Tras el fallido congreso nacional del 15 de diciembre en el Bauen -en el que no logró elegir una nueva conducción nacional- el Frente Grande quedó sumido en una anomia que lo colocó al borde del abismo.
Aquel congreso -que le prestó el escenario a Alberto Flamarique para una rutilante reaparición- inició el proceso de sinceramiento de una crisis interna que venía incubándose en el Frente desde el mismo momento de la creación de la Alianza.
El propio nacimiento de la "entênte" con los radicales provocó entonces una sangría de militantes, que fueron sindicados por los que quedaron dentro de la Alianza como integrantes de su "ala izquierda". El mismo mote se les aplicó a quienes se fueron desgajando del tronco original en distintas fases, en especial en los tiempos fundacionales del gobierno de de la Rúa y Alvarez, cuando se adoptaron una serie de medidas que alejaban al partido de la "centroizquierda". En ese contexto, la renuncia de "Chacho" Alvarez a la vicepresidencia obró como un revulsivo que radicalizó la diáspora del Frente hasta límites que pocos partidos hubieran soportado.
Por de pronto, cuando promedia el verano porteño, los propios dirigentes frentistas evalúan como un hecho consumado el regreso de "Juampi" Cafiero y Darío Alesandro al peronismo. Las mismas fuentes aseguran que el sector del "chachismo" que el 15 de diciembre cuestionó el desenlace del congreso, y del que forman parte, entre otros, José Vitar, Rafael Flores, Irma Parentella y Carlos Raimundi, tiene un pie adentro del ARI de "Lilita" Carrió, con quien conformó un Interbloque en el Congreso Nacional.
De todos modos, el distrito porteño, que es la cuna de casi todos los dirigentes importantes del Frente Grande, siempre fue el territorio que se mostró más hospitalario para con sus propuestas. Aún así, esto no debería obrar como un sedante para la conducción del Frente, ya que en otras ocasiones los porteños demostraron su escasa fidelidad hacia las propuestas de una progresía que -tras la experiencia del Partido Intransigente- a menudo se ha demostrado incapaz de superar los niveles más rudimentarios de la organización política.
Entre las críticas que más se escuchan por estos días en los corrillos del Frente, las principales tienen como destinatario al presidente del partido y jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra. Le atribuyen -en primer lugar- el estado de anomia en que se encuentra la agrupación, principalmente porque se dedica tiempo completo a "hacer gestión", y no a "hacer política". También le cuestionan su ausencia casi total del escenario alumbrado tras la caída de de la Rúa, en el que el pueblo comienza a avizorar que puede manejarse en forma autónoma de los partidos políticos oficiales.
El 26 de marzo fue la fecha que se fijó en el congreso del 15 de diciembre para su reanudación. Allí la dirigencia del Frente debería elegir una nueva conducción y definir el futuro de la fuerza. Las circunstancias no se le presentan favorables, más teniendo en cuenta estos tiempos en los que los argentinos se encuentran dedicados a demoler a las fuerzas políticas tradicionales. Y el Frente Grande no se ayudó demasiado a sí mismo cuando se demoró hasta lo inexplicable en apartarse de un gobierno que los llevó hasta la puerta del cementerio.