La mujer caminó largas cuadras, mientras empujaba la silla de ruedas en la que iba su nietita Lucila, de nueve años. Ambas se veían felices, como anticipándose al placer de presenciar el espectáculo que divulga los secretos del universo.
Finalmente llegaron a su destino, la señora sacó sus entradas y se situó en la cola para ingresar al Planetario "Galileo Galilei". Pero, cuando se disponían a entrar, alguien les hizo notar que en el lugar no hay rampas, ni ascensores, ni mecanismos para elevar sillas de ruedas.
Lucila se quedó ese dos de septiembre de 2001 sin presenciar el espectáculo. Un clavo en el fémur, que la obligó a andar en silla de ruedas durante muchísimo tiempo, sumado a la impericia de los funcionarios que supimos conseguir, le impidieron pasar un domingo agradable con su abuela.
Sólo se puede acceder al Planetario por medio de dos escaleras muy empinadas y muy largas. En la construcción del edificio, realizada en 1965, no estaban previstos los problemas de los discapacitados, y lo más grave es que todo sigue igual desde entonces. Peor aún, habitualmente se impide la entrada de gente que no puede subir las largas escaleras por alguna incapacidad física.
La abuela denunció el caso ante el Centro de Gestión y Participación Nº 14 Este, que a su vez lo derivó al Área de Coordinación General de Programas y Proyectos, que hasta ahora no ha dado respuesta a la solicitud.
Los burócratas porteños deberían -alguna vez- apurar los trámites que, según parece, los sobrepasan. Lucila ya se perdió la visita, pero todos los días hay nuevas Lucilas que siguen impedidas de disfrutar del placer de investigar en los secretos del conocimiento. Sería imperdonable que sólo porque andan en muletas o en silla de ruedas o simplemente porque son ancianos o tienen alguna incapacidad sigan sin poder acceder a un lugar público, como lo es el Planetario.
Porque eso es discriminación.