Elefante Blanco, la casa del terror

Elefante Blanco, la casa del terror

Entre ratas y basura, y con riesgo de muerte permanente, subsisten las familias que habitan el abandonado edificio de Lugano. La Justicia le dio 60 días al GCBA para mejorar la situación.


El olor fétido, casi a muerte, insiste, envuelve como un huracán imposible, arrasador, omnipotente. Penetra toda existencia. La postal de chicos jugando entre ratas o de murciélagos reproduciéndose como piojos también penetra, esta vez, los ojos. El Elefante Blanco, ese hospital que hubiera sido el más grande de Latinoamérica de no haber mediado las miserias de la administración nacional –la de la discontinuidad de las políticas, por caso–, interpela los sentidos más que una obra de teatro ciego. Pero acá no hay teatro. No hay ficción. Hubo, sí, en el predio de Piedrabuena y Eva Perón, en el corazón de Ciudad Oculta, en las entrañas de Villa Lugano, una locación cinematográfica. Promediaba 2011 cuando el lugar, que hace décadas es habitado por familias muy pobres, se convirtió –esa magia del séptimo arte– en contexto del quehacer de unos curas villeros, con el sello de Darín y Trapero, bajo un film homónimo. Pero mucho tiempo antes, antes de ser extras de cine, los vecinos del barrio se cansaron de presentar denuncias ante el Estado y de que nadie –nadie– les prestara atención. Mucho tiempo antes del estreno de la película, el 31 de diciembre de 2011, un incendio destruyó varias casillas, afectando a más de 10 familias. Flashes. No más flashes. Después, entonces, sobrevino el cine y el espasmo televisivo. Y la cosa siguió igual. No: fue peor.

En noviembre del año último, el Ministerio Público de la Defensa de la Ciudad (MPDC), a cargo de Horacio Corti, intervino a favor de los vecinos, presentando un amparo. Y entonces hubo compromiso del Gobierno porteño para mejorar –si es que cabe el término– las condiciones de habitabilidad del lugar. Pero no hubo grandes cambios en el edificio de 16 pisos a medio construir, de los cuales hasta el tercero están habitados. La cosa siguió igual. No: fue peor.

Entonces, el lunes 9 de este mes, la jueza en lo Contencioso, Administrativo y Tributario Elena Liberatori, tras haberse pronunciado a fines de 2013 con una medida cautelar, citó en audiencia pública a funcionarios del Gobierno porteño, entre ellos, a miembros del Ministerio de Desarrollo Social, de la Secretaría de Hábitat y de la Unidad de Gestión de Intervención Social (Ugis), en presencia de representantes del barrio, como los delegados Gustavo Serra y Andrea Penayo, para que dieran cuenta de los avances de obra y de las maniobras de saneamiento del espacio, mientras unos 100 vecinos –muchas mamás con bebés en brazos– esperaban noticias en la vereda de Avenida de Mayo 654, domicilio, precisamente, del Juzgado número 4.

Los vecinos venían denunciando que están viviendo en condiciones edilicias, sanitarias –humanas– insostenibles. En el barrio es común ver chicos –aunque también gente grande– padeciendo enfermedades respiratorias, trastornos gástricos y alteraciones dermatológicas, como ronchas y sarpullidos, provocados por la contaminación que trae aparejada la acumulación de basura y agua en los dos subsuelos del edificio. “Las paredes y los pisos están todo el tiempo mojados, la humedad nos mata. Mis hijos viven enfermos. Aunque también pienso que algún día nos va a matar el olor”, dice Griselda, de 46 años, madre de 11 hijos, dos de ellos discapacitados.

Gustavo Serra llegó al barrio con diez años. Hoy araña las tres décadas y luce orgulloso el porte de delegado. Aunque se reconoce realista. Dice, cercano a la frialdad de la resignación, que “el sueño de la urbanización” es casi un imposible ya que no está en la planificación del Ejecutivo local, “ni por asomo”, un plan de vivienda para la zona. Por eso, entiende, en el Elefante Blanco se pelea, de mínima, por una mejora en las condiciones. “Que se resuelva el tema de la basura, las cloacas, el agua y la luz, eso pedimos”, enumera el changarín, que se las rebusca en la gomería de su hermano. Andrea Penayo, otra de las delegadas, cuenta: “Acá tienen que desratizar, fumigar y limpiar el basural. Además, hay huecos que son muy peligrosos, en especial para los chicos”. Es que en el barrio de Ciudad Oculta no causa sorpresa que, por ejemplo, un chico se caiga por la hendidura de lo que tendría que haber sido un ascensor, en plena faena lúdica. O que alguien se caiga en medio de otra de las faenas corrientes: la disputa comercial-territorial de los transas y fisuras.

“Nosotros pedimos que, aunque sea, nos ayuden con la limpieza, porque sufrimos mucho por la presencia de ratas y la humedad. Por lo general, la respuesta que nos dan los funcionarios es ofrecernos plata para que nos vayamos. Pero lo que pasa es que lo que nos ofrecen no alcanza, porque su límite son 80 mil pesos, pero una casa en la villa vale 200 mil, encima tenés que mudarte y alquilar algo hasta que eso ocurra. Imaginate, no es una solución”, asegura Serra.

Además, agrega: “Los del Gobierno de la Ciudad se burlan de nosotros y nos ignoran, incluso tapan lo que hacemos y tratan de desprestigiarnos acusándonos de que robamos. Y cuando hay decisiones judiciales, como ahora, que es la primera vez que se judicializan nuestros reclamos, no hacen las cosas de buena gana. En mayo, dos días antes de que la jueza viniera a hacer una inspección ocular y comprobara la falta de agua potable y la invasión de ratas, pintaron un poquito e hicieron la limpieza del tanque de agua, que siempre está lleno de bichos muertos. Ahora hay una máquina trabajando afuera del edificio, que empezó a funcionar el 19 de agosto. Básicamente, están removiendo la basura de los subsuelos. Algo están haciendo. Pero no es suficiente. Queremos un lugar, por lo menos, más limpio, ordenado y seguro. Porque hasta acá, nuestra situación es como vivir en la Ceamse”.

Finalmente, la Justicia porteña le dio un plazo de 60 días al Gobierno de la Ciudad para que limpie y sanee los subsuelos inundados y repletos de basura y que acredite, a su vez, las obras que se comprometió a llevar adelante tras la cautelar que lo instaba a mejorar las condiciones, fundamentalmente de salubridad, del Elefante Blanco, donde hoy habitan 312 personas, de las cuales alrededor de 200 son chicos. Del total, según un relevamiento efectuado por el Ministerio Público de la Defensa en junio, un 60 por ciento padece hacinamiento crítico –como la familia de Vicenta, unos diez en una pieza levantada, entre telarañas y goteras, al interior del segundo piso– y un 41,4 por ciento no tiene cobertura social. Por lo demás, el trabajo, cuando lo hay, según cuentan los vecinos, es informal (la tasa de empleo oscila el 23 por ciento, muy por debajo del promedio de la Ciudad, que goza de un 51 por ciento de empleo formal, de acuerdo al relevamiento del organismo que nuclea a los defensores porteños). ¿Los rubros recurrentes? Construcción para los varones y servicio doméstico para las mujeres. Se miente el domicilio como condición casi excluyente. La discriminación juega cabeza a cabeza con la crisis.

Además de documentar las obras proyectadas para el barrio, la jueza le ordenó al Gobierno porteño nombrar un coordinador que concentre toda la información vinculada a los avances.

Graciela vive hace 14 años en el Elefante Blanco. Cuenta: “Los chicos constantemente se enferman de los bronquios, les salen infecciones en la piel, forúnculos, granos, urticarias, se viven rascando, pobrecitos. Aparte, hay accidentes por los lugares inseguros que hay, y se llueve todo, se llueve la vida. Son muchas cosas las que pedimos pero es poco el esfuerzo que tiene que poner el Gobierno de Macri para darnos un lugar digno”.

“Lo que se le pide a la Ciudad es algo muy modesto, ya que el problema del agua y del basural lo puede realizar con una mínima intervención y mejoraría muchísimo las condiciones de vida de la gente. Lo que queremos es que estas personas sean tratadas dignamente, que se escuchen sus necesidades con respeto”, dijo el defensor general de la Ciudad, Horacio Corti, a propósito del pedido histórico de los vecinos.

Si tuviéramos que enumerar las múltiples situaciones derivadas de la nula o deficiente cobertura de servicios públicos básicos en Ciudad Oculta, los cuadros pueden ir de pisar agua desde que amanece hasta que anochece a la intensificación del riesgo de derrumbe debido a la improvisación de viviendas a modo de entrepisos y la presencia de grietas en las paredes del edificio. Otras posibles escenas, narradas por la comunidad: caños de agua que pasan por el basural, que se yergue del subsuelo como una estampa de Juanito Laguna; frío duplicado todo el año –pues allí no se conoce el sol–, que se multiplica descaradamente en invierno. Los vecinos, en ese sentido, siempre previenen al visitante: traete una campera de más. Es lo que dice siempre Marta, cuando alguna amiga se anima a ir a verla. Desde que su marido contrajo polio cuando trabajaba en el proyecto habitacional de las Madres en el barrio siente que esa enfermedad le ronda como un fantasma.

Ramiro Dos Santos, patrocinador en lo Contencioso Administrativo, sostuvo que, tras la jornada del 9 de septiembre, Liberatori puede disponer intimaciones, sanciones o multas por no realizar las obras. “Y, aunque en las últimas dos semanas una máquina comenzó a remover parte de la basura, queremos garantías de que esta acción sea sustentable en el tiempo, con contratos, presupuestos y plazos. En toda la historia del Elefante Blanco se han buscado soluciones parciales a un conflicto que fue en aumento con el tiempo“, afirmó. La asesora tutelar Mabel López Oliva también oficia como patrocinante de los vecinos, en una causa en la que el amparo del Ministerio Público de la Defensa presentado en diciembre fue ratificado por la Justicia tras una apelación del Gobierno porteño.

Ahora solo resta saber si el estado del barrio mejorará –otra vez, si vale el vocablo– dentro de dos meses. Por las dudas, Eugenia ni lo piensa. Se fue del Elefante Blanco hace más de un año hacia su Tucumán natal y luego –fracaso mediante– a una pensión entre Ciudadela y Liniers. Hoy cree, entre risas, que su dirección es, por lo indescifrable, como vivir entre los carriles de la General Paz. No la está pasando bien, tiene a su hijita en el norte y la plata apenas le alcanza. Pero está segura de que no volvería al barrio, ese que se vislumbra como una mole tenebrosa desde la autopista. Tiene muchas razones para rehusarse. Para empezar, los años de pesadillas con ese lugar.

Riesgo sanitario, riesgo mortal

De varios informes realizados por la Asesoría Tutelar se desprende que en el centro de salud más cercano se realizan unas 3.500 consultas mensuales, y los mayores problemas de salud se relacionan con afecciones respiratorias, intestinales y de la piel.

Por ejemplo, según un relevamiento realizado por el Centro de Salud y Acción Comunitaria (Cesac) que depende del hospital Santojanni, durante el tercer trimestre de 2013, 119 residentes del Elefante Blanco presentaron bronquiolitis; otros 91 fueron diagnosticados de asma; 39 de neumonía; 98 con diarrea, y 108 con infecciones de la piel.

Otra de las afecciones frecuentes es el “estrés emocional” que padecen las familias, puesto que la comunidad, de acuerdo a uno de los estudios efectuados, plantea inquietudes de tipo sanitario y habitacional. Una de ellas es, como ya se dijo, la presencia de roedores, que “ingresan en los hogares, caminan por las noches por encima de los niños que duermen y los muerden”, además de la persistencia de mosquitos, el intenso olor proveniente de los subsuelos llenos de basura, la falta de cloacas y los cables en mal estado que generan incendios.

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