Sin dudas, vivimos en dos Argentinas. La del discurso político y la de las acciones del poder y sus consecuencias. La primera siempre se nos presenta con intenciones de cambios y hasta se anima a plantear revoluciones. La otra, permanece casi inalterable cada día que pasa.
Por un lado, tenemos la Argentina que nos quieren ?vender?, según la cual el país avanza en una transformación sin parangón: la pobreza disminuye constantemente, el problema de la inseguridad es una ilusión alimentada por los medios opositores, el poder adquisitivo de los trabajadores se incrementa año tras año, la industria crece, el campo bate niveles de producción de soja y trigo, la defensa de los derechos humanos es absoluta, etc. También nos encontramos con una Ciudad inmaculada, la Policía Metropolitana erradicó los delitos en donde actúa, los problemas de tránsito se están solucionado; los espacios públicos han sido recuperados y valorizados; la calidad de vida en el sur está equiparada con la del norte; la educación es un éxito porque reparten laptops a los chicos, etc.
Este discurso se contrapone con las acciones de la mayoría de los personajes con poder político real en la Argentina: Hugo Moyano, secretario general de la CGT, quien dice representar a todos los trabajadores y que al mismo tiempo es investigado por adulterar medicamentos de las obras sociales, también amenazó con paralizar el país cuando la Justicia suiza inició una investigación sobre su riqueza. La Presidenta no dijo nada al respecto, prefiere otorgar premios retóricos en vez de pronunciarse sobre temas trascendentes. Por suerte no son todos así.
A nivel local, el Jefe de Gobierno nos somete durante meses a la discusión banal acerca de la fecha de las elecciones locales. Las elecciones son importantes y la determinación de su fecha es una cuestión meramente administrativa y establecida de antemano en las leyes, pensada sólo en función de brindar a los ciudadanos una discusión abierta y seria sobre los desafíos y problemas de la Ciudad.
Debemos entender que estas nimiedades ocupan páginas en los diarios. Mientras, la ciudadanía expresa a gritos cuáles son sus prioridades: la inseguridad y la violencia, la inflación, el trabajo, la basura, el problema habitacional y el ordenamiento del tránsito.
Diariamente sufrimos, y cada vez con mayor frecuencia, hechos de violencia: arrebatos, salideras, secuestros exprés no son patrimonio exclusivo de la Ciudad. Los acontecimientos vividos en el Indoamericano y en el Bajo Flores evidencian la inoperancia de los gobiernos de turno y la manera en que éstos alimentan los conflictos sociales. La Presidenta de la Nación y el Jefe de Gobierno de manera mezquina han decidido no sumar fuerzas ni coordinar los recursos que administran, permitiendo que estos problemas se agraven y se tornen inhumanos.
Es en este punto donde los argentinos y quienes vivimos en Buenos Aires sentimos que el Estado no se interesa por nosotros. Frente a esto gran parte de los políticos empapelan la Ciudad con afiches y eslóganes. Pero la revolución de la igualdad y la revolución del progreso sostenido y sustentable siguen pendientes.
Vemos que en la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri ejerce su cargo atendiendo sólo fines partidarios y particulares. La interna del macrismo y del FpV pasa por ver quiénes gerenciarán los negocios que hacen con los recursos de la Ciudad. Existen debates pendientes que estos señores y señoras rehuyen porque no tienen respuestas. Nosotros queremos discutir, por ejemplo, acerca de la decadencia del sistema educativo: que este debate no se agote ni en la discusión salarial ni en los conflictos edilicios.
Tenemos la obligación de luchar por una Ciudad y una Nación con igualdad social, para lo cual soñamos y propusimos el ingreso universal a la niñez, el 82 por ciento móvil para los jubilados y la reforma tributaria que haga realidad la distribución equitativa de la riqueza. Queremos un país y una Ciudad donde primen los valores democráticos y un país en el que se combata a las corporaciones corruptas. En definitiva, queremos un gobierno que canalice las demandas y no se agote en disputas por espacios de poder. Como Nación, tenemos mucha potencialidad. No perdamos un segundo más.