A primera vista, Cromañón, Time Warp y el último recital del Indio Solari en Olavarría tienen como factor común el ser tres bombas de tiempo que nadie hizo nada para desactivar. Y que todas fueron detonadas por un ritual que, como tal, gozaba de un consenso social que permitía su realización con aprobación y festejo: las bengalas eran moneda corriente en los shows de Callejeros, al igual que las drogas de diseño en las fiestas electrónicas y la costumbre, en el caso del Indio, de convocar a cada vez más gente a un solo lugar para lograr el “pogo más grande del mundo”. Sin embargo, y esto hay que aclararlo de entrada, pese a todo lo que se viene hablando aún no está comprobado que las dos víctimas fatales en el recital del Indio guarden relación directa con la mala organización del show. Lo que sí está claro es que, por culpa de la misma, hubo heridos y el recital pudo haber terminado en una catástrofe de proporciones inimaginables. Pero hasta que la muerte se hace presente, este tipo de rituales forman parte de una especie de folclore urbano. En los tres casos, el ritual se combina con otras cuestiones que facilitan la explosión: fallas en la seguridad, superpoblación, negligencia, negocios más rentables que lo conveniente y un irresponsable exceso de confianza. El famoso “nunca pasó nada, no va a pasar nada” que desconoce que la lógica inductiva es la peor de las lógicas. En los tres casos, fracasó el Estado y fracasaron los organizadores.
En torno al recital del Indio, la Justicia deberá determinar hasta qué punto cada involucrado (Estado, productora y artista) tuvo responsabilidad en el desarrollo de los hechos, si hubo corrupción y, fundamentalmente, si las dos muertes pudieron haberse evitado o no. En esta nota decidimos llamarnos a la prudencia y a no sumarnos al coro de la desinformación que opera sobre la base de trascendidos. Pero hay puntos que sí permiten un análisis en torno a un hecho que debe ser esclarecido judicialmente.
Giro de 180 grados
El apotegma de que la realidad existe según cómo se la relata (o te la relatan) alcanzó con los sucesos de Olavarría su máximo esplendor. En los días previos al show e incluso durante, hasta que comenzó a circular la noticia de que había muerto gente, los informes periodísticos celebraban las 200 mil, 250 mil o 300 mil personas que había logrado convocar el Indio al predio de La Colmena. Un predio que, luego de la tragedia, los diarios del lunes se encargaron de remarcar que estaba habilitado solo para la mitad del público.
El “pogo más grande del mundo” había sido publicitado hasta el cansancio en otros recitales previos del Indio y como parte de la promoción del de Olavarría. Con solo googlear un poco aparecen imágenes captadas con drones del show que el Indio realizó en Tandil. ¡Pero qué lindo era ver semejante multitud! La ves y querés ser parte del próximo recital. ¿Cuánta gente fue a Olavarría para no quedarse afuera de semejante experiencia mítica? Y entonces volvemos al ritual consensuado socialmente: la salida es un garrón, tenés que caminar cien cuadras, pero forma parte de la cultura del aguante. Te glorifica, como te glorificó resistir la presión en el cuerpo de 200 mil tipos, viajar miles de kilómetros, soportar el frío en Mendoza o dormir en la calle. Cuando canta, al Indio casi no lo ves porque el predio está lleno de gente, pero vos estás. Se sufre pero está bueno. Estuviste ahí y podés contar la historia.
Pero cuando nos enteramos de que hay muertos todo cambia de color. Y las cien cuadras que tenías que caminar a la salida se transforman en el garrón que, en el fondo, sentías que era; el hacinamiento, en hacinamiento; los chicos que tardan en volver a sus hogares por la falta de transporte, en “desaparecidos”, y el Indio Solari deja de ser el ídolo convocante para convertirse en un millonario que canta “el lujo es vulgaridad” pero tiene un departamento en Manhattan. La organización fue un desastre, ya lo dijimos, pero no era algo nuevo. Ese desastre formaba parte de una cultura avalada, por acción u omisión, por todos: Estado, artistas, productores, público y medios. Solo que las veces anteriores nadie tuvo que lamentar un muerto.
Noticias de ayer
El relato trágico se originó con una vergonzosa cobertura de la agencia oficial Télam, que, sin haber enviado cronistas al lugar para economizar unos pesos (el ahorro irresponsable en recursos que se le critica a la productora del recital parece ser un mal endémico), “confirmó” la “muerte de siete personas” por “una avalancha”. A partir de ese momento cundió la locura. Se llegó a hablar de “hasta diez o más muertos” dentro del predio de La Colmena y se dio por cierto que los fallecimientos se habían producido debido a la fatídica avalancha. A partir de allí, se construyó el discurso que mencionamos más arriba: parafraseando a Charly, lo que era hermoso fue horrible después. Y el Indio pasó a ser el Sr. Burns de Los Simpsons.
Lo más notable es que, según informaciones posteriores, los resultados preliminares de las autopsias arrojaron que una de las víctimas, Javier León, de 42 años, había fallecido por un paro cardíaco a raíz de una trombosis (su esposa, además, reveló que su muerte no se debió a la avalancha), y que la otra, Juan Francisco Bulacio, de 36, cuyo deceso se debió a un “paro cardiorrespiratorio traumático”, tenía sustancias tóxicas en la sangre. Según la autopsia preliminar, ninguna víctima presentaba síntomas de aplastamiento. Cuestión que, a priori, parece echar por tierra la hipótesis de la avalancha asesina. Avalancha que existió y que dejó heridos, pero que, según estos datos, no habría generado esas dos muertes.
Si la organización del show tuvo alguna responsabilidad en el hecho de que estas dos personas perdieran la vida es uno de los puntos fundamentales que, como se dijo más arriba, debe investigar la Justicia. ¿Estas personas habrían muerto igual si la organización hubiera sido la correcta? Imposible aventurar una respuesta ahora. Otra cuestión: ¿cómo se habría construido la realidad si el relato inicial no hubiera inflado el número de muertes ni las hubiera atribuido a una avalancha? ¿Se estaría cuestionando al Indio como ahora o se seguiría festejando que 300 mil personas coparon La Colmena? ¿Todo el garrón previo y posterior volvería a ser folclore?
Lo que sí hay que destacar, a pesar del amarillismo con que algunos comunicadores trataron la información, es que a partir del “error” de Télam se realizaron también informes periodísticos más serios que pusieron blanco sobre negro las graves irregularidades en la organización del show. Que existieron y fueron muchas. Porque si, como se dijo hasta el cansancio, más de cien mil personas ingresaron sin ticket a La Colmena una vez iniciado el recital, esto podría haber generado una tremenda catástrofe con cientos o miles de muertos. La reacción, como siempre, fue tardía. Si no hubo que lamentar más muertos fue porque, aun en la desgracia, primó la suerte.
Los espasmos de la política
Si las miradas críticas hoy apuntan al Indio Solari y a la productora del show (a los responsables de esta última, Marcos y Matías Peuscovich, la Justicia los considera imputados en la causa que investiga el hecho) a raíz de una serie de irregularidades graves que van desde permitir el ingreso masivo de público por sobre la capacidad del lugar hasta la venta de alcohol y la falta de recursos de seguridad y de control, no puede dejar de mencionarse la insólita actitud del intendente de Olavarría, Ezequiel Galli, de Cambiemos. Firmó un contrato constituyendo al Estado en fiador de la productora para el alquiler del predio de La Colmena, no previó qué infraestructura era necesaria para recibir a 300 mil personas en una localidad cuya población es menos de la mitad de esa cifra y, cuando la situación empezó a quemar, pretendió hacerse el desentendido, a pesar de que hay videos que lo muestran apostando públicamente que al show del Indio acudirían 200 mil personas o más. O peor aún, que lo muestran en una reunión con los productores del show y un grupo de vendedores ambulantes en el que se discute cómo organizar la venta de cerveza en el recital. Quiso aparecer como el intendente piola que contrastara con aquel que en 1997 impidió a Los Redondos tocar en ese mismo municipio y, cuando la jugada le salió mal, trató de tirar la pelota afuera, al igual que el resto de los involucrados, con el agravante de que la máxima autoridad en Olavarría es él.
La oposición kirchnerista también tuvo lo suyo: en febrero presentó un proyecto para declarar Visitante Ilustre al Indio Solari en el Concejo Deliberante, lo que demuestra que había un consenso de todos para la realización de un espectáculo que al municipio le quedaba grande.
La política, como siempre en estos casos, corrió por detrás y no dio la talla. De un lado, buscando sacar el mayor rédito posible con el traspié ajeno; del otro, tratando de zafar como sea. Todo para que, en el fondo, nada cambie y solo cambie de forma. Porque después de cada tragedia evitable viene otra diferente, que también avisa que va a ocurrir, aunque nadie quiera escucharla.