Había sido un día interminable. La temperatura, al promediar la tarde, alcanzaba los 40 grados. Dicen que Joaquín Sabina estaba nervioso, que cada vez que toca por primera vez en Buenos Aires se pone nervioso. El hombre se relaja después de la primera.
La cantidad de gente que el sábado 16 atestó la cancha de Boca Juniors, unas 40 mil almas, se repetirán este domingo, algo más fresco después de la lluvia torrencial que cayó como si se hubiera dado vuelta el cielo unos diez minutos antes de la medianoche. En el debe quedaron tres o cuatro canciones que el andaluz no pudo tocar por la furia del chaparrón.
A las diez de la noche, puntual como un verdugo, se apagaron las luces del “estadio maldito” (para los hinchas de Boca) y ahí estaba Sabina, con sombrero bombín, su guitarra, su banda y sus ganas de gritarle a esta ciudad que ama que está vivo, entero y recuperado después de su ya célebre accidente vascular, hace unos dos años y medio, que lo obligó a la suspensión de ciertas costumbres non sanctas.
“Buenas noches, Bombonera, Riachuelo, Buenos Aires”, saludó el cantautor nacido en Jaén, después de interpretar los primeros temas y antes de recitar un poema dedicado a Buenos Aires, una ciudad que lo recibió como antes recibió a Joan Manuel Serrat, una ciudad que ha hecho de este tipo un mito, y que a pesar de sus “malas compañías” ya era adorado hasta por conservadoras madres de familia. Se sucedieron “Esta noche contigo”, “Mentiras piadosas” y “¿Quién me ha robado el mes de abril?”, antes de abrir la secuencia inspirada en esta zona del globo: “Con la frente marchita”, “Por el bulevar de los sueños rotos” y “Dieguitos y Mafaldas”. De inmediato, “Conductores suicidas” en variante de rock and roll furioso, a la Billy Idol.
A la hora y media de empezado el show, los rayos y las centellas que cruzaban el cielo anunciaban lo que se venía, pero antes pudo escucharse “Y sin embargo”, “Calle melancolía”, “Pájaros de Portugal” y “Una canción para Magdalena”. La juventud vibraba, lloraba, se emocionaba, transpiraba, metía mano. La sorpresa resultó absoluta cuando Sabina anunció a un invitado especial, Fito Páez, con quien supo grabar un disco, “Enemigos íntimos”, y después pelearse. Pero ni siquiera llegó a subir al proscenio, ni el español terminar de tocar “Ruido” porque la tormenta arrasó hasta las pantallas gigantes instaladas a un costado.
La Bombonera parecía flotar sobre un cenagal de cloaca (y es probable que así haya sido), mientras la desconcentración de la muchachada que la suda y la disfruta, la padece y la goza, la pelea y la vive, se completaba con cientos de coros y grupos cantando y tosiendo, ebrios de poesía sin pretensiones eruditas, de esas que no se entiende nada porque no hay nada qué decir. La cita continuaba este domingo, otra vez en el mismo lugar.