“Chocolate.” Así le dicen a una perdida calle del conurbano profundo. Nada que ver con ninguna delicia de cacao. Ni cerca. La cuadra se ganó ese particular mote un día de lluvia. Y lo confirmó cada jornada de tormenta. Los vecinos decidieron tomarse con cierto humor el barrial que se formaba allí cuando se amalgamaba una ensalada de agua, tierra, piedras, una pizca de asfalto. Por algún componente que ni siquiera los habitantes más antiguos supieron identificar, la superficie se parece a eso. Chocolate.
La anécdota es contada hoy con sorpresa y humor por funcionarios oficialistas que, aseguran, se encontraron con un panorama desolador en cada puerta de la gestión que fueron abriendo. Acaso exageren un poco. Pero ellos lo ponen en números: solamente en el rubro vial, el Gobierno de Cristina Kirchner dejó pendientes unas 800 obras inconclusas. Licitadas pero sin terminar. Solo pagadas en parte.
Apenas un ejemplo de una polémica latente. A casi seis meses de la asunción de Mauricio Macri, la pregunta se repite: ¿cuánto de “herencia” de los desalojados y cuánto de “deficiencia” de los nuevos inquilinos de la Rosada inciden para que hoy haya una sensación generalizada amarga, de país que nunca termina de despegar?
El jefe de Gabinete, Marcos Peña, un adicto a las encuestas, lo puso en palabras: “Estamos en el peor momento”. La definición coincide con un par de sondeos que salieron a la luz en los últimos días.
Uno, de la consultora Management & Fit. Fueron 2.000 casos, relevados del 20 al 25 de mayo, entre argentinos de 16 a 70 años, de todo el país, con un margen de error de 2,2 por ciento. Todos los datos muestran la imagen de la gestión macrista en baja. Solamente puede consolarse el presidente con una cualidad, con la que también supo forjar carrera su rival en el balotaje de noviembre. Mientras la gente veía relativamente mal o a la baja su administración, como ocurría con Daniel Scioli, sigue siendo alta la ponderación de la figura personal de Macri.
¿Un par de ejemplos de cómo “pegó” el maldito primer semestre en el oficialismo? Cuando comenzó la gestión, un 46,9 por ciento aprobaba las medidas del nuevo Gobierno y un 37,8 por ciento las desaprobaba. En la última medición, el ítem positivo bajó a 44,1 por ciento y el negativo trepó a 42,5 por ciento: teniendo en cuenta el margen de error, empate técnico.
Otra muestra del sondeo de M&F: un 44,6 por ciento de la gente cree que la economía del país estará peor o mucho peor en un futuro cercano. Solamente un 12,1 por ciento considera que mejorará. En enero, apenas asumió Macri, esas mismas mediciones daban 37,1 por ciento la negativa y 17,2 por ciento la positiva.
Otro sondeo de los últimos días correspondió a la consultora Trespuntozero. Fueron 1.100 casos, relevados entre el 16 y el 19 de mayo, con un margen de error de 3 por ciento. Esta firma, como tantas otras, viene haciendo un seguimiento mensual de la gestión. Y por primera vez desde que asumió el nuevo Gobierno son más los que lo ven mal o muy mal (49,1 por ciento) que los que lo ven bien o muy bien (46,2 por ciento). En febrero, con la expectativa del cambio a pleno, la diferencia a favor de un mirada optimista era de más de 15 puntos (52,9 por ciento entre bien y muy bien contra 36,5 por ciento de mal y muy mal).
Ambos sondeos confirman que, más allá del “boom” de la preocupación de los argentinos por la corrupción a medida que explotaban los escándalos de Cristina, sus funcionarios y contratistas socios y se sumaban denuncias sobre la riqueza y el pasado empresarial de Macri, hoy el problema que más atormenta a la gente es la inflación. Y podría sumarse el subrubro de la suba de tarifas.
En el arranque de la gestión, tanto el Presidente como el ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, hablaban de una inflación anual de 20 o 25 por ciento. Solamente abril cantó 6,5 por ciento. O calcularon mal o le mintieron a la gente para no generar un círculo ascendente aún peor. No se sabe cuál de las dos hipótesis es la más mala.
Desde que comenzó, el Gobierno parece haberse enamorado de una costumbre que desamora a sus seguidores: mientras ciertas medidas durísimas para el bolsillo se tomaron de modo abrupto y por simples resoluciones, otras, como la mejora a jubilados o la postergada reforma de Ganancias, deberán pasar por el Congreso y entrarían en práctica de lleno recién en 2017.
Ese incómodo mientras tanto, cuyo fin los funcionarios van corriendo en el calendario, genera inquietudes políticas y sociales de evolución indeterminada. La promesa de la panacea del “segundo semestre” entró en un terreno peligroso para cualquier gestión: ni siquiera se lo toma en serio y hasta se habla de un milagro matemático: la aparición de un “tercer semestre” en 2016.
Sería injusto cerrar el crédito a una presidencia que no llega a los seis meses. Básicamente porque se llega tras un cuestionado proceso de 12 años, del que se siguen revelando desagradables sorpresas. Y ahí la paradoja: la expectativa por el cambio que se generó por casos de abandono histórico, como esa calle de chocolate, hace que la paciencia por las buenas noticias empiece a agotarse. Y el presente de Macri podría empezar a amargarse.