El mundo claramente no es por estos tiempos un lugar cómodo para tomar decisiones, con un orden internacional al que se le reconoce un liderazgo multipolar, pero con dos países como Estados Unidos y China que, a partir de su potencia económica y comercial, desnivelan continuamente las negociaciones, condicionan las políticas y fijan las reglas en cualquier lugar del planeta.
En ese marco los latinoamericanos, que constituimos un colectivo más que interesante para cualquier proyecto geopolítico debemos manejarnos con la realidad imperante, con inteligencia y la sintonía más fina posible para definir a los países aliados y más amigos, táctica y estratégicamente.
Los bloques regionales pasan por crisis cíclicas en todas partes y acá vemos como el Mercosur tiene sus continuos vaivenes desde su creación misma, más tranquila la Celac, el Grupo de Lima, la vieja Unasur de la década pasada y ni hablemos de la OEA, tan importante como desacreditada en este presente. El grupo Puebla que fogoneamos, es una estudiantina y una pérdida de tiempo dada la complejidad de los conflictos globales.
La cuestión para la Argentina es primero definir los grandes temas para adentro, para luego buscar los socios adecuados afuera, siempre teniendo en cuenta que la hermandad respetuosa de los pueblos vecinos es una condición importante en cualquier plan de desarrollo. Más aún, si uno de ellos es la séptima economía del mundo como Brasil, que junto con México son las dos potencias regionales.
Entender cómo funcionan los mecanismos de decisión en el mundo es importante, pero hay que actualizar ese conocimiento permanentemente, al compás de las nuevas realidades que suceden, que son continuas, transformadoras del mapa y a veces efímeras o muy cambiantes.
La Argentina, por supuesto que está en una situación más que delicada debido a su infra desarrollo interno, con roles difusos y desequilibrados entre el sector privado y el estatal, con variables económicas muy difíciles de mejorar para la inversión en el país, con la deuda externa e interna a tope y con todas las necesidades juntas a la hora de ver cómo salimos del 40 por ciento de pobreza que se midió hace 10 días. Pero nada es imposible si hay decisiones acertadas y continuidad en las reglas, algo difícil de conseguir en este país.
El secretario de Planificación Estratégica, Gustavo Béliz, hablaba maravillas en medios periodísticos, en mayo de este año, del plan América Crece, que promueven los Estados Unidos de América para la región. Sin embargo, cuando desde el Norte bajaron a Mauricio Claver Carone para el BID no tuvimos mejor idea que postular a Béliz para competir con él y perder no solo la votación (por paliza) si no una de las últimas balas que teníamos para reconvertir la relación con USA de una madera madura y racional en algo conveniente.
Alguien debió alertar al Gobierno que cuando una superpotencia se involucra como hicieron los norