Con su discurso del domingo 1 de marzo ante el Congreso, Cristina Kirchner habilitó la luz verde para un año electoral que definirá el ADN político de la próxima etapa. Un año que alumbrará a un nuevo presidente y que, a la vez, ofrecerá pistas sobre las chances reales de supervivencia del cristinismo más allá de 2015, cuando la jefa política abandone el sillón de Rivadavia.
En medio del trauma político pos-Nisman, Cristina se ubicó en el centro de la escena y dio el puntapié de una campaña en la que el cristinismo carece de un sucesor puro. O de un sucesor, a secas.
A la hora de hablarles a los propios –de eso se trató el último discurso de su gestión ante la Asamblea Legislativa–, no se privó de deslizar, por primera vez, la posibilidad de una eventual candidatura a diputada nacional o gobernadora de la provincia de Buenos Aires: todo sea por entusiasmar con promesas de futuro a una multitud congregada para despedirla, con melancolía.
Como afirma el politólogo y ensayista Vicente Palermo, integrante del Club Político Argentino y autodefinido como un “indomable opositor”: “Más allá de algunos floreos, [el discurso de Cristina] no estuvo dirigido a ‘todos’ los argentinos. Fue un discurso orientado enteramente a las fuerzas propias. La ‘otra’ Argentina, la Argentina de clase media, la Argentina que lee los ‘diarios monopólicos’, que siente un singular afecto, según CFK y tantas plumas del Frente para la Victoria, por los ‘grupos más concentrados’ y por lo ‘foráneo’; en suma, la Argentina de la prosperidad en una sociedad cruelmente desigual, esa Argentina fue poco menos que un convidado de piedra. No fue atacada, fue simplemente ignorada. Gran acierto político el de Cristina: que sea la propia oposición partidaria, hasta ahora sin liderazgos claros, fragmentada en exceso, sumida en sí misma en el desconcierto, la que se ocupe de ofrecer una política a la Argentina próspera y a las multitudes medias que por falta de alternativas se agarran de sus faldas”.
En paralelo, María Matilde Ollier, decana de Política y Gobierno de la Universidad de San Martín, completa: “Al final de su arenga parece haberlo dejado más claro todavía. Cristina Kirchner cree que nadie puede gobernar como ella, ni siquiera un miembro de su partido. Piensa que es la única capaz de enfrentar a los poderosos. Sin embargo, el legado que recibirá el futuro gobierno no son las incomodidades a las que refirió Cristina Kirchner, producto de su eventual lucha contra las corporaciones, sino el estancamiento económico, el avance del narcotráfico, la inseguridad creciente, el temor al desempleo, la falta de transparencia de los actos de gobierno, la persistencia de la pobreza estructural, la arbitrariedad en la distribución de los recursos en detrimento del federalismo, la intolerancia, el deterioro institucional y la impunidad”.
Según Ollier, la Presidenta fue más contundente por lo que no dijo que por lo que dijo el domingo 1 de marzo. “Aquello sobre lo cual no habló resulta más significativo que aquello que dijo. No refirió a los problemas que padece la Argentina. Si se leen las últimas encuestas, los temas que preocupan a la ciudadanía, en primer lugar, son la inseguridad, la inflación y el desempleo, apareciendo en un segundo bloque la corrupción, el acceso a la salud, la calidad de la educación y el narcotráfico. La jefa del Estado no mencionó las dificultades que su gobierno le deja al país.”
Ajena a estos baches discursivos, la militancia lloró como si ya fuese la despedida. Y, en verdad, lo era: sin delfín K a la vista, 2015 será un gran test sobre lo realizado en 11 años de kirchnerismo.
Más cambio que continuidad
La muerte del fiscal Alberto Nisman atravesó la política argentina y trastocó el tablero electoral. Fue un parte aguas. Según los sondeos más serios, se metió en la campaña electoral dañando la imagen presidencial y fortaleciendo las chances de la oposición. O, mejor dicho, de las oposiciones.
Si hasta la muerte de Nisman, una gran mayoría se inclinaba por un cambio con continuidad –más continuidad que cambio: un anhelo anclado en los logros del gobierno K–, la tragedia política trastocó la lógica de esta ecuación.
