Los radicales viven un contradictorio presente en los comienzos de 2016. Forman parte de un gobierno que no los escucha, tienen un presidente que se retiró del escenario por razones desconocidas y dirigentes de su partido están al frente de sólo tres ministerios, que se ubican casi en la marginalidad política. Sólo el formoseño Ricardo Buryaile aparece en los medios de vez en cuando, en las ocasiones en que la cartera de Agroindustria debe apagar algún incendio. De los ministros de Comunicaciones y de Defensa casi nadie supo más, a no ser por los chisporroteos que generó en su momento Martín Sabbatella cuando fue destituido de su espacio en la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Dentro de este confuso panorama, Ernesto Sanz, su presidente fugitivo, está preparando la vuelta al ruedo. Días atrás, entrevistado por el matutino porteño La Nación, encendió un poco los oídos de sus correligionarios cuando afirmó que “creo que algunos empresarios se merecen un Moreno”, en relación a aquellos que no ayudan a combatir la inflación y encienden el malestar de la sociedad aumentando sus beneficios con el simple recurso de aumentar los precios, pero no la productividad ni la eficiencia.
Uno de los objetivos de Sanz es el de comenzar a aparecer en público más seguido para encarar un proceso de renovación partidaria de incierta definición. Lo mismo, dicen sus íntimos que sigue siendo el hombre que consulta Macri cada vez que necesita acordar algunas medidas con sus aliados del centenario partido.
Fueron varias las razones del alejamiento de Sanz de la política activa y lo llevaron a mantenerse en hibernación en Mendoza. Una de ellas, aseguran en los mentideros políticos, fue una negativa de Mauricio Macri de entronizarlo como su jefe de Gabinete, inclusive a pesar de que una llamada de Paolo Rocca lo conminaba a aceptar al senador mendocino en ese lugar estratégico de su gabinete.
Otra de las razones tiene que ver con el “Incidente de Luján”, un dramático cónclave acaecido en febrero último, en el que los radicales cruzaron filosos aceros con el jefe de Gabinete, Marcos Peña y con el ministro del Interior, Rogelio Frigerio. Allí, los herederos de Hipólito Yrigoyen exigieron a sus ¿aliados? “mejorar la comunicación” y gozar de “una mayor participación en el gobierno”.
Enseguida supieron los más avezados que el pedido había llegado demasiado tarde. Los espacios políticos ya habían sido ocupados y ellos poco podían hacer, en conseuencia. Desde entonces, los internismos y los viejos enfrentamientos recrudecieron y el radicalismo entró en la fase tumulto que al peronismo le sienta bien, pero a ellos les cae indigesto.
Otro tema que mantiene sobre ascuas a los radicales es la demora en el lanzamiento del Plan Belgrano, al frente del cual lograron ubicar al tutumano José Cano, que fue anunciado con bombos y platillos ni bien asumió Mauricio Macri, pero que luego ingresó en una zona gris de la cual podría salir si se realiza la promesa del presidente de destinar a su financiamiento parte de un crédito del Banco Mundial.
Sanz considera que su vuelta será necesaria para comenzar un período de renovación del radicalismo que aún está inconcluso después de la convenión de Gualeguaychú, en la cual se corporizó la alianza con Macri, que le permitió a éste llegar a la Casa Rosada y al radicalismo tan poco rédito.
De todos modos, en el mundo de la política hace falta algo más que lo que anuncian los laderos de Sanz, que se limitaron a adelantar que se lanzará un instituto de políticas públicas y formación de cuadros.
Sanz espera, eso sí, desbancar a su rival más prestigioso dentro de la UCR -rival político y rival ideológico-, que lo enfrenta siempre que puede. En el próximo mes de agosto, la UCR bonaerense renovará autoridades y el mendocino le va a plantar un rival al hijo del expresidente entre 1983 y 1989. El elegido sería el actual vicegobernador de la Provincia , Daniel Salvador. El argumento es simple: habría que armar una lista de unidad y evitar una interna feroz, que afecte el espacio político de Cambiemos. El sanzismo plantea que quién mejor para ello que el hombre que encarna la alianza con el Pro, el funcionario de más rango de la UCR en la provincia.