Cuando la representante de DirecTV en Argentina trató de promocionar su producto yanqui dijo que acá brindaban servicio de televisión paga “hasta en las villas”. Sino fuera que la representante de las grandes multinacionales es también presidente argentina el asunto no tendría más relevancia que las giladas de una vieja boluda de Puerto Madero. Pero, resulta que el trabajo de Cristina, por el cual se le paga muy bien, es que no haya villas en el país, con o sin sus amigos de las multinacionales.
De todos modos, y a los efectos de explicar a los menemistas y cavallistas que hoy como ayer hay que resistir, un poco las cosas sin necesidad de que se pajeen con análisis de Artemio López que está en contra de los análisis encima y se los cobra carísimos y ya a nadie escapa que son mentiras delirantes, vamos al grano: en las villas no hay DirecTV.
La presidente, experta en calcular la pobreza desde el avión pero en los países que invadimos, no tiene ni idea de los estragos sociales que se viven por su culpa.
Para empezar, se necesita electricidad, sea a las empresas yanquis privatizadas para las que trabaja Cristina (EDENOR y EDESUR) o las empresas estatales de Entre Ríos o Santa Fe, que producen la luz pero la tienen más cara dado que al no tener a los Kirchner de lobistas no reciben subsidios de la aduana.
Ni en Barracas, La Boca o Retiro hay villas. Son barrios. Aunque la presidenta de los 70 millones de dólares inexplicables mire desde sus departamentos lujosos lo que llama “villa”, son barrios y viven razonablemente bien en relación a los estragos sociales que viene produciendo el kirchnerismo y que, para ñpaliarlos, militariza el conurbano.
En Rosario, justo en la ruta que Cristina hizo para la oligarquía sojera, sin bajarse del helicóptero y mancharse los zapatitos, se puede apreciar lo que le cuesta al país tener payasos liberales como ministros de economía dedicados más al choreo personal que a la situación social. O la cuñada presidencial. Que por algo no es ni siquiera conocida hasta en las encuestas de análisis de Artemio López, el militante más caro del planeta.
Algo pasa.
Y es que la extrema pobreza durante la década ganada por las multinacionales se dejó de medir. No existe. No está. Diría Milani.
Sin embargo, se la ve, si se tiene voluntad, recorriendo los basurales para buscar comida en el horario donde dan las novelas yanquis que le gustan a la señora presidente, que hasta que Hugo Moyano dejó de elogiarla, junto con el detererioro de la situación laboral en el campo industrial, convalidó cuanto afano hubiera en torno a la basura.
La pobreza extrema, siempre teniendo en cuenta la incompetencia del gobierno nacional que es el responsable, manguea a los punteros chapas. Tiene, en el mejor de los casos, viviendas de chapas (en el peor, de cartones o diarios: ay, señora, no vienen con enchufe para el televisor!). El Ministerio de Subdesarrollo Social no entrega esas cosas
En la Argentina cristinista los pobres más pobres pasan todo el día buscando cómo comer. Olvidate que puedan trabajar. Son, desde 1976 a la fecha, con breves interregnos de esperanza (frustrada) el pato de la boda: para que lúmpenes como Cristina se enriquezcan vorazmente, es necesario ese tendal de pobres. Para que las empresas multinacionales la levanten así, en grúa, es necesaria esta ola conservadora que hoy se llama militancia y que hasta hace tres meses venía con derechos humanos. Hasta eso hizo mierda el gobierno.
El oscurantismo clerical, el verdadero círculo rojo, la desigual, la represión, la violencia, la criminalización de la pobreza, el miedo que mete el gobierno, son síntomas de que la situación es explosiva. No todos en la Argentina pueden boludear mirando pueriles series extranjeras mientras tratan de no ir presos por la que guita que se afanaron.