LA ARMADA BRANCALEONE CAMBIA DE ALOJAMIENTO
En el viejo micro todo era algarabía. Más aún, cuando ingresó a la autopista que los depositaría en la urbe. Los sanjuaninos se cruzaban bromas y reían, mientras daban cuenta de algunas reservas vitivinícolas autóctonas que habían cargado para soportar el largo viaje entre la cordillera y la pampa húmeda.
Ingresaron a la gran ciudad sin que la alegría disminuyera, concientes de que su objetivo estaba ahí nomás, al alcance de la mano. De repente, el chofer anunció jovialmente: "Llegamos, muchachos".
Las bromas dejaron de fluir, las risas se convirtieron en muecas de disgusto y las palmas dejaron de escucharse. "¿Éste es el hotel?", se escuchó en el silencio de la noche. "¿Qué se creen, que somos indios?, preguntó y se preguntó otro, poseído por una santa indignación. "¿Así tratan a la militancia en este partido?", se enojó un tercero, y la remató, con cierta desazón: "No me extraña que este partido esté a punto de desaparecer".
El hotel sindical en el cual les había reservado habitación la comisión organizadora de la Asamblea Nacional del Frente Grande, no era, indudablemente, del agrado de los militantes sanjuaninos. La decisión no se hizo esperar: "Nos vamos al Hotel Panamericano, que es un hotel como la gente".
Finalmente, para allá partió el desvencijado autobús, portando a la Armada Brancaleone sanjuanina, que, finalmente, ni siquiera entró al salón en el que se desarrolló la Asamblea porque eran gente que sangraba para la divisa del antiguo ministro de Trabajo de de la Rúa, Alberto Flamarique, que solo se destacó el sábado por su ausencia. Por supuesto, todo el periplo, incluso el cambio de alojamiento, corrió por cuenta del partido que tanto ayudaron a perjudicar.
EL AÑORADO QUE NUNCA LLEGÓ
El ex senador Pedro del Piero era ansiosamente esperado el sábado en la Asamblea Nacional del Frente Grande. No sobraban los delegados para lograr el "quórum" necesario, por lo que se puede decir que el flamante titular de la Sindicatura metropolitana era tan deseado como el agua en el desierto.
Fue así que el celular del barbado funcionario sonó repetidas veces, así como otros teléfonos en los que se lo solía ubicar fácilmente cuando aún no había sido honrado con el cargo desde el que sirve a la Patria en estos momentos.
Todo fue en vano. El novel síndico porteño brilló por su ausencia, aún en una Asamblea repleta de ausencias. Pero no por ello fue el menos denostado, aún en una Asamblea llena de denuestos. Dicen los que conocen la receta de los guisos que se cocinan en el Frente Grande que todavía se escuchan en los pasillos partidarios algunos adjetivos que califican su actitud, que no reproduciremos aquí por su contenido soez, contrario a nuestros principios republicanos.
El barbado y añorado, que antes supo acampar en las cercanías de la carpa de "Chacho" Álvarez, ahora hace dudar a sus nuevos compañeros acerca de su domicilio actual, después de haberles anunciado en repetidas ocasiones su traslado a otro cámping.