Ibarra es el presidente de un partido al borde del colapso

Ibarra es el presidente de un partido al borde del colapso

El Congreso Nacional del Frente Grande fracasó este sábado en darse una conducción nacional. Una serie de operaciones cruzadas, protagonizadas en roles estelares por Rodolfo Rodil y Alberto Flamarique, derribaron los precarios acuerdos que se habían tejido dificultosamente en los días previos. Recién el 23 de marzo se elegiría la Mesa Nacional, lo que pone al partido más cerca que nunca de la anomia política


Las expectativas que los propios dirigentes del Frente Grande albergaban con respecto a su Congreso Nacional se vieron defraudadas de manera absoluta ante la reaparición de la magia operativa a Alberto Flamarique y la siempre eficaz "muñeca" del operador principal del Frente bonaerense, Rodolfo Rodil.

El Congreso del Frente eligió finalmente a Aníbal Ibarra como presidente del partido y, a continuación votó un cuarto intermedio hasta el 23 de marzo. El deseo de la militancia de plantear una autocrítica y una profunda discusión política se vieron frustradas. También la "Liga de los Intendentes" deberá esperar una mejor oportunidad -que tras el día de hoy, quizás nunca llegue- para hacerse cargo del poder dentro de la fuerza.

El principio del fin comenzó ayer, aunque venía vislumbrándose desde hace algún tiempo. Rodil y Flamarique comenzaron oponiéndose a que Juan Pablo Cafiero se convirtiera en el vicepresidente del partido. Luego exigieron que Cristina Zuccardi -la esposa del propietario de la Banelco-formara parte de la mesa de conducción de 21 miembros que el Congreso se disponía a elegir. La "entente" de Rodil y Flamarique, entretanto, era evaluada por la furiosa militancia del Frente como estratégica, en vista de que ambos plantean desde siempre acompañar al gobierno de de la Rúa, a pesar de la férrea oposición de la mayoría de una fuerza que se encuentra hoy más que nunca, a punto de volver a ser una pequeña fuerza política. "Amigo de Santibáñez" fue lo menos violento que le dijeron.

Al mediodía ya los militantes -los que no entran a los salones donde se cocinan las cosas- le manifestaban a NOTICIAS URBANAS que "nada va a salir de este congreso" y que "esto es una repartija de carguitos y nada más". A las 5 y media de la tarde los rebeldes dieron quorum. Rápidamente, el presidente del Congreso, Alejandro Mosquera, antes de que las cosas tomaran un camino que no respondiera a la negociación previa -que había sido larga y ríspida- le dio la palabra a Aníbal Ibarra, que planteó que "se necesitan consensos pero no para el ajuste, sí para renegociar la deuda externa y para defender el trabajo y la industria nacional".

Luego el jefe de Gobierno porteño planteó que "ya no somos una fuerza que tiene algunos legisladores. Ahora somos una fuerza que tiene intendentes, diputados, senadores y concejales. Gobernamos a siete millones de personas. El gobierno nacional ya no expresa a la Alianza ni al FREPASO", se diferenció.

Ni bien terminó su discurso, Ibarra fue elegido presidente del Frente Grande, tras lo cual -rápidamente- Mosquera le cedió la palabra a Oscar Laborde, el intendente de Avellaneda, para que solicitara un cuarto intermedio hasta el 23 de marzo, que fue votado inmediatamente. El neuquino Gabriel Reyes denunció que intentó pedir la palabra para plantear que cada distrito pudiera decidir su política de alianzas, pero no fue escuchado.

Ante los hechos consumados, un grupo de dirigentes -la mayor parte de ellos del interior, cuyo vocero principal fue el tucumano José Vitar- enfrentó al periodismo para anunciar que no reconocerán lo que se decidió en el congreso. El grupo, que asegura que agrupa a 112 diputados, si bien no cuestionaba la candidatura de Ibarra a la presidencia del partido, sí cuestionan que no se haya efectuado un conteo para asegurar el quorum. Los términos que utilizaron expresaban, en tanto, la furia y el descontento que los envuelve. Para definir al congreso, utilizaron una dura definición: "fue un mamarracho".

Los dirigentes -entre quienes revistan, además de Vitar, Carlos Raimundi, Mary Sánchez, Irma Parentella, Rafael Flores y María América González, proponían a "Juampi" Cafiero como vicepresidente del partido. Anunciaron además que en sus evaluaciones posteriores al congreso, no descartaban la posibilidad de separarse del Frente Grande.

Finalmente, el periodismo fue invitado a subir hasta el octavo piso, donde un abatido Aníbal Ibarra -en jeans y camisa- manifestó que "se avanzó en un paso necesario: institucionalizar el partido. El resto de la Mesa Nacional se elegirá el 23 de marzo. En una tarde no se puede sintetizar la realidad nacional. En medio de la crisis que estamos viviendo, el partido no puede tener conductas autistas y sumergirse en el internismo". La explicación sonó más a dolorida resignación que a un certero análisis político.

Más allá de las explicaciones de circunstancias con las que los dirigentes del Frente Grande intentaron disfrazar un fracaso evidente, está claro que, ante la presión combinada que ejercieron Rodil y Flamarique, aliados con una gran cantidad de congresales del interior, el ibarrismo cedió a la presión para poder ver a su jefe sentado en el sillón principal. Aceptaron, además, dejar para más adelante la elección del resto de la Mesa Nacional, a la espera de que el tiempo los ayude a contrarrestar la operatoria de Flamarique y Rodil -dos huesos duros de roer en estas lides-.

El propio Ibarra reconoció que sus operadores no recorrieron previamente el interior para cerrar acuerdos que les permitieran llegar a este 15 de diciembre con la tropa disciplinada tras el objetivo que esperaba su militancia: discutir de política y cuestionar las decisiones con las que no estuvieron de acuerdo en su momento.

Esta aparente ingenuidad política acotó de tal manera el margen de maniobra a los operadores del ibarrismo y de sus aliados, que sólo pudieron mirar con desesperación como todo el capital que invirtieron durante diez años en la construcción del Frente Grande oscila peligrosamente en el borde del precipicio.

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