En la mañana de este jueves, la aparición de una larga fila de adormilados funcionarios del Gobierno porteño -con cara de no saber bien que hacían allí- sorprendió a los empleados del Teatro San Martín.
Después se supo que el anfitrión de tanta gente -estaban invitados todos los funcionarios, desde el rango de secretario hasta el de director general y eso da un número importante- era el jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra, que quería arengar a su tropa -"para que se pongan las pilas" según uno de los presentes-, en momentos en que se dispone a encarar los dos últimos años de su gestión.
Los asistentes al evento se mostraron reacios a comentar el discurso de su jefe. El estado de ánimo fluctuaba entre el alivio, principalmente de los radicales -muchos esperaban cambios, lo que siempre significa despidos- y el enojo de aquéllos que esperaban de su jefe definiciones firmes.
NOTICIAS URBANAS había anunciado que Ibarra estaba planeando para estos días el anuncio de los cambios en las estructuras del gobierno, aunque este hecho -que estaba previsto- finalmente no se produjo. Por esta razón, la expectativa que se había generado entre los presentes era grande. Uno de ellos, incluso, le comentó a este medio que muchos tenían la impresión de que Ibarra los había convocado para decir mucho más de lo que dijo. Abonaba esta teoría el hecho de que el discurso del jefe de Gobierno -que duró alrededor de una hora- no contuvo ni lineamientos estratégicos, ni ejes ideológicos para acciones futuras, ni definiciones políticas contundentes.
A pesar de todo, en los pasillos posteriores, no había chiste que hiciera reír a los radicales, que venían dispuestos a soportar una nueva tanda de desocupados. Los descendientes políticos de Leandro Nicéforo Alem comentaban -en un prudente medio tono- el ríspido diálogo que mantuvieron Ibarra y el vicepresidente primero de la Legislatura, Cristian Caram, en el que éste le reclamó por la permanencia en el cargo de sus correligionarios, so pena de que las leyes que necesita el Ejecutivo podrían llegar a eternizarse en los cajones del parlamento porteño, encerrados bajo siete llaves.
De todos modos, es inevitable que los cambios que Ibarra no anunció en el San Martín se realicen en los próximos días. Lo que sí es seguro es que la temida diáspora radical no se producirá en la magnitud que fue pensada-durante los últimos días ardieron las líneas telefónicas-, aunque se sabe que esta posibilidad tuvo muchos adherentes de la carpa ibarrista.
Por eso, aunque la tormenta parece haber pasado de largo sin descargar su granizada, ni los mensajes conciliatorios del jefe de Gobierno lograron desarrugar el ceño de los ofendidos dirigentes radicales. De todos modos, mañana Ibarra desandará el camino para ir a decir su discurso de inauguración del período legislativo del 2002. Allí, el propio Caram será su anfitrión y compartirá con él el imponente estrado de la presidencia de la Legislatura porteña, para posteriomente sonreir juntos frente a las cámaras. Dicen que la política es el arte de la pelea y la reconciliación y en eso se parece al amor. Pero no es lo mismo.