La Capital Federal obviamente no es ajena a la ezquizofrenia política-económica que vive el país. En ese marco el jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra intenta equilibrar sus gestos y hechos hacia un destino que no tiene definiciones claras pero si muestra algunos trazos, en gruesas pinceladas. El apoyo, nunca irrestricto, hacia los enunciados prioritarios de producción y empleo del gobierno nacional entró en un declive incontenible, tanto como la contradicción del gobierno nacional con la firme postura de los caciques provinciales de no ajustar un sólo peso más de sus partidas. A mitad de camino, Ibarra no se quiere ofrecer como blanco, desconfía de ambos y no sabe de dónde va a a venir el tiro o si va a ser uno sólo. Por un momento, sobre fin del pasado año Ibarra le vio la cara al default y se cubrió con dos medidas: la ley de emergencia económica y la enigmática emisión de bonos porteños.
Por otra parte, su armado político-social para garantizarle sustentabilidad al gobierno, y paralelamente un futuro que por lo menos iguale el presente, se halla hoy plagado de incertidumbre producto de escenarios políticos de escasa definición. Su alianza con el radicalismo pasa por el CTI (centro de terapia intensiva) de la política, más allá que los cambios de su gabinete dejen o cambien a tal o cual funcionario.Los radicales porteños saben que ya perdieron la pelea pero pretenden que sea "por puntos" evitando el nocaut. Los más gallitos susurran que en caso que eso suceda venderán cara la derrota. El centenario partido, que tras una nueva huída del poder, demora el camino de la autocrítica y elige- en algunos casos- el atajo del yo no fui, se planta en la vereda de las víctimas y no de los responsables. Ejercen tanta presión sobre Ibarra creyendose indispensables, como su partido la ejerce sobre ellos para que no maten la gallina de los huevos de oro, con la consigna que, "si negociamos todos juntos, mejor".
De ese modo el Frepaso porteño, hoy escaso de cuadros propios, tantea nuevos caminos con un poquito de cada cosa, una ensalada con ingredientes varios que, si bien no le permite un nítido perfil desde el cual acumular, no le cierra ninguna de las vías de este decadente póker abierto. Las decisiones correctas constituyen hoy más que nunca el imperio de la supervivencia política. Apoyar a Elisa Carrió a nivel nacional, en un mantenimiento del actual status quo, quizás le aseguraría la reelección comunal en la ciudad pero todos se hacen dos preguntas: cómo llega la chaqueña al futuro escenario electoral y qué proyecto constructivo para la Nación se oculta tras la rubia cabellera. Ahí es dónde el síndrome de Chacho sobrevuela sus cabezas.
Enfrentar a la Carrió con la nueva convergencia política que lidera hoy Eduardo Duhalde es improbable para Ibarra, sería apostar los boletos a un caballo que nunca le cayó bien, pero que entiende -como casi todos los argentinos- que hay que sostener con uñas y dientes, siempre y cuando los derechos y garantías constitucionales sean respetadas a rajatabla como puntapié de la paz social antes del crecimiento. Del otro lado está el caos total.
El recambio de gabinete, que debió ser un maremoto de alto impacto que sacudiera la modorra de una gestión apenas decorosa devino en tenues olitas que llegaron a la orilla de lástima. Aunque aún no se ha oficializado nada- y es este medio quién más información ha suministrado sobre los mismos- parece haber prevalecido la tesis del loteo de posiciones por sobre la audacia de quién necesita un diseño estratégico y sabe que esta es la última oportunidad para tomar decisiones de fuste. La lentitud le permitió a muchos de los que tendrían que irse reacomodar sus posiciones con gruesos bulones a las sillas.
Los coqueteos con el ARI a través de su hermana, la senadora Vilma Ibarra y con el pelotón FreNaPo adónde fue Ariel Schifrin, son síntomas aperturistas, que se encadenan con el nuevo posicionamiento de este último al frente de la descentralización en general y los CGP en particular. Desde allí espiará las movidas vecinales, hoy copadas mayoritariamente por los partidos de la izquierda que vierten posturas no muy sintonizables con el Gobierno de la Ciudad.
Los gobernadores alertaban desde los respectivos caos provinciales, el "basta de ajuste y si no pongan interventores" so pena de ver sus casas incendiadas en escraches sincronizados. Ibarra se trepó tibia y desconfiadamente en sus reclamos sin romper la delgada liana que le tiran algunos viejos amigos hoy en el gobierno nacional. Tiene como mayor preocupación por estos días, que la situación nacional no implosione sobre Buenos Aires, que el conurbano no arrase con las políticas que dificultosamente mantiene en pie y que la gente se pueda descorralizar, a ver si a través del pago de los impuestos puede volver a tener la ex-Suiza argentina.