Este lunes 30 de septiembre, el Gobierno lanzará oficialmente una campaña para que los porteños comiencen a diferenciar los residuos generados en las viviendas familiares y en las empresas. Contrariamente a la superficial hipótesis de que esta medida favorecerá la limpieza de las calles -al evitar que el contenido de las bolsas que los cartoneros rompen se disperse por las veredas-, el real beneficio que traerá es que disminuirá sensiblemente el volumen de los residuos que son enterrados. Esto es así porque los vecinos de los basurales a cielo abierto en los que se entierran los residuos de la ciudad exigen que se los desactive, como en el caso de Villa Dominico, o porque los otros basurales -o centros de disposición final- verían alargar su vida útil en el caso de que esta medida fuera efectiva.
De todos modos, como medida complementaria, el Gobierno porteño debería llegar a un acuerdo con los empresarios y con los comerciantes para que diseñen envoltorios de menor volumen para que tenga el efecto deseado. Además, no hay ninguna razón para que ésta se circunscriba sólo al papel y al cartón; podría extenderse también a los metales y al vidrio sin incrementar mayormente su nivel de dificultad, al fin y al cabo se trata de desechar los elementos que no serán reutilizados.
Un problema que de todos modos se presentará, tampoco fue previsto por las autoridades. En los próximos días, las bolsitas verdes reposarán en las veredas junto a las tradicionales, que contendrán sólo la basura orgánica. Desde ahora, entonces, la bolsita verde será de los que posean medios mecánicos, es decir, para los más rápidos. Los que posean vehículos se llevarán la parte del león, en tanto que los cartoneros -que trabajan con su propia tracción a sangre- serán los grandes perjudicados por una medida que pretende -supuestamente- favorecerlos. Este hecho podría hasta generar una guerra, en la que las mafias y los más poderosos serán los grandes vencedores y los cartoneros más pobres -como siempre- los grandes perdedores.