Es el ejemplo más brutal,y a cara lavada, del uso de la cosa pública, esa que se supone pertenece al pueblo, en pos del interés privado de la máxima autoridad nacional. Es, también, otra prueba de cómo un proceso que gustaba presentarse como revolucionario termina con reflejos de supervivencia malandrín. Más allá del esforzado pero cada vez más increíble relato kirchnerista,todas las fuerzas del Gobierno se concentran hoy en evitar que la Presidenta y su hijo gasten suelas en Tribunales. El fantasma mayor, claro, es una pesadilla tras las rejas.
No se conoce testimonio certero sobre el estado real de Cristina Kirchner, cómo digiere un pronóstico de futuro próximo que seguro soñó teñido de bronce y hoy amenaza con mutar al hierro.
En campaña para su primera presidencia y en las entrevistas originales que ofreció ya electa, la mandataria hablaba de un salto a la excelencia, en la educación,en las relaciones exteriores.
“Un país como Alemania”, quedó sellada para la historia una de sus definiciones de aquel entonces. Su compañero de toda la vida, planeaban como buenos socios, seguiría ocupándose de los quehaceres cotidianos, de la política barrosa, del día a día de la gestión.
Pero ya de entrada, la señora de Kirchner debió desayunarse con una incomodísima denuncia de corrupción, un valijero venezolano, con plata presuntamente negra, viajando en un avión oficial.
Lo peor, de todos modos, y no solo en lo personal, llegó con la muerte de su marido.
Aún cuando ese deceso terminó consagrándola como candidata y fortaleciendo su viaje a la reelección, le corrió la barrera de contención que significaba el expresidente.
Se escucharon decenas de versiones de cómo Cristina fue descubriendo algunos manejos poco prolijos de Kirchner. La síntesis casi amateur del Néstor más oscuro es el mítico cuadernito Gloria del santacruceño, donde llevaría anotadas algunas deudas políticas contraídas (como obras prometidas a intendentes) y otros negocios menos claros aún.
La revelación de algunas de esas transacciones dejó a la Presidenta en el incómodo rol del imputado. El caso emblemático, incluso cuando todavía deba probarse si constituye un delito, es el alquiler millonario de habitaciones de los hoteles de los Kirchner que hizo Lázaro Báez para… nadie. ¿Qué puede llevar a un empresario favorecido por el Gobierno con licitaciones monumentales a pagar un servicio que no utiliza? De obvia, la jugarreta parece de principiante.
A estas obscenidades, nunca desmentidas por voceros oficiales, el kichnerismo pretende embarrarlas con una supuesta guerra ideológica.
¿Qué pensarán los militantes cuando defienden a una mandataria que manda a los empleados de la aerolínea estatal a contratar a su hotel en El Calafate para hacerlo más rentable? ¿En qué manual nacional y popular se recomienda ese vínculo?
La fusión entre lo público y lo propio, sin embargo, no solo decidieron aplicarlo los Kirchner a sus negocios. También lo utilizan desembozadamente en la defensa de esas transas antiéticas.
Entonces, los medios oficiales (redes sociales, cadenas nacionales) y ni que hablar los paraoficiales que subsisten con fondos públicos, todos quedan habilitados para defender a la empresaria Cristina Kirchner y a Máximo, su hijo comerciante.
El plan “que nadie caiga preso” se completa con otras dos avanzadas que también tienen la delicadeza de un elefante. Las denuncias y los aprietes a los jueces que llevan causas sensibles al Gobierno (y que durante mucho tiempo las mantuvieron dormidas, por cierto), con un renovado staff en la Secretaría de Inteligencia para ajustar la presión y una reforma en el Código Procesal que garantice gente amiga para después de 2015; y un proyecto en el Congreso para apurar una innecesaria elección parlamentaria (la de los legisladores para el Parlasur)por si la cosa se complica y la señora necesita fueros.
Así de profundo es el debate en la Argentina. Señales tristes de un país descompuesto.