En el marco de la reunión de Bolívar, en la que 35 intendentes bonaerenses elaboraron su tejido táctico para conservar en sus manos la conducción de la Federación Argentina de Municipios (FAM), se produjeron declaraciones de trazo grueso y de trazo fino, como las que saben disparar los picantes estrategas de ese complejo mundo que es el conurbano bonaerense.
Para las de trazo fino, el encargado fue Julio Pereyra, el intendente de Florencio Varela y titular de la FAM, que expresó, muy civilizadamente, que “necesitamos fortalecer las instituciones. Independientemente de los perfiles individuales de cada uno y de las pertenencias políticas, hay algo que tiene que unirnos en pos del municipalismo”.
Luego, el líder de los jefes comunales definió a la FAM como “un espacio donde los intendentes se juntan a discutir las políticas hacia adelante”.
Hasta aquí llegó el amor, porque luego tomó la posta el ex intendente de La Matanza y presidente del PJ bonaerense, Fernando Espinoza, que lanzó -sin anestesia- una frase que sumió en crisis a toda la alianza que trabajosamente había anudado Pereyra: “si se levanta el conurbano, cae el presidente”, sostuvo iresponsablemente.
Paradójicamente, la profecía de Espinoza provocó que varios intendentes -es necesario recordar en este punto que el matancero ya no lo es- se levantaron y se fueron, disconformes con sus palabras.
Cuando habló Espinoza y disparó la polémica frase “si se levanta el conurbano, cae el presidente”, también paradojicamente se “levantaron” algunos intendentes, disconformes con la frase del presidente del PJ bonaerense.
Para agravar la situación, en la mañana de este miércoles, en lugar de suavizar y poner en contexto sus palabras, Espinoza se sostuvo en sus dichos. Primero apeló a una supuesta frase del corazón: “lo que dije es lo que siento”, comenzó, para continuar afirmando que no desea “que explote el conurbano”, aunque luego abundó en los mismos dichos del día anterior.
“Es un pensamiento que tiene que ver con los recuerdos del futuro”, afirmó, para luego apelar a la “conciencia” del presidente de la Nación, al que le solicitó: “Presidente Macri, retrotraiga las medidas, no le haga caso a los economistas de la escuela de los Chicago Boys como los que tiene”.
Luego, se desdijo sin convicción de sus palabras, casi como esperando la fatalidad. “Lo que estoy contando es una película que ya vi y que no quiero que se repita”, le dijo al presidente, para terminar echando la responsabilidad de sus dichos a “lo que escucho hablando con los vecinos”.
Finalmente (ya era hora), Espinoza intentó exponer un atisbo de racionalidad política, manifestando que “se nota día a día el enfriamiento de la economía, los despidos, la megadevaluación, el precio de los alimentos de la canasta básica, que están por las nubes y los mega tarifazos en la luz, el agua, el gas, el transporte público, esto claramente lo que hace es que la gente no pueda desarrollar de forma normal la vida que venía llevando”.
De todos modos, la ominosa descripción no alcanza a explicar las palabras de un dirigente, del que nadie olvidará que amenazó al presidente de la Nación y puso en crisis la construcción política de su propio partido.
Existen razones para comprender las reacciones, a menudo desproporcionadas, de Espinoza. La primera, es que ya no es el jefe comunal de La Matanza. La segunda, es que su liderazgo hace tiempo que está puesto en duda. La presencia de Verónica Magario es la consecuencia de su caída, no sólo porque ahora es la intendente del distrito, sino porque la llevó allí el tejido que construyeron ella misma y su padre, Raúl Magario, durante años.
Dicen los que conocen los pasillos matanceros que cada vez crece más la desazón del ex intendente y que por eso acompaña a Magario a todas las reuniones de intendentes. Estuvo el 18 de enero en la firma del Pacto de San Antonio de Padua, que marcó el inicio de la etapa de reorganización del peronismo bonaerense y estuvo también el 23 de enero en el Partido de la Costa en la reunión del peronismo provincial. Además, asiste a cada reunión a la que debe ir el representante comunal de La Matanza, aterrorizado ante la posibilidad de que finalmente Verónica Magario prescinda de sus oficios.
En ese marco fue que Espinoza apeló al terrorismo verborrágico, un recurso que sólo utilizan los que perdieron el poder. Los otros, los que lo ejercen, no necesitan traducir en palabras el temor a perderlo, por razones obvias. Una historia final lo explica todo. El imperio asirio, que existió entre el 1813 y 1780 antes de Cristo, que ocupaba la zona norte de la Mesopotamia, había sojuzgado a los pueblos de la región. Cuentan los historiadores que sus recaudadores de impuestos se movían en enormes carruajes que iban escoltados sólo por unos pocos, aburridos soldados. La explicación de este último hecho, en la bravía región por la que viajaban era simple: nadie osaba tocar siquiera esos vehículos, porque si lo hacían iba a llegar el ejército asirio, iban a atacar a todos los poblados de la región, iban a destruirlos e iban a masacrar a todo el que se resistiera. Como una advertencia final, sobre las maderas quemadas iban a arar la tierra y luego iban a echar sal sobre todo.
Moraleja: El que ejerce el poder no lo muestra, ni amenaza con ejercerlo, ni amendrenta a sus súbditos. Simplemente les hace saber a los rebeldes que no lograrán su objetivo de vencer, para lo que no necesita palabras.