Que el nuevo Papa sea argentino no es un tema menor para el mundo. Nunca un sacerdote de esta parte del globo pudo acceder al sitial máximo que tiene la Iglesia Católica. Algo ha cambiado en la cúpula, en la cabeza de este gigante religioso, para que se sucedan dos hechos en pocos días que no tienen antecedentes, o en el caso de la renuncia de Benedicto XVI lo tienen pero absolutamente lejanos, algo así como 600 años.
La historia reciente dice que en el cónclave anterior de cardenales, el que eligiera justamente a Benedicto XVI, el argentino Jorge Bergoglio finalizó segundo en la votación que terminó con el humo blanco emanando de la Capilla Sixtina. Fue una señal no advertida por los especialistas entendidos en cuestiones de Palacio en el Vaticano. Tampoco quizá se le asignó la correspondiente importancia a la última audiencia que brindó Joseph Ratzinger, justamente, al mismísimo cardenal al que había derrotado en la votación anterior. Viejos conocidos y confiables en la estrategia.
Que el Papa sea de habla hispana desde su lengua original tampoco podría ser considerado una sorpresa, ya que por esta parte del mundo es donde se afincan la cantidad de católicos más importante del planeta. “El reservorio” del catolicismo, profetizan los eruditos. Hasta el presidente de la principal potencia mundial, Barack Obama, se alegró de que el nuevo pontífice perteneciera a esta parte del mundo, más allá de que Nueva York tenía en su arzobispo a uno de los papables más firmes. Es un hecho demasiado importante para la región, del que nadie quiso quedar ajeno, tampoco el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, quien sugirió irónicamente que su “querido Comandante” Hugo Chávez algo habría influido desde el cielo para que la taba cayera de este lado del mundo.
Tampoco es casual que por primera vez el elegido sea un jesuita. La Orden de San Ignacio de Loyola nunca había accedido a esta recompensa, aunque siempre contara con candidatos potenciales para hacerlo. Pero ni siquiera eran puestos en carrera, valga como ejemplo que el único cardenal en el cónclave perteneciente a la Compañía de Jesús era el propio Bergoglio.
Conservador para los progresistas (o seudoprogresistas) y progresista para el clero dominante, Bergoglio –o ya Francisco– nunca fue un administrador inocuo del poder que ostenta la Iglesia. De características absolutamente políticas, llegó a ejercer militancia en el peronismo, la que nunca abandonó desde su práctica. Si bien era fuerte defensor de las cuestiones doctrinarias históricas de la Iglesia, su postura se vinculó siempre a los temas sociales que flagelan la sociedad de la desigualdad en la que le tocó vivir. De características personales inusualmente austeras por elección en su forma de vida personal, lo mismo hacía en el trato con pares y feligreses. Su preocupación permanente por el otro hacía que siempre a uno lo despidiera con el “rece por mí”.
No eligió la postura cómoda de convivir sin conflictos con el poder; es más, lo cuestionó públicamente muchísimas veces, cada vez que denunciaba responsablemente la complicidad del Estado en ciertas políticas de corruptela o destrucción social, como la trata, la represión de las fuerzas de seguridad, el tráfico de chicos y chicas para prostituirse o las condiciones de trabajo esclavo a las que se ven sometidos miles de trabajadores en nuestro país.
Arzobispo de Buenos Aires, bien porteño, se movilizaba en subterráneo o en colectivo para concurrir a los lugares elegidos para su prédica. Hincha desde la cuna de San Lorenzo de Almagro, fue protagonista del festejo de los cien años en el que se le concedió el estatus de socio honorario.
La Pastoral Social (y política) porteña que conduce hace una década Carlos Accaputo tuvo en Bergoglio a su jefe. Hasta allí acudieron en cada convocatoria figuras políticas como Gabriela Michetti, Santiago de Estrada, Alicia Pierini, Juan Manuel Olmos, María Eugenia Vidal, Raúl Fernández, Alejandro Amor, Eduardo Amadeo, Julián Domínguez, Sergio Massa, Victoria Morales Gorleri, Antonio Cafiero y sus hijos, entre muchos asistentes.
Su conflicto interno con los Kirchner llegó a su punto máximo con el tema del matrimonio igualitario, algo que no comparte.También creyó –con acierto– que el hecho de que la Argentina fuera el primer país del mundo en reglamentar ese tema era quizás una maniobra más para perjudicar su carrera hacia el Pontificado, algo que quienes lo conocen aseguran que no lo desvelaba en lo más mínimo a pesar de sus posiciones políticas ante cada conflicto social. El promotor de la campaña en su contra, Horacio Verbitsky, llorará su fracaso. Mientras Bergoglio hoy es un grande mundial por su humildad, el “Perro” morderá el polvo de una derrota anunciada. Equivocó la dimensión del enemigo, algo bastante común en el pasado montonero. Algunos aprendieron, él no.
El mundo tiene un papa argentino, y ya lo bautizaron como el “papa de los pobres”. Es algo para celebrar, ya que habla de lo que somos capaces como sociedad: generar líderes mundiales reconocidos.