La mayoría lo toma como una gran final, pero en realidad serán varios partidos en simultáneo. Una suerte de megaeliminatoria que podría dejar, con matices, a cinco candidatos bien parados. La incógnita es si alguno se posicionará como verdadero favorito.
Las elecciones legislativas de octubre, con parada previa en las internas obligatorias de agosto, plantean a priori una pelea de fondo: Cristina sí, Cristina no. La variable de quiebre es simple: solamente un (hoy) improbable triunfo K en todo el país permitiría soñar con una reforma constitucional que permita avanzar con otra reelección. Caso contrario, se adelantará la batalla por la sucesión. Y, como pocas veces, el escenario está quebrado de tal manera que para el 28 de octubre, el día después de los comicios, ya se puede imaginar a una media decena de “ganadores” tratando de adelantarse para 2015.
El conteo previo, casi un juego, combina distritos, fuerzas y figuras.
Buenos Aires, Frente Renovador, Sergio Massa. La estratégica provincia de Buenos Aires, que arrastra el estigma de no haber dado ningún gobernador presidente elegido por el voto popular, presenta hoy la llave para aquella disputa de fondo. Cualquier idea de eternidad del cristinismo depende exclusivamente de este maltratado distrito, que concentra casi el 40 por ciento del electorado nacional. Quien mejor posicionado está para bloquear la continuidad K es el bonaerense Sergio Massa.
El armado del ex jefe de Gabinete de Cristina traspasa su frontera electoral. Figuras como el industrial De Mendiguren o el gremialista Daer, dentro de la lista, y de los economistas Redrado, Peirano ¿y próximamente Lavagna?, fuera de ella, están pensadas para todo el país. “No sabemos exactamente qué es Massa, pero si estamos acá no es para presentarle ideas legislativas”, confesaba días atrás, previsible, una de estas “figuras”.
La apuesta de Massa es obtener una victoria relativamente holgada sobre el kirchnerismo (hoy las encuestas le dan entre 5 y 12 puntos arriba) y presentarse como un imán para el peronismo pos-K. Un triunfo estrecho dejaría al jefe comunal en una buena posición, pero no la ideal. Una derrota, después de tanta expectativa, lo volvería a las ligas menores.
Ciudad, Pro, Mauricio Macri. El jefe de Gobierno da por descontado un triunfo en su vecindario. Y buscará mostrarse otra vez vencedor y dispuesto, al menos desde el discurso, a esta vez sí ir por todo. ¿Alcanza? El líder del Pro imaginó, en algún momento, una foto bastante más amplia que otra goleada porteña. Pero las apuestas en los restantes grandes distritos se fueron desdibujando. Miguel del Sel, el cómico que peleó en serio la gobernación santafesina en 2011, hoy bajó un peldaño y viene remando –más solo de lo que le gustaría– para alejarse del neokirchnerista Jorge Obeid y acercarse un poco a Hermes Binner.
El cordobés Héctor Baldassi, otro que entusiasmó de arranque, también se fue desinflando. La vieja política le jugó una mala pasada: el delasotismo le robó a una candidata y los Rodríguez Saá le plantaron a un Domingo Cavallo que, aunque desgastado, le quita electorado.
Lo de la provincia de Buenos Aires fue sencillamente malo para el macrismo. El manotazo del jefe de Gobierno diciendo “yo arreglé con Massa” no parece mucho más que eso: un reflejo de quien no pudo construir en diez años una alternativa en la provincia donde se define la pelea del poder en serio. Nadie sensato cree que el intendente de Tigre le regale algún mimo la noche del brindis electoral. Dentro del Pro, donde todavía se escuchan insultos contra los dos armadores bonaerenses del espacio (el ministro de Gobierno, Emilio Monzó, y el jefe comunal de Vicente López, Jorge Macri), se preguntan algo distinto: “¿Quién te garantiza que los peronistas del Pro o los que van en la lista con Massa no lo terminen dejando a Macri?”.
Córdoba, PJ opositor, De la Sota. Como Macri, el gobernador de Córdoba es otro de los que apuesta a ganar sin jugar. No puede achacársele falta de iniciativa política. Fue de los primeros exaliados K que salió a pasear con la ambulancia peronista a buscar heridos con sed de revancha. De arranque logró una foto que encendió una luz: juntó a Moyano con De Narváez y con Lavagna. Coqueteó con el santacruceño Peralta y se ilusionó con atraer a algún otro gobernador, incluido Macri. Pero su traje se deshilachó. Lavagna se corrió, no hubo acuerdo con Macri y el dúo De Narváez-Moyano sufrió el massazo.
Hoy, la principal apuesta de De la Sota es que su delfín y antecesor, Juan Schiaretti, garantice un triunfo en la comarca. No la tiene fácil con el radical Aguad. Pero aun con una victoria clara, le cabe la misma incógnita que a Macri: ¿alcanza un triunfo local para pegar el zarpazo?
Santa Fe, FAP, Binner. Después de haberse convertido de grande en la novedad de la presidencial de 2011, el exgobernador de Santa Fe avisó que repetirá candidatura y buscará mejorar resultado dentro de dos años. Para eso pondrá el cuerpo en esta legislativa y encabezará la lista de diputados en su provincia. Las encuestas le sonríen: en su partido sacan cuentas de si se quedará con cuatro o con cinco de las nueve bancas que hay en juego.
Para posicionarse como figura nacional competitiva, sin embargo, tendrá que romper con la inercia del progresismo-radicalismo de disolver el equipo antes de terminar de consolidarlo. El FAP, que hace dos años no logró un acuerdo con la UCR, ahora volvió a acercarse al tradicional partido en algunos distritos. Pero mientras curó heridos por un lado (como la provincia de Buenos Aires), sangró por otro (como la Capital). La obsesión de este espacio, por estas horas, pasa por cómo contar los votos la noche de la elección. Van a sumar todo. Se entusiasman con un triunfo de Binner, un tercer puesto del dúo Stolbizer-Alfonsín en Buenos Aires, un Aguad más el candidato de Juez peleando arriba en Córdoba y hasta quieren contar como propios los votos de Pino y Carrió. Más allá de cómo interpreten las matemáticas, la mayor endeblez de este espacio sigue (y seguirá) siendo la volatilidad de algunos aliados.
Cobos, UCR, Mendoza. Hace solo cuatro años, el vicepresidente parecía número puesto para suceder a su compañera de fórmula, después de aquellas dos palabras mágicas (“no positivo”) que le abrían paso para cosechar toda la bronca posconflicto con el campo. Pero el exgobernador de Mendoza, finalmente, ni siquiera fue candidato. La muerte de Kirchner y la nociva interna radical lo corrieron de las listas. Su figura ya no atraía como entonces.
Ahora el ingeniero cree que puede haber revancha. Por lo pronto, viene cómodo en la pelea local, donde irá al frente de la boleta radical. Como a Binner, algunos le pronostican porcentajes récords. La mayor piedra, cuándo no, vino de adentro del partido, con una lista paralela del también exgobernador Roberto Iglesias.
Si supera este escollo y termina triunfante, Cobos volverá a ilusionarse. Podrá mostrar más pergaminos que el resto de sus correligionarios con ambiciones: Ricardo Alfonsín quedó como el sexo débil en el matrimonio electoral con Stolbizer, y Ernesto Sanz, otro con aspiraciones, deberá remar duro y parejo para que la gente asocie su cara a su sólido discurso. En 2011 no pudo.
Por ahora es el precalentamiento. Ni siquiera arrancó el partido. Pero en cinco distritos, partidos, candidatos, ya piensan en el campeonato de 2015. ¿Llegarán?