Sergio Massa anunció que sino se incluyen en la Ley de Emergencia Ocupacional los aportes realizados por los legisladores del Frente Renovador, su bloque emitirá un dictamen propio.
El cambio en la posición del tigrense resulta divergente de la que venía consensuando hasta ayer mismo con sus pares del Frente para la Victoria y el resto de la oposición, que pasaba por no incluir cambios al proyecto enviado por el Senado, donde ya consiguió media sanción. Éste hubiera sido el proyecto que iba a aprobar la Cámara de Diputados, de no haber mediado este “panquecazo” del tigrense.
De todos modos, el martes ya hubo señales del cambio en la posición de Massa cuando el jefe de Gabinete, Marcos Peña, le envió al tigrense un mensaje muy directo en la cena a beneficio de la Fundación Conciencia, al afirmar que “por allí lo veo a Massa, y le reconocemos su empuje el año pasado, y lo tomamos”. El agradecimiento tenía que ver con la nueva postura de Massa frente a la Ley referida antes, que tiene origen en una negociación con el Gobierno, más que con su fidelidad a los “sagrados principios”, sean éstos cuales sean. De todos modos, las palabras de Peña sonaron más como una trampa para osos que como un agradecimiento inocente. En suma, inocencia cero. Ya Massa conoció antes esta medicina cuando en Davos (Suiza) Macri lo definió como “el próximo presidente del peronismo”.
Para el Gobierno es fundamental entorpecer el trámite de la ley, primero para permitirle a Macri hacer el anuncio que hizo el lunes en la tarde -cuyo único objetivo fue hacerle perder “mordiente” a la ley que impulsa la oposición- y, por otra, consensuar con el mundo empresarial un objetivo común: dinamitar la ley.
La nueva postura de Massa frente al proyecto tiene que ver con la confortable situación en la que queda el árbitro de una polémica, que lauda para un lado o para el otro, sin pagar los costos políticos. No sólo eso, los aportes del Frente Renovador tiene que ver con “la protección a las PYMES, al empleo joven, a la transformación de los planes sociales en empleo genuino y a la creación de puestos de trabajo para los mayores de 50 años”. Faltaba Caperucita Roja y estaba la dotación completa. Tanta complacencia indica más una obstrucción que un apoyo. Es imposible saciar las necesidades de todos en una sola ley, por ejemplar que ésta sea.
Como se insinúa en los primeros párrafos de esta nota, tras el “panquecazo” de Massa está la mano férrea del Gobierno, que busca que el proyecto se agote en sí mismo en dos planos. Por una parte, sometido por las fisuras entre sus impulsores y, por la otra, por los “aportes” de algunos de éstos que, sin romper con el resto de la oposición, lo perfeccionarán tanto que lo volverán impracticable.
La otra mano que frenó a Massa tiene que ver con el policlasismo de su bancada, que contiene a sindicalistas y empresarios. Los legisladores de origen gremial -Facundo Moyano, Héctor Daer, por ejemplo- se muestran favorables a su continuidad, pero los representantes empresariales -como Ignacio de Mendiguren, expresidente de la Unión Industrial Argentina- quieren incorporarle objeciones de toda índole, más cercanas a la negativa que a la positiva.
Por último, el recurso extremo que utilizará el Gobierno será el veto.
La pregunta, entonces, surge por sí misma: si la ley jamás será aprobada, ¿porqué existe tanta voluntad por sancionarla?
La respuesta es sencilla. Éste es el primer eslabón en la cadena que se dispone a construir la oposición. Es casi seguro que la ley no verá la luz, pero la “blitzkrieg” del Gobierno de Cambiemos para desactivar la obra que construyó el peronismo durante 12 años fue tan rápida y tan radicalizada, que no podía no sufrir sobresaltos en algún momento. Y el primer sobresalto tendría que ver, quizás, con uno de sus puntos débiles, que es gobernar con minoría parlamentaria.