Pero más allá de lo que se haya pensado y escrito sobre la materia, que es mucho, pareciera que hay que insistir, y más si se aprecia que países como el nuestro y grandes ciudades como Buenos Aires aún no logran, desde el Estado, generar lo que exige el momento histórico, siendo la práctica política la primera en defeccionar.
Las empresas y sus lobbystas, sumadas a la industria del juicio -uno de los principales núcleos financieros del derecho como corporación-, resultan algunos de los ganadores (en un mundo que se mide según ese trastorno bipolar: ganadores y perdedores) de ese Estado Bobo que hoy es amo y señor.
Existen definiciones básicas que hay que desarrollar si lo que se pretende es tener un Estado fuerte y organizado, eficiente y sustentable.
Hay que entender, por ejemplo, que la historia se transcribe como una película y es el film entero el que genera los cambios y a veces las grandes transformaciones -como sucede ahora mismo en Brasil. No se trata de cada uno de los fotogramas que la componen, a la que el protagonista de la misma visualiza como la mejor, la única o la inigualable. La multiplicidad de dimensiones que la política coordine por área en tiempo y forma hará que el todo sea efectivamente la suma de las partes y no la parte concebida como "el todo de alguien".
Basados en esa canallada personalista y cíclica de nuestros gobernantes, nacen los "ismos", la manera más fácil de calificar y descalificar (sobre todo) y volver a lo de siempre: no importa qué se hizo sino quién lo hizo. La vida empieza cuando cada uno llega y termina cuando se va o "lo van", como le pasó a Fernando de la Rúa. Es lo peor, es lo que suele pasar si no se cambia la concepción, porque las condiciones se repiten a partir de la torpeza y la soberbia, un cóctel explosivo.
También hay que entender que la mayoría de los ciudadanos identifica al que tiene un cargo político como un mediocre en el mejor de los casos, es decir, si se lo considera honesto. La eficiencia y la probidad no son incompatibles. El Estado necesita contar con los mejores especialistas en sus materias, pero que además entiendan de Estado. Porque no es lo mismo ser el top de una especialidad cualquiera que manejar una estructura donde se cruzan la política, el sindicalismo, los intereses de la misma gente que decimos que hay que traer para este lado, un sistema por lo general encriptado y corrupto que hace más difícil una gestión estatal que una privada. Para decirlo con todas las letras: se necesita mayor capacidad para ser un buen jefe de Gobierno que un buen CEO de un grupo como Clarín.
Como sociedad debemos tomar conciencia de la necesidad que tenemos de construir un Estado que requiere de mujeres y hombres que sean, ya no los mejores en la actividad privada sino los mejores en la actividad pública, es decir, aquellos que, entre otras cosas, tienen como misión regular la actividad de su contraparte privada, la misma que tanta veces humilla a la actividad pública por el nivel de los sueldos que tiene de su lado del mostrador. No es cierto que los mejores médicos del país sean los mejores ministros de Salud o que los mejores ingenieros, los mejores ministros de Obras Públicas. Quizás cuando avancemos y se pueda pagar en la función pública lo que esta gente gana en el mercado, sería bueno contar con ese capital intelectual, el del libre pensador y creador, ese que cuando ingresa seguramente de forma temporaria al Estado tendrá alguien que lo contenga desde el conjunto, ese será el que lo trajo, uno más integral, su jefe.
Un último párrafo para la política, encargada de hacer funcionar el sistema democrático a través de los partidos. En la Ciudad se cuentan guarismos electorales por debajo del dos por ciento tanto en el PJ como en la UCR. Si la administración del Estado es una disciplina en sí misma, se imagina el lector qué lejos está la preparación y formación que pueden otorgar los "viejos" partidos a los nuevos postulantes a ocupar los cargos de conducción en un distrito donde se maneja una cifra aproximada de quince mil millones de pesos al año. Es lícito preguntarse si no es el último tren que pasa para formar cuadros políticos, que puedan exhibir las ideas de manera sencilla ante la gente y dejar de poner artistas o candidatos "frutilla" para atraer votos. La disyuntiva hacia el futuro no es Macri o la política. Es Macri dentro de la política o la construcción de algo mejor. La esperanza es el norte y el mejor símbolo de la reconstrucción política. Por ahora no se vislumbra, y por eso el reclamo en estas humildes líneas.
Siempre con el agua al cuello, un funcionario del gobierno municipal no logra de-sarrollar sus ideas y menos cumplir la tarea que le corresponde, si es que existe un plan estratégico. La herencia es dura, los problemas son demasiados pero en algún momento hay que empezar. La política no sólo no es mala en sí misma sino que es necesaria para dar vuelta la hoja, hay que tener más y mejor política para que funcionen correctamente las instituciones, la verdadera salvación de este país.
Todavía quedan dirigentes de la "vieja camada" aggiornados y vigentes, tanto que la política debería tomarlos como maestros y ejemplos en el manejo de la cosa pública. No es una mala inversión que mejoren su formación los partidos políticos. Es más: sería fantástico que las distintas generaciones de dirigentes compartieran experiencias, relaciones sociales y tecnologías para elaborar políticas de largo plazo, esas que no se abandonan, que sólo el interés de las mayorías -estén politizadas o no- puedan mantener funcionando o protestar contra quien las interrumpiera: son las políticas de Estado que este bendito país no lograr arraigar en su clase dirigente. Las cosas no cambian porque un nuevo mandatario cante "cambia, todo cambia", las cosas cambian cuando cambian en la realidad. La mediocridad sigue cuestionando los pasados ideológicos de unos y de otros en una discusión berreta que interesa a pocos y atrasa el reloj de la historia perjudicando a quienes necesitamos que exista un nuevo Estado, un Estado inteligente, tolerante y con las agallas de quien sabe lo que está haciendo. Están todos invitados.