El Gobierno porteño puso a disposición del MTE unos 20 camiones para el traslado de los carros. También les alquila algunos colectivos y paga un incentivo de 370 pesos por mes a cada uno, con la condición de asistir, en una semana de cinco días, por lo menos tres. Los recorridos de cada cartonero se respetan, ya que son históricos. Una de las condiciones del criterio oficial es usar uniforme, credencial, no romper bolsas. Ésas son las reglas de juego. Y se respetan.
Pero quisiéramos detenernos en "extraños sucesos" ocurridos entre un grupo de cartoneros (los cuales vienen de barrios humildes de Lomas de Zamora), y que trabajan en Recoleta, con un grupo de vecinas mayores (de la tercera edad) que viven en el pensionado ?Casa de Ancianos?, que forma parte de una entidad de bien público, la Sociedad de Damas de la Misericordia, ubicada entre Pacheco de Melo y Azcuénaga.
¿Cuáles fueron estos hechos? El núcleo de cartoneros para en un punto dispuesto por el Gobierno, a la vuelta de la facultad de Ingeniería. En esta última, por orden comunal, paran tres colectivos que traen a la gente. La convivencia con el barrio, al ser un grupo constituido por cartoneros históricos, es buena. Hay una predisposición amable de los vecinos mientras cumplen sus circuitos de recolección. Pero ocurrieron (¿ocurren?) "algunos hechos misteriosos" interesantes de resaltar. Fueron varios, y todos recientes. Al finalizar el circuito, "a la hora de la cena", se reúnen los cartoneros para ordenar su trabajo y volver a casa. Por supuesto que en ese momento hay quienes (los más jóvenes) se dispersan, toman mate, comen algo, se producen las excitaciones naturales del fin de la jornada, y las euforias típicas entre vecinos que trabajan juntos. Esto ocurre frente al pensionado. El primero de los hechos sucedió cuando arrojaron de las ventanas del primer piso un cascote envuelto en una bolsa de plástico. No fue un cascote, terminaron siendo varios. Desde un primer piso tirar una "granada" al techo de un colectivo sería una tarea fácil para cualquiera. Pero imaginar a una señora mayor, con anteojos vencidos, sin coordinación (o con una coordinación física de jubilada), que probablemente haya que tenido que subir a un banquito para alcanzar las ventanas de ese edificio, es inverosímil o alevoso. ¿y si ese cascote le hubiese pegado a un cartonero que esperaba al lado del colectivo?
Luego, el "episodio de las comidas". Cuando arrojaron pan duro y algún alimento que probablemente en el pensionado se desecha, y luego de salir a la puerta, chistaron y preguntaron si querían comer algo. Los cartoneros se acercaron, les tiraron la comida al piso, se rieron y cerraron la puerta. Y es frecuente el maltrato verbal, que se escuche que les gritan "¡Basura!", de manera inesperada. Para algunos eso no significa una sorpresa. Parecen estar habituados, no lo denuncian, se ríen; les causa gracia, dicen pobre viejita. Ellos comprenden a las señoras. "Estamos trabajando, no queremos molestar a nadie", se excusa uno, como si hiciera falta. Superficialmente, ésta es la reacción sin saber jamás qué tipo de dolor eso genera en la autoestima de los afectados. La mayoría de los cartoneros cumplen las reglas planteadas por el GCBA. Todos, sin excepción, realizan la actividad en uniforme y la mayoría tiene las credenciales a la vista (hay quien decide guardarla en el bolsillo, para que no haya riesgo de pérdida).
¿Y la misericordia? Consultamos a Josefina, quien administra desde hace siete años el pensionado. La predisposición de aclarar y compartir lo que sabe, y su preocupación porque no se repitan, resulta un alivio para quienes puedan indignarse. Josefina viene tomando el toro por las astas, más allá de que los hechos ocurran en un horario en el que no se encuentra en la institución. Nos cuenta que en el pensionado hay 170 mujeres mayores, con un promedio de 80 años, beneficiarias de la institución. Las mismas reciben la cena a las 19:30 y se acuestan a las 21. Muchas de estas mujeres tiene su habitación en la planta baja que da a la calle, y conviven durante el horario nocturno con el grupo de cartoneros, quienes, lógico, hablan. Según el relato hay diálogos promiscuos que son capaces de escandalizar a mujeres que "se enorgullecen de ser vírgenes". Y sí, se trata de una convivencia difícil, frente a la que debería ponerse paños fríos. Ésta es una Ciudad a la que los cartoneros, con su trabajo, benefician. Y, por otro lado, el pensionado, inserto en el corazón de la Ciudad, no puede innovar reglas de convivencia tales como que a las 9 de la noche las personas no hablen. Josefina entiende la situación, incluso exigió a las señoras que inhiban las reacciones destempladas, y nos confirma que han hecho dos presentaciones en el CGP zonal para que el punto de parada de los cartoneros sea desplazado a la vuelta, a la cuadra de Azcuénaga donde está la facultad de Ingeniería. La pared que separa a estas mujeres de los cartoneros puede parecer un abismo. Y no lo es. Sus orígenes humildes lo confirman. Habrá que unir las puntas de este mismo lazo, sin que nadie pierda. Y esa es tarea del Estado. El trabajo de los cartoneros, la coordinación y asistencia oficial de ese trabajo que realiza el Gobierno porteño, y el rol institucional del pensionado (independiente de toda ayuda oficial), son dignos de destacar y una silenciosa buena noticia.
Sólo falta un algodón entre cristales.