una maldad, pero lo aguantó estoica porque trabajar con el trompetista es un placer, dice: “Imposible pasarla mal”. Y se afianzó –¿algo más?– en el Velma Café con Campa-Pichot, en donde su métier es la bajada de línea. Eso es, cuenta orgullosa, lo que mejor le sale con el humor. Allí les pega a las mujeres pero también a los hombres. En rigor, posa su mirada cítrica –¿cínica?– sobre las relaciones, que para ella pocas veces gozan de buena salud.
Malena Pichot, esa cheta que siempre habló desde las coordenadas de cheta, charló con NU. Dice que nunca supo lo que iba a hacer de su vida cuando a los 18 se anotó en Letras, y que la gente no tiene proyectos: la gente es hoy. Como ella, que es una feminista en la tele, un bicho raro. Y dice, también, que no se fue de vacaciones “por perseguida”. Que las influencias no se deciden. Malena siente que quiere llegar a la Luna.
–¿Cómo vivís todas las cosas que te están pasando?
–Es un poco raro cómo se dieron. Parece una frase estúpida pero la verdad es que lo vivo día a día. Me da un poco de impresión ver cómo te puede cambiar la vida hacer, finalmente, lo que querés.
–¿Qué sentís ante la repercusión que tuvo “Cualca”, el segmento de Duro de domar?
–Me da mucha satisfacción. Creo que funcionó a nivel contenido, pero además fue de mucha calidad estética. No es “ponete una peluca y hacé chistes”. Para hacer cada capítulo estuvimos ocho horas. El equipo, que son actores del under, funcionó muy bien, y en el intercambio nos enriquecimos. La verdad es que nadie se enfureció hasta ahora. Fueron todos elogios.
–¿Cuál es tu límite?
–Es el que tengo con mis amigos, hablando barbaridades y tomando birra. La muerte cercana es mi único límite. Si alguien murió ayer, hoy no voy a hacer humor con eso, pero mañana sí.
–¿Y cómo manejás las restricciones que todo medio impone? Porque dedicarte al humor no es estar entre amigos.
–En realidad, el límite siempre es externo. Pero, ¿qué pasa? Si no transás, no podés hacer nada. No te podés dejar llevar por pelotudeces. Como todo es machismo, no podría laburar. En Duro de domar, por ejemplo, me siento muy cómoda.
–¿Creés que a veces te pasás un poquito?
–No, al contrario. Me parece que cada vez menos.
Cuando Paula Kohan, la actriz que interpretó a una lesbiana en El elegido, se quedó con el Martín Fierro a la Revelación 2012, Malena mostró una sonrisa falsa ante la siempre oportuna cámara cazalosers. Labios rojos y traje de Evangelina Bomparola. Quizá sea para otra ocasión el muñeco raro, “el Star Wars inconseguible”, y el discurso bardero pero edulcorado. Eso sí: nada de un saludo a mi mamá que me apoyó siempre. Esa noche en que perdió, Male-
na no paró de tuitear.
–¿Tenés miedo de dejar de ser graciosa?
–Sí, es un miedo que está siempre, que un día no te salgan más las cosas. Ponele: cuando me di cuenta de que con La Loca de Mierda no tenía más para decir, se terminó.
–¿El humor sirve, como muchos dicen, para desdramatizar?
–Sí, totalmente. Si en el día me peleé con alguien y a la noche pude hacer un chiste sobre eso, ya está. Una amiga vivió una situación de violencia obstétrica con su parto y en “Cualca” tomamos eso para hacer humor. Cuando vio el sketch en donde se ridiculizaba al médico, sintió que la tragedia personal había aflojado. A mí el humor me sirve para vengarme de las injusticias.
Pichot hace poner colorados a los hombres, los pocos que se animan a acompañar a sus novias y se terminan atragantando con la menta del mojito al pensar, después de un monólogo que roza la antimisoginia, que hacerse el progre un sábado a la noche no es negocio: la atmósfera de la charla posterior en casa, la charla en serio, se va a hacer cada vez más envolvente y pesada. Malena también hace que los hombres vayan al teatro, solitos, y se cansen de subtitular lo que es claro pero fuerte como el vodka: la anécdota de la flatulencia masculina hecha cotidianidad, la casi obligada fellatio en una relación y, ¡oh!, la evaluación masculina, a lo jurado del Bailando, de la performance en cuestión. Entonces, los flacos piensan en voz alta, con algo de pudor: “¡Es verdad!”.
Malena dice lo que las mujeres con cabeza, que ante el mundo somos bichos raros, como tipos sin pene, queremos gritar. Y gritamos. Que los publicistas al servicio de la industria rosa Barbie nos forrean hace décadas, que no siempre nos gusta que los hombres nos traten como un cacho de carne y que las revistas nos subestiman dándonos consejos Utilísima de cómo sacarle más y mejor leche a los pitos de turno. Una mercadotecnia de la cama.
Malena Pichot es el colmo de la irreverencia. Políticamente incorrecta como un grano en el medio de la frente de una top model. Y sí, también, escatológicamente divertida. Malena puede afirmar que no es anoréxica pero que anda con ganas de serlo, que tiene una relación histérica con la depresión, porque tal vínculo asume ribetes de enfermedad, pero a veces también se viste de una inconformidad, de nuevo, tan burguesa, tan burguesa… Puede hablar de violencia de género cagándose de risa de la violencia de género. Y, aunque sea una cheta sin retorno, es querida en los suburbios.
–Mucha gente que se dedica al humor en teatro afirma que es impagable el cara a cara con el público, pero que a veces se le hace cuesta arriba el costado rutinario que conlleva.
–El que dice eso es un hijo de puta. Además, muchas veces lo que es gracioso en la vida real, en el teatro no lo es. Con la gente te conectás, te das cuenta qué cosas funcionan. Obviamente que cada vez que tengo que salir de mi casa para ir al teatro me da mucha paja, pero cuando estoy ahí, es un goce total. El teatro ni en pedo es un trabajo.
–¿Cómo reaccionás ante el reconocimiento en la calle?
–Yo me doy cuenta quién sabe lo que hago y quién no. Y me da bronca que me pidan fotos o autógrafos minas que después me preguntan cómo me llamo. Lo mismo me pasa con una mamá que me pide una foto con su nene de seis años. A ver: no soy Flavia Palmiero. Y no tengo problema en decírselo en la cara.
–¿Y cómo te parás frente a la política?
–Me cuesta ponerme la camiseta. Esa cosa que tiene acá la política, partidaria, tan futbolera y pasional, me genera desconfianza. No hay un partido al que le pueda dar bola, y eso que vengo de donde hay mucho militante, de Puan (NdR: al 400 de esa calle se encuentra la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA). Prefiero ver la política desde la conciencia de género, trabajando sobre la violencia.
–¿Y qué pensás de la agenda, en ese sentido?
–Te puedo decir, por ejemplo, que Macri me da asco y que ciertas decisiones del Gobierno nacional están buenas: la Asignación Universal por Hijo, el Matrimonio Igualitario, la Ley de Identidad de Género. Pero soy pesimista respecto al tema del aborto.
–¿Por qué?
–Porque el hombre sigue teniendo mucho poder, tanto, que se puede transformar en mujer pero la mujer no puede decidir sobre su cuerpo. Y las feministas a veces no ayudan mucho. El feminismo está mal marketinado, como la izquierda. Se suele perder en muchas especificidades, en pajas intelectuales. A veces, algunas feministas no le hablan al pueblo.