Como si fuera una serie de Copa Libertadores, el Gobierno imagina las elecciones con la lógica de un duelo de 180 minutos, en el que las PASO de este domingo funcionarían como el partido de ida, el más complicado, el de visitante y en el que incluso una derrota acotada puede ser un buen resultado. Para la vuelta, en octubre, irán entonces a todo o nada, a darlo vuelta. O, al menos, a forzar la final-final en noviembre. La comparación con el fútbol tiene más dramatismo puertas adentro de la Casa Rosada. Se juega la continuidad en el poder.
El oficialismo llega a las primarias con varias presunciones. La principal es que se encamina a una muy probable derrota. “Perdimos las PASO en 2015, perdimos las PASO en 2017 y vamos a perderlas en 2019”, resume uno de los principales armadores de la campaña. Aquellos dos procesos electorales terminaron con festejos. Hay más dudas con el actual, más allá de que el jefe de Gabinete, Marcos Peña, intenta transmitir su optimismo habitual. En estos casos, su currículum le juega a favor.
Si la polarización llega a los extremos, se supone que para la primera vuelta se diluiría el apoyo a las terceras opciones (básicamente Roberto Lavagna, José Luis Espert y Nicolás del Caño) y, al repartirse esos electores entre Mauricio Macri y Fernández, alguno tendría altas chances de alcanzar el 45% más un voto, es decir, lo necesario para ganar sin balotaje.
En el Gobierno aseguran tener números similares a los que circularon antes de la veda de publicación de encuestas, y que dabam un promedio de entre 3 y 4 puntos de ventaja para Alberto Fernández. “Hasta 5 -completa un dirigente del PRO-, es tolerable y se puede dar vuelta en el comicio general”.
Pero otras dos variables corren en paralelo, más allá de la brecha que pueda conseguir el Frente de Todos. Una de las dudas es dentro de qué parámetros lo hace. Ejemplos: no resulta lo mismo un 40 a 36 que un 42 a 38. El razonamiento es bastante básico: si la polarización llega a esos extremos, se supone que para la primera vuelta se diluiría el apoyo a las terceras opciones (básicamente Roberto Lavagna, José Luis Espert y Nicolás del Caño) y, al repartirse esos electores entre Mauricio Macri y Fernández, alguno tendría altas chances de alcanzar el 45% más un voto, es decir, lo necesario para ganar sin balotaje.
Así, si en las PASO el kirchnerismo llegara a 42 puntos quedaría muy cerca de esa meta. Si fueran 40 es otra cosa, más allá de que la diferencia sea incluso más amplia.
Este mismo razonamiento de distancias y techos, creen en la Rosada, harán los mercados. Está el temido super lunes 12 de agosto a la vista. Cualquier movimiento del dólar, como ocurrió esta semana por el efecto China, altera los nervios. Una turbulencia financiera, otra más, creen algunos, tendría un impacto directo -y duro- de cara a octubre.
Pero, además del resultado nacional en sí, también habrá una evaluación política paralela de lo que ocurra en la provincia de Buenos Aires en el tramo a gobernador. Se calcula con una tabla similar: si Axel Kicillof quedara más de 5 puntos arriba en las PASO, sería difícil de revertir, con el agravante (para el que corre de atrás) de que en el principal distrito del país no hay balotaje. De este modo, se da la paradoja de que la presencia de Vidal en la boleta es clave para sostener a Macri con chances, y la presencia del presidente puede ser letal para las aspiraciones de reelección de la mandataria.
Para aminorar riesgos y porque cree que la polarización puede ser su salvavidas -aunque también su ancla-, el Gobierno lanzó explícitamente la campaña buscando que la gente vote en las primarias. El objetivo es adelantar el clima de “a todo o nada” y, con el fantasma de la vuelta de Cristina, forzar un segundo mandato propio.