Signada por la esperanza y la tragedia, la idea de un Perón volviendo es difícil de borrar. Como en el tango de Pichuco, Perón nunca se fue porque siempre está llegando, en tanto sigamos siendo millones los peronistas de Perón.
Hace 40 años, el 1 de julio de 1974, moría el político argentino más importante del siglo 20. Elegido por su pueblo, fue tres veces presidente de la República; un golpe militar lo derrocó en 1955, y murió durante su tercer mandato, en la residencia de Olivos, tras haber sufrido él y su movimiento político 18 años de proscripción.
Aquel día, como hoy, la Argentina se enfrentaba a un equipo europeo en el Mundial de Fútbol; los jugadores de nuestra selección enfrentaron en aquel a la Alemania Occidental; llevaban un brazalete negro, e hicieron un minuto de silencio en señal de luto. Aquí, en Buenos Aires, el pueblo salía en masa a despedir a su líder, bajo la lluvia, en un funeral que duró tres días debido a la interminable fila de quienes querían decir adiós a su único héroe.
El primer trabajador, benefactor de los humildes y estadista como no hubo otro, había dejado su marca indeleble en la historia grande de la patria. Y sigue marcándonos hoy, a cuatro décadas de su desaparición física, el rumbo hacia un país verdaderamente justo y de todos.
El último Perón, el de la tercera presidencia, y quizás el más sabio, buscó dejar como legado final la unión, promoviendo que para un argentino no hay nada mejor que otro argentino.
A 40 años de su fallecimiento, Juan Domingo Perón siempre está volviendo, en cada acto militante, en cada acción política en favor de los más postergados, en cada reivindicación de los derechos de los trabajadores, cada vez que recordamos a su compañera, Evita o cantamos la marcha. En definitiva, Perón vuelve por sus ideas, cada día más vigentes, por las que se interesan las nuevas generaciones, y a través de las cuales la Argentina tiene garantizado su