Corría diciembre y su calor hacía corroer todo, casi hasta la esperanza. En Alé Alé, histórica parrilla de Villa Crespo, ubicada en Estado de Israel al 4500, desde enero se cultivaba la experiencia cooperativista, después de la fuga de los empleadores, después del vaciamiento del negocio nacido en el 98. De esa manera, los 40 trabajadores –y a sus espaldas, 40 familias– sostuvieron el emprendimiento y lograron, antes de la sidra y el pan dulce, lo que creían prácticamente imposible: evitar el desalojo, con la Policía Metropolitana merodeando el local a diario, y una extensión del alquiler por seis meses por parte de los dueños del inmueble, una suerte de tregua expresada en tiempo y dinero hacia la emancipación total, del pasado negro y del futuro negro también.
Así comenzaron la búsqueda de un nuevo lugar, emplazado como el anterior en la Ciudad de Buenos Aires, para no perder el sello porteño, hasta que los trabajadores dieron con la esquina de Cabrera y Lavalleja, en el mismo barrio, donde antaño supo funcionar Cosa Nostra, un restaurante de comida italiana. Cabrera 4270 es la nueva locación de Alé Alé, parrilla y restaurante, en donde ya se hará costumbre que los mozos deambulen entre aromas a carne asada y papas rejilla. Y ristras de ajo, que seguro no faltarán.
El lunes 1 de septiembre fue la reinauguración, preludio del fin de semana siguiente, cuando el local por fin ya se encuentre abierto a todo el público. “Es un día especial, por eso tenemos que levantar la copa y brindar con toda esta gente que nos vino apoyando hasta ahora. Es un honor demostrar que los trabajadores pueden, y estamos volcando nuestra experiencia hacia otros compañeros que están pasando por las mismas circunstancias que pasamos nosotros”, refirió, bastante emocionado, Andrés Toledo, presidente de la cooperativa.
“Agradecemos a la gente y a las autoridades nacionales, clientes, vecinos que nos apoyaron incondicionalmente. Por ellos es que pudimos resistir cuatro intentos de desalojo, por eso estamos contentos”, agregó en la noche del lunes. El Estado nacional, a través del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (Inaes), entregó a la cooperativa un subsidio para que pudiera refaccionar toda la esquina que ocupa Alé Alé.
Con un año y medio de servicio, Alé Alé Cooperativa pudo duplicar y hasta triplicar en ocasiones su clientela. “Pasamos de 4.000 servicios de mesa mensuales a 9.000”, contaba orgulloso Toledo en diciembre, cuando la orden de desalojo les pisaba la nuca. Hoy, la parrilla-restaurante forma parte de la misma red –la misma suerte– que Los Chanchitos (Ángel Gallardo 601), Don Battaglia (Scalabrini Ortiz 802), Mangiata (Ángel Gallardo 1008) y La Soleada (Monroe 1800), locales gastronómicos que operan bajo la lógica cooperativista con todas las de la ley.
El lunes, cuando se llevó a cabo una especie de inauguración simbólica, hubo diputados nacionales, como Horacio Pietragalla, y legisladores porteños, como Julio “Quito” Aragón y Gabriela Alegre (Frente para la Victoria), José Cruz Campagnoli y Edgardo Forn (Nuevo Encuentro) y Aníbal Ibarra, del Frente Progresista y Popular. Además, asistieron referentes de cooperativas de trabajo y organizaciones sociales, y muchos vecinos que hicieron suya la causa de la parrilla. Cuando la noche comenzaba, Toledo dijo: “Queremos compartir este momento de felicidad y mostrarles que el apoyo que recibimos de gran parte de la sociedad para no bajar los brazos y continuar con la lucha no fue en vano, que Alé Alé es un ejemplo más de que los trabajadores organizados podemos salir adelante y de que las cooperativas de trabajo y la economía social son alternativas exitosas a los intereses empresariales que solo buscan su ganancia a costa del avasallamiento de nuestros derechos”. Hubo aplausos. Muchos aplausos. “Es que hoy es un momento para celebrar”, definió el hombre, como si hubiese hecho falta el subtítulo para tamaña escena. Y dejó una sensación en el aire, casi inimaginable: “Ir a dormir sin pensar que al otro día te pueden desalojar es algo hermoso”.
Por su parte, Julio “Quito” Aragón, representante de la cooperativa Martín Fierro, manifestó: “Siempre que se abre una fuente de trabajo es un orgullo, y es gratificante saber que los trabajadores pudieron sostener su empleo y de esta manera demostrar que no necesariamente siguiendo las reglas del mercado, del sistema capitalista, se puede mantener un negocio”.
La empresa recuperada, que concesiona el espacio por un tiempo estimado en diez años, renovable cada un período de tres, realizará la apertura oficial el sábado 6, al mediodía. Al emprender la tarea organizativa en vistas de esa jornada, los trabajadores miran atrás y es mucho lo que dejan. Más acá, por caso, les pesan esos cuatro intentos de desalojo, que se multiplicaron por horas de insomnio y lágrimas, y la mudanza del 31 de julio de este año, al nuevo lugar. Les queda, de aquí en más, como signos de lo promisorio, pedacitos de azulejo del piso del viejo restaurante, expuestos como piezas de un museo viviente en la mesa principal de Cabrera y Lavalleja, y sus camisas, sus delantales bordados con la leyenda insignia: “Alé Alé Cooperativa”. Les queda el dato, que teje el mito refundacional, de que el dueño del nuevo inmueble era un cliente fiel. Les quedan curiosos, demasiados curiosos. El sábado, si ese olorcito a entraña no falla, ya serán clientes.