Fuera de timing

Fuera de timing


Se ha dicho. Audaz, ambicioso, el jefe de Gabinete, Jorge Milton Capitanich, aterrizó en Balcarce 50 con ganas de dar la pelea mayor. No será tan fácil. Si los primeros días de saqueo, como se contó desde esta columna la semana pasada, desestabilizaron al entusiasta declarante que mostró ser en la primavera de su desembarco, los días más crudos del conflicto lo dejan visiblemente sentido.

Primero, el final. Una reciente encuesta sobre los posibles sucesores de Cristina Kirchner lo pone al chaqueño en la grilla. Pero seguramente mucho más abajo de lo que él soñó cuando decidió la mudanza. El sondeo, 650 casos en el Área Metropolitana, no indaga sobre las razones de esta intención de voto. Imposible no imaginar influencia de los últimos acontecimientos.

¿Cómo está hoy el ranking de presidenciales? Primero aparece el ahora diputado Sergio Massa, con 27,5 por ciento; segundo, Daniel Scioli, con 16,4; tercero, Mauricio Macri, con 14,5, y recién cuarto, Capitanich, con 8,5 por ciento. Cierran Hermes Binner (8,3%) y Julio Cobos (5%).

Los tropiezos de Capitanich en estos diez días de desgracia comenzaron en la génesis del conflicto. Primero, cuando buscó descargar la responsabilidad política en su rival cordobés José Manuel de la Sota y negó, mimetizado con el kirchnerismo más rancio, el envío de gendarmes. Privilegió la pelea política a la solución de la urgencia. Doble error: si algo parecía que podía cambiar con su llegada y su aire componedor era cierto pragmatismo para atender los problemas más allá del color político; no solo lo esperaba parte de la gente sino también sus (ex) colegas gobernadores. Con su actitud inicial, Capitanich dejó en banda a ambos. De ahí el yerro por dos.

Luego, cuando la crisis se propagó, enarboló el discurso de la conspiración: otro cliché donde el kirchnerismo se siente cómodo pero en general resulta de dudosa comprobación. Los pibes que se vieron robando a cara descubierta por la tele ni habían nacido hace 30 años, cuando se recuperó la democracia.

Lo peor para Capitanich, de todos modos, llegaría después. El jefe de Gabinete programó un fin de semana de aplauso fácil en su tierra. Hacia allí se dirigió días atrás, inauguró obras, habló de lo que se viene. La bienvenida de su expolicía y sus exgobernados no podía ser peor. Más protestas, más saqueos, más muertes. En algunas estadísticas, Chaco es, junto con Tucumán, la provincia con más víctimas mortales en este nuevo conflicto social: cuatro cada una. Aunque los funcionarios de ambas administraciones aseguran que algunos de esos decesos no estuvieron relacionados con los robos ni sus derivados, la disyuntiva no le quita gravedad al caso.

Esta situación volvió a desequilibrar a Capitanich. En las primeras horas se había mostrado cerca de su sucesor, pero luego, cuando este se quejó por la supuesta falta de ayuda del Gobierno nacional para combatir la crisis, el jefe de Gabinete se embarró en una internita provincial. Política de cabotaje en un país que ardía. Otra vez, las expectativas, al diablo.

Uno de los que por lo bajo percibió la hendija y buscó capitalizar estos resbalones de Capitanich fue Daniel Scioli. El gobernador bonaerense, se sabe, es el principal rival dentro del oficialismo de cara a 2015. Los laderos del exmotonauta salieron a chicanearlo de entrada al jefe de Gabinete por un viaje inoportuno cuando arrancaba el conflicto: mientras estallaba Córdoba y se sumaban otros focos, el chaqueño se fue a Paraguay a debatir sobre el dengue.

La chicana sciolista, sin embargo, no dejó enseñanzas para el jefe del espacio. Aun cuando todas las miradas ya estaban puestas en el polvorín del conurbano, Scioli decidió encabezar una comitiva para cruzarse a Río de Janeiro con el expresidente de Estados Unidos Bill Clinton. Una foto de fuste internacional para cualquier aspirante nacional, pero definitivamente inoportuna el mismo día en el que un sector de la Bonaerense se plantaba en La Plata. El gobernador que se jacta de estar siempre en el lugar del conflicto debió volverse a las apuradas desde Brasil.

Antes de su partida, Scioli y sus ministros ya habían cruzado información con integrantes de Seguridad del Gobierno nacional y sabían que la situación en la principal provincia del país podía agravarse en cualquier momento. Los intendentes, en el territorio, transmitían terror. Scioli igual se tentó con la cámara y viajó.

La falta de timing, de todos modos, no fue exclusiva deficiencia del bonaerense. Si durante las inundaciones en La Plata la foto del intendente K Pablo Bruera vacacionando en Brasil quedará para la historia, la instantánea de De la Sota con bolsas del free shop reposando en una escala en Panamá cuando comenzaban los saqueos en Córdoba también quedará como material de estudio. La cátedra: políticos argentinos que no están a la altura de la realidad. Se esperan nuevos capítulos.

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