Corría el mes de julio de 2008 cuando se instaló la amenaza: la Cuarta Flota “estará lista en todo momento para todo desafío en la parte sur del hemisferio occidental” y sus barcos “llegarán hasta el intrincado sistema de ríos de América del Sur, navegando en las ‘aguas marrones’ más que en las tradicionales ‘aguas azules’”. Con la sutileza de un paquidermo, voceros de la administración de George Bush (h) encendieron los altavoces de su almirantazgo para que remarcaran la finalización de los tiempos de desatención sobre el territorio de las Américas (que Estados Unidos reivindican como su patio trasero) provocada por una “guerra contra el terrorismo”, en ese momento empantanada en Iraq y Afganistán y por sus intenciones de dominar el Gran Oriente Medio, amenazando a Irán y a Siria.
Después de 58 años volvía a la cancha náutica regional la Cuarta Flota de la Marina de Guerra de Estados Unidos y lo haría con la misión explícita de desarrollar “operaciones de Seguridad Marítima en la región, en apoyo a los objetivos de EE.UU. y a las actividades de cooperación y de seguridad para promover la estabilidad y disuadir la agresión conjuntamente con los restantes componentes del Comando Meridional y fuerzas aliadas; promover la paz, estabilidad y prosperidad en el Área de Responsabilidad del Comando”.
En la región habían pasado cosas. Ante todo, la emergencia de gobiernos de signo nacional con fuertes componentes populares, que se alternaban en la administración de Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Uruguay, Venezuela… Y, decisivo para los intereses corporativos, se confirmó la existencia de grandes reservas de hidrocarburos, en momentos en que el agotamiento a corto plazo de las fuentes tradicionales, junto a las maniobras especulativas, elevaron los precios de los combustibles de modo exagerado y generaron los primeros síntomas de una crisis energética.
El valor de los alimentos, en simultáneo, tocaba techos inesperados en medio de una emergencia alimentaria provocada por la concentración económica: la tala de bosques sin límites ya originaba un desastre ecológico global en plena aceleración del proceso de cambio climático, generado por las características depredadoras de la producción capitalista.
Fue el momento en que la marinería de barras y estrellas afirmó que sus naves llegarían “hasta el tremendo sistema de ríos en Sudamérica, navegando en las aguas marrones más que en las tradicionales aguas azules”. Una forma cromática de avisar que se disponían a intervenir, si lo consideraran necesario, en el escenario tan maravilloso como rico de un sistema de ríos navegables como lo son el Amazonas, el Plata-Paraná-Paraguay, el Magdalena o el Orinoco. Serpientes de agua que se arrastran desde y hasta regiones estratégicas, cargadas de bienes naturales comunes de los pueblos que habitan el sur del continente y costeando las zonas de mayor densidad poblacional.
Brasil y Argentina (Lula y Cristina Fernández de Kirchner), rechazaron al unísono los dichos estadounidenses y expresaron su “preocupación (por) el inicio de las operaciones de la IV Flota”.
Otros tiempos, otras patrias.
Sin marines y sin flotas
A lo largo de 15 años, el proceso de amenazas, entregas y resistencia a los designios de Washington fue complejo. Por encima de sus mascarones presidenciales, el complejo mediático-tecnológico-militar-industrial operado desde los Estados Unidos impuso una agenda ficticia, destinada en realidad a eludir controles, rechazos, críticas, de parte de los gobiernos al sur del Río Bravo, que percibían a sus naciones como parte de la “Patria Grande”.
Las áreas de trabajo definidas para alcanzar sus objetivos incluyeron, entonces el combate contra las drogas y “narcoterrorismo”, la prestación de supuesta “asistencia humanitaria”, la realización de ejercicios y operaciones con participación de las fuerzas armadas locales en el teatro de la “seguridad interior”, junto con temas como corrupción, criminalidad o desastres disimulados como “naturales”. Éstos fueron presentados como los “desafíos” de la época. Cada punto, en realidad, constituye una puerta por la que los cuadros del Comando Sur, el Departamento de Estado, la CIA y la DEA, los organismos de crédito y la propia representación estadounidense penetran para afincarse en los países que consideran importantes para alcanzar sus fines, definir políticas y alinear a gobernantes y opositores. El invitado novedoso, además y ahora, sería el Cuerpo de Ingenieros del ejército estadounidense. Todo esto, en medio de una disputa con China, considerada el “enemigo estratégico” que “busca llevar la región a su órbita a través de inversiones y préstamos estatales” y está decidida, junto a Rusia, a conformar ”economías menos libres y menos justas, hacer crecer sus ejércitos y controlar la información y los datos para reprimir a sus sociedades y expandir su influencia”.
En diciembre de 2023 la Argentina, por decisión de la administración que ese día asumió la conducción de un Estado que desprecia y produjo el big bang de su superestructura, abandonó todas sus tradiciones de custodia de su soberanía política, económica, social y, también, sobre sus vías navegables. Si decisiones como la entrega o la inoperancia culposa de distintos gobiernos nacionales sobre la usurpación de soberanía en casos como el del Lago Escondido por parte del británico Joe Lewis constituyen un hecho de suma gravedad, la firma del acuerdo con Estados Unidos para que su Cuerpo de Ingenieros colabore con la Administración General de Puertos (AGP) de la Argentina en la “gestión” del Río Paraná como vía navegable, se internan en una dimensión diferente. Ya no se asiste a la violación sobre una parcela territorial sino a la resolución de terminar con las fronteras nacionales y ofrecer el territorio del país a las corporaciones transnacionales que quieran aprovecharse de él, extraer sus bienes a su antojo, arrancarles sus riquezas, precisamente, aquellas cuyo listado presentó la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, en enero del año pasado.
Sin tapujos, a la comandanta del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson, se le hizo agua la boca al observar que América latina cuenta con “ricos recursos y elementos de ´tierras raras´”, junto al triángulo del litio, zona estratégica que comparten Argentina, Bolivia y Chile, donde se encuentra el “60 por ciento de ese mineral en el mundo”. Además de concentrar “las reservas de petróleo más grandes”, incluidas las de “crudo ligero y dulce descubierto frente a Guyana hace más de un año” y a los “los recursos de Venezuela, con petróleo, cobre, oro”… y al Amazonas, cuyos 6,7 millones de kilómetros cuadrados constituyen “los pulmones del mundo”. Y, por si esto fuese poco, constituye el depósito “del 31 % del agua dulce” del planeta.
Al presentar el inventario, la conductora del Comando Sur usó una expresión que sonó a “amenaza”; dijo que a su país le quedaba “mucho por hacer” y que debía “empezar nuestro juego”. Un año y medio atrás, tal vez aludía a los juegos de presión políticos, comerciales o financieros, posibles sobornos, “donaciones” a provincias, capacitaciones en Estados Unidos o a la cooptación de cuadros de gestión en organismos de protección civil. Sin embargo, muy pocos meses después, Washington ya no necesitó nada de eso, mucho menos de marines ni de flotas; Javier Milei abrió las compuertas y ya no hubo necesidad de ninguna “invasión”, simplemente, por vía de un decreto dio concesión de acceso irrestricto para que los grupos concentrados de la economía global, el capital especulativo, los dineros de origen desconocido, hasta los de traficantes de armas, drogas y personas, o todos los evasores ilegales de divisas, remedos de “héroes” como el mafioso Al Capone, se asienten en el país, ejerzan su piratería a través de extracciones de todo tipo y las lleven a sus guaridas, junto con todos sus dividendos.
La generala Richardson hasta se debe haber sorprendido al confirmar que contaría con un “Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones” (RIGI) para que sus mandantes financieros se lleven todas las riquezas con las que fantaseó. Inculso, tal vez se impresionó al saber que, además, el esas concesiones fueron votadas por parlamentarios elegidos por el pueblo argentino.
Con Mauricio Macri, desde el 10 de diciembre de 2015 se aceleraron todos los procesos administrativos, aduanales, castrenses y diplomáticos para que las invasiones yanquis avanzaran sobre ellos. Desde el 10 de diciembre de 2023 y con un decreto (70/23) que ni las oposiciones, complacientes o no, trabaron, voló por los aires ese conjunto de formalidades tibias.
También, facilitó el ingreso de un grupo de élite del Pentágono, tan o más poderoso, que la CIA y el FBI, que tuvo papel protagónico en guerras, invasiones y desastres desde 1802, el mencionado Cuerpo de Ingenieros.