Todas las alternativas que sucedieron durante y después de las PASO llevaron al oficialismo a un blanqueo de la situación de la coalición, del que nadie salió indemne. El cristinismo duro tuvo que aceptar que la capacidad de mando que le otorgaba la “máquina de votos propia” del Gran Buenos Aires no era tal. Incluso, los movimientos posteriores en el Gobierno nacional y en el provincial se dieron a partir de esa premisa, una novedad en la política del sector K y, porqué no, para toda la política.
Los dos gabinetes que se transformaron tuvieron protagonistas y esquemas de decisión diferentes. El cambio en el ámbito nacional fue, de alguna manera, consensuado entre los dos grandes perdedores del 12 de setiembre, Alberto y Cristina, que reconocieron que ninguno de los dos era dueño de ningún diferencial vencedor. Más bien, eran los responsables máximos de la derrota, por no haber detectado a tiempo el humor social y las dificultades por las que atraviesa la sociedad argentina.
El ingreso de Jorge Manzur a la Gran Liga llegó con un retraso de casi dos años, por aquel veto que le había impuesto CFK cuando el tucumano se despachó con su clásica verborragia, jubilando el liderazgo partidario y político de la actual vicepresidenta. Su advenimiento al poder en este momento, de alguna manera resignifica aquella frase y, si bien nadie se animaría a decir que avala aquella afirmación, por lo menos quedó claro que Cristina se vio obligada a levantar el veto y aceptar a un jugador más en la cancha, que tiene juego propio regional, sectorial y, sobre todo, con la ambición desmedida de aquellos que a veces llegan a lo más alto del podio.
Si bien es un secreto a voces que estos cambios son la antesala del verdadero cambio de gabinete -¿y reforma?– que se avecina tras el mal trago que sufrirá en noviembre el oficialismo, más allá de las movidas y las medidas que tome hasta esa fecha, éste ya marca tendencia hacia un peronismo más clásico y más federal. Los acuerdos finales entre Santiago Cafiero y Eduardo “Wado” De Pedro le pusieron letra fina a este primer paso en el que ellos mismos lograron salvar la ropa desde situaciones diferentes, pero muy complejas ambas.
En la Provincia de Buenos Aires, el tándem Kirchner, madre e hijo, tras el rotundo fracaso de sus estrategias, decidieron directamente la intervención de la Gobernación con varios pesos pesados, encabezados por Martín Insaurralde y Leonardo Nardini y con el visto bueno de la Rosada, que veía deshilacharse de ese modo la estrategia K. Allí también el giro hacia el peronismo más tradicional no sólo diezmó políticamente al equipo de Axel Kiciloff (y lo inhabilitó a futuro), sino que también le hizo poner bruscamente el freno al avance impetuoso que la Cámpora ejercía sobre determinados intendentes, intentando asegurarse el control provincial por muchos años. Iban por la tierra prometida de los votos perennes.
Insaurralde, el mejor aliado de Máximo entre la cofradía de barones del conurbano, también ejerció su “recalculando” y, sin tener que pelearse con nadie, llegó para ejercer las decisiones del poder con perfil propio y un equipo de pares que lo respalda en esta etapa. Cualquier cosa es mejor que tratar con Axel o Carlos Bianco para los intendentes. Y eso ya es así. Comparten la conducción, les aumenta la responsabilidad, pero están acostumbrados a ello. Y todos piensan en cómo mantener los distritos y algunos, incluso, no ocultan sus aspiraciones nacionales.
Como noviembre es una etapa perdida, más allá de los innumerables esfuerzos que realiza el oficialismo para hacer todo más leve y llevadero, el 2023 es la meta del camino que empezó a delinearse tras estas PASO. En esa carrera, para la que aún falta mucho, no hay mucho para inventar, si se mantuvieran los resultados o fueran medianamente similares a los de setiembre. La primera gran novedad política es que por primera vez desde 2003, el peronismo tendrá un candidato que no se llamará Kirchner de apellido o no será puesto a dedo por alguien de esa dinastía, como lo fue Alberto.
El nombre de Sergio Massa es uno de los mejor instalados hasta el momento por ese espacio. Se verá qué sucede en el devenir político con Juan Manzur y parece poco probable que Alberto pueda remontar en estos dos años su gestión y su imagen, pero nunca hay que descartar a un Presidente que va por su reelección. Ellos serían a grandes trazos los presidenciables del oficialismo hoy.
El peronismo con terminales en el federalismo, los gobernadores, los intendentes de PBA, los sindicalistas y los movimientos sociales formarán un scrum para competir con Juntos por el Cambio, espacio del que nos ocuparemos en la próxima entrega. La ausencia en el escalón más alto del podio del kirchnerismo será fuerte para lo que significó en este país esa fuerza, alguna vez hegemónica. Veremos qué alianza pergeñan con el poder peronista de turno. Se verá si es con Massa, como viene cultivando Máximo o si Cristina decide emigrar y fundar una nueva Unidad Ciudadana.