A juzgar por los últimos sondeos, un primer beneficiario del nuevo escenario político parece haber sido Mauricio Macri: el representante de “el cambio” en un sentido más nítido. Al menos, así aparece en el imaginario colectivo.
El domingo 22 de febrero, el diario Clarín publicó una encuesta que, por primera vez, lo daba ganador a Macri en la intención del voto presidencial.
Se trata de una relevamiento de la consultora Management & Fit. La encuesta, que causó gran revuelo en la política, reveló que el Jefe de Gobierno porteño alcanza el 27,9 por ciento de la intención del voto en todo el país. Sus seguidores más cercanos son Daniel Scioli, con 23,6 por ciento, y desde más atrás Sergio Massa, con 18,8 por ciento.
Las chances de Massa de llegar a la Rosada se desinflan a medida que la demanda ciudadana va trocando “continuidad más cambio” a “más cambio que continuidad”.
En su último discurso, Macri ensayó un estilo en el que, sobre todo, buscó diferenciarse del kirchnerismo: hizo autocrítica de su gestión y no confrontó, aunque no eludió las definiciones políticas: “Una etapa se termina, y con mucha paz y tranquilidad puedo decirles que estamos listos. Estamos listos para nuevos y más grandes desafíos”, exclamó el candidato buscando el contrapunto con la épica K.
En sus veinte minutos de discurso, que contrastó con el kilométrico repaso de CFK, el jefe de Pro repasó los “hitos” de su gestión en áreas como transporte y obras públicas y anunció la inminente mudanza del Gobierno porteño a Parque Patricios. Como al pasar, una refundación.
En contraste, la primera víctima del cambio de época es Massa. Al día siguiente de la difusión de la encuesta que daba a Macri ganador, parte de la tropa que se había ido con el tigrense empezó a girar la mirada hacia Bolívar 1.
En tanto, la convención de los radicales, en Arrecifes, programada para la próxima semana, entusiasma a los macristas: de allí saldrá una política de alianzas que, suponen, los beneficiará. Macri y su gente esperan que más radicales se sumen al partido amarillo. Las encuestas muestran, también, que la alianza con Elisa Carrió también llevó agua para el molino Pro.
El gobernador Daniel Scioli, siempre castigado por el núcleo duro del cristinismo, también parece ser otro gran perjudicado del nuevo tablero. En la preferencia de más “cambio” que continuidad sale perdiendo, igual que Massa.
En contraste con las desgracias sciolistas, el ministro y presidenciable Florencio Randazzo adquirió protagonismo cuando la Presidenta anunció en el Congreso la estatización de los ferrocarriles, en un déjà vu del primer peronismo. No fueron pocos quienes interpretaron que el ministro del Interior y Transporte, fortalecido con los recursos que recibirá, será un gran beneficiario en el último año de gestión K.
¿Cambió Cristina sus preferencias? “Cuando se miden las PASO del oficialismo es notable cómo aumentan las chances de Randazzo en un eventual escenario en el que es bendecido por Cristina. La bendición de Cristina tiene mucha fuerza interna K. Es decisiva”, desliza el encuestador Raúl Aragón.
De todos modos, la posibilidad de una fórmula Scioli-Eduardo “Wado” de Pedro, que viene sonando en los pasillos de la política en los últimos días, también aparece como una forma de continuidad. De Pedro sería, en este esquema, un caballo de Troya a lo Mariotto.
Con el reacomodamiento pos-Nisman vino también el desdibujamiento del Frente Amplio Unen, su desaparición en la Ciudad de Buenos Aires y la posibilidad cierta de que Hermes Binner se baje de la candidatura presidencial y se postule como senador de Santa Fe.
El acercamiento de Carlos “Lole” Reutemann a Macri le dio el tiro de gracia a las chances del santafesino, que se vio compelido a “defender” su provincia, tal como absuelven sus seguidores.
El alejamiento de la política partidaria de María Eugenia Estenssoro y la renuncia a su banca, en la Legislatura, vienen a confirmar esa decadencia.
Con Cristina en el centro de la escena, repartiendo el juego de los presidenciables, la irrupción de la tragedia política vino a imprimirle un giro inesperado a la campaña. La sensación es que la hora de la verdad está cada vez más cerca, aunque ningún sondeo pueda anticipar su resultado.