Según destacan los principales indicadores de la estructura económica y social de la Argentina, es razonablemente normal que la política se vaya alejando cada día más de la gente. O, para ser más exactos, la gente se aleja de la política. Más allá de algunas expresiones militantes, que crecieron al calor de algún dirigente y de alguna etapa, lo normal es ver cómo los ciudadanos se desinteresan cada vez más de la agenda que le proponen los espacios, partidos o coaliciones, para encerrarse definitivamente en su núcleo más cercano. Al mismo tiempo, descartan ya hasta en los sectores más populares, las consignas o las prioridades que fijan los dirigentes políticos, que poco tienen que ver con las necesidades estructurales para una mejor calidad de sus vidas.
La pobreza, la indigencia y la sumatoria de carencias que van acumulando las clases más bajas y la clase media ya superaron la capacidad de credibilidad que tienen hasta los mejores exponentes de esa dirigencia política. Las decisiones tomadas, pésimas o desafortunadas, sumadas al poco compromiso en elaborar un plan de desarrollo sustentable para revertir décadas de estancamiento, generaron este mapa intolerable para el conjunto. Más allá de que no todo tiempo fue igual y sí existieron algunos períodos cortos y buenos, producto de condiciones objetivas favorables y bien aprovechadas. Lamentablemente, lo que volcó la Argentina es el mantenimiento de un status quo en el cual empresarios millonarios con empresas tecleando, sindicalistas millonarios y corporativos y políticos millonarios casi nunca investigados, se apropiaron de la poca riqueza que generó el país y mantienen un sistema apenas digno para menos de diez millones de argentinos. Son muy pocos para mirar para otro lado, son menos del 20 por ciento de la población los que llegan a fin de mes o tienen un ingreso medianamente estable para vivir. El desinterés por el otro también vino de arriba para abajo y ahora hay que remontar el barrilete en las peores condiciones económicas, de credibilidad y con el pueblo hambreado por las razones que ya todos conocemos.
Está claro que no alcanza con hacer más de los mismo. Cosecharemos más pobreza. Tampoco alcanza solo con ganar las elecciones ya que esta situación la generaron, es cierto que, con distintas responsabilidades, todos los que las ganaron.
No alcanza ser Todos, el Cambio, estar Juntos o decir que Sí. Hay que repensar la base de lo que queremos hacer con la Argentina, para que en 20 o 30 años podamos estar recordando esta etapa como una de las más sufridas de nuestro pueblo. Y pensar con quiénes.
No alcanza para lograrlo con el peronismo federal, ni el kirchnerismo, ni el massismo, ni los radicales de todos los pelajes, ni el Pro en todas sus vertientes, ni todas las izquierdas. Por eso da mucha pena que seres detestables como Javier Milei (o similares) se aprovechen para quedarse por un rato -y ojalá sea solo un rato- con la simpatía de los sectores a los que nunca beneficiarán, solo aprovechando la mediocridad y la miopía de los partidos populares que estuvieron antes. Una derecha agrandada (por cualquier razón) nunca generó nada bueno en los países subdesarrollados, mas bien todo lo contrario.
De Juan Perón para acá nadie tuvo una idea integral de lo que representa este país, así con todos los errores – muchos casi menores viendo lo que vino después-, tenía claro cómo eran los movimientos en el mundo, también el modelo industrial que necesitaba el país, que la comida que teníamos para el planeta (igual que hoy) nos podía dar ese lugar privilegiado y que la inclusión de todos los sectores en el progreso era indispensable para alcanzar los objetivos de ser una gran Nación. No pudo ser por motivos varios, muchas fallas del propio sistema generado y avaros enemigos (algunos luego genocidas) que no querían perder sus privilegios.
Tienen como argentinos que ser serios con nuestra gente, responsables de sus destinos, serios con el mundo para poder cumplir y que les cumplan, no cometiendo horrores como la fabulosa deuda contraída antes de una elección en 2019 que, sumada a la pandemia, nos condiciona a no cometer un solo error más desde el poder en los próximos diez años. Ese camino tiene que tener entre cinco y diez políticas de Estado, en el cual una mayoría decisiva aprenda (con mirada larga) a ceder algo de lo que piensa o tiene en pos de alcanzar un objetivo más importante que el de su partido o el personal. El único objetivo es el de recuperar la dignidad de los habitantes de un país que todavía tiene posibilidades, pero al que ya no le sobra nada.
Qué importa si es un dirigente peronista, radical, macrista, comunista o liberal, si solo no le alcanza para nada. O te hago un dibujito. No será mejor ver si entre todos se les ocurre generar más trabajo registrado, exportar a cualquier país y no sólo dónde les gusta, tener la energía que necesitamos (sea cual sea) y más para abastecer a los vecinos, no hacer locuras fiscales que luego nos perjudican, tener un Estado que sea el motor político que garantice el fair play y el funcionamiento de todos los demás motores. Todo ello sumando derechos y dándole un poco de paz a la gente, luego de tantos disgustos por los que tuvo que pasar. Solo queremos vivir tranquilos, con justicia, con dignidad, y quien gobierne será lo de menos. Y seguro algo nuevo. Lo que está a la vista, así como están armados y gane quien gane, no van más. Recordemos la máxima de Albert Einstein.