Un país en serio. Un país normal. Imposible evaluar hoy cuánto influyeron estos dos eslóganes de la campaña de Néstor Kirchner en 2003 para llevar a este santacruceño por entonces casi desconocido a la Presidencia. Seguro, las frases se adaptaban a dos demandas de una sociedad mareada aún por la interminable crisis que quebró a la Argentina de entonces. Las promesas 2015, esas consignas básicas con las que los candidatos buscarán seducir al electorado, posiblemente retomen algo de aquella previa. Cristina lo hizo.
La heredera de su propio marido tiene un mérito de dudosa valía. Después de una década de crecimiento –con algunos baches puntuales pero esporádicos– no logra sacar a su gobierno de una sensación de precipicio permanente. Las lágrimas que le brotaron en un momento del anuncio del proyecto para pagar la deuda en el país y saltear los fallos del juez Thomas Griesa resumen el dramatismo.
En las últimas semanas, la pareja gobernante (la Presidenta y su jefe de Gabinete virtual, Axel Kicillof) apeló a las armas clásicas del kirchnerismo en tiempos de crisis política y económica, aunque con una dureza y sucesión inéditas. En el término de días, amenazaron con aplicarle la ley antiterrorista a una firma que anunció su quiebra, mandaron el proyecto para imponer una nueva ley de abastecimiento para controlar la producción y comercialización de las empresas y anunciaron otra iniciativa para cambiar las reglas internacionales para el pago de la deuda. A los ojos de un desprevenido, un país más bien anormal y poco serio.
La monotonía de la puja económica solo fue sacudida en estos días por el otro gran tema que preocupa a los argentinos: la inseguridad. El poco ortodoxo secretario Sergio Berni dijo que habría que expulsar un poco más rápido a los extranjeros que delinquen en nuestro territorio. Progresismo K versión final de época. ¿Más para la comedia de enredos? Las declaraciones del superfuncionario llegaron mientras confirmaba que la autopartista Lear volvería a producir en su planta de Pacheco. Ni Débora Giorgi, de Industria, ni Carlos Tomada, de Trabajo. El anuncio productivo lo hizo Berni. Un gabinete dado vuelta.
Pero el eje de la avanzada del Gobierno estuvo apoyado en el presente económico. Con una lógica vandorista: pegar para después negociar. ¿En qué contexto Cristina y Kicillof adelantaron su avanzada contra las empresas? Suspensiones, despidos, caída de empleo, parate de la economía. Todo según las cifras oficiales del Indec.
En el oficialismo están preocupados por el ahora, pero sobre todo porque el futuro puede ser más negro. Es lo que le transmiten, cada vez de peor manera, los hombres de negocios. El clima de tensión en ciertos sectores –el más emblemático, el automotriz– por los problemas laborales se calentará en breve con el renacer de las protestas sindicales, ya no para mantener el empleo sino para dejar de perder poder adquisitivo. El gremialismo opositor, con Hugo Moyano a la cabeza, anunció un paro general para el jueves próximo. Si no hay respuestas a las demandas, a mediados del mes que viene la protesta ya será de dos días. ¿Qué piden los gremios? Con distintos matices, la temida reapertura de las paritarias para volver a discutir salarios afectados por la inflación y una presión impositiva récord.
En las empresas hay una preocupación básica: creen que el margen para obtener nuevos recursos para nuevas demandas está casi agotado. Con el enfriamiento económico hay menos ventas y el Gobierno cierra el grifo cada vez para autorizar nuevos aumentos. Si antes la lupa estaba enfocada solo en los precios cuidados y el resto era un festival de remarcaciones, en las últimas charlas los funcionarios exigieron mesura generalizada. Aun así, la inflación sigue orillando el 2 por ciento. ¿De eso no se habla?
Con la nueva ley de abastecimiento, el Gobierno espera tener a mano un arma para formalizar la discrecionalidad: aquello que Guillermo Moreno hacía a golpes de teléfono y amenaza verbal, ahora quedaría amparado por una ley. Las cámaras empresariales ya comenzaron su lobby para frenar la estocada. La pelea está abierta. Con un cambio: después del impulso inicial, el kirchnerismo admitió la posibilidad de abrir el debate y discutir algunos cambios. Otra vez la gran Vandor, pero sin garantías de éxito.
Tampoco está claro el camino para el proyecto sobre la deuda. La pelea puede parecer económica pero es sobre todo política. Algunos opositores discuten cómo no quedar atrapados con la lógica soberanos o vendepatrias que busca instalar el Gobierno. “No nos invitaron a la fiesta y ahora quieren que limpiemos el salón con ellos. Además, si la propuesta es un éxito, el mérito se lo llevará el kirchnerismo. Si sale mal, vamos a quedar todos engrampados”, resumían, dudosos, en un búnker anti-K.
En un escenario complicado y abierto, el Gobierno salió a tirar con sus armas más fuertes. ¿Y si falla? Queda más de un año de gestión por delante.