Cuando el secretario de Hacienda y Finanzas porteño, Miguel Ángel Pesce, envió a la Legislatura -en los primeros días de noviembre- su proyecto de ley para incluir en la negociación con los acreedores externos de la Ciudad a la serie III de los Bonos Tango, no imaginaba los contratiempos que se iban a presentar, que aún ahora están demorando su aprobación.
Un mes después, tras un comienzo prometedor, el candidato a jefes de Gobierno porteño, Mauricio Macri y Ricardo López Murphy comenzaron a operar sobre los diputados que les responden, Oscar Moscariello y Jorge Enríquez, que al principio estaban dispuestos a dar su aprobación al proyecto del Poder Ejecutivo, pero que luego se plegaron a la posición de sus jefes e incluso lograron torcer las voluntades de otros legisladores afines.
De esta manera, una cuestión de Estado como es la negociación de la deuda externa, se convirtió en rehén de las internas políticas que proliferan en tiempos de elecciones. Esto viene a cuenta porque los que se oponen a aprobar el proyecto de ley que envió el Gobierno eluden cuidadosamente toda argumentación de peso. Se limitan a cuestionar -en la introducción- el corto plazo de diferimiento que consiguió la gente de Pesce y a que no les arrancaron a los inversores europeos más años de gracia. Luego, los detractores del proyecto oficial esgrimen su argumento de peso: no se consiguió ninguna quita de capital.
La gente de Macri y López Murphy sabe perfectamente, aunque en estos crueles tiempos electorales estas cosas se dejan de lado, que el perfil deudor de la Ciudad de Buenos Aires no es el mismo que el de otros estados más pobres. Por esa misma razón es que la Ciudad consiguió crédito cuando al Estado nacional le costaba mucho hacerlo. Inclusive Buenos Aires obtuvo -en la negociación con quienes serían sus acreedores- condiciones de pago y montos para sus créditos sensiblemente mejores de los que consiguieron el resto de los estados provinciales, incluído el propio Estado nacional.
Algunos analistas del mercado -esos hombres para los cuales el corazón es sólo un músculo que bombea sangre- compararon el caso de Buenos Aires con el de la cervecera Quilmes, que tras el fin de la convertibilidad debió renegociar su deuda en dólares con sus acreedores externos. Como éstos conocían su condición patrimonial y su estado financiero -que eran tenidos en una alta estimación-, renegociaron los plazos de pago y aceptaron quitas en los intereses de sus créditos, pero no aceptaron -y Quilmes debió otorgar su asentimiento- la quita de un solo dólar en concepto de capital adeudado. No pasó lo mismo con otras empresas y estados provinciales, que consiguieron el "beneficio" de quitas de capital que llegarán en algunos casos hasta el 70 por ciento.
De todos modos, los beneficios que obtuvieron no serán tales en el futuro. Todos ellos, cuando vuelvan a necesitar financiamiento externo -algo que ocurrirá inevitablemente, tarde o temprano- lo mejor que podrán hacer será conseguir el asesoramiento de Neal Armstrong, el primer astronauta que pisó la Luna, porque en la Tierra deberán pagar altas comisiones e intereses monstruosos por cada dólar que consigan prestado. No otro destino sufrirán quienes no les devuelvan a sus acreedores ni siquiera el dinero que les prestaron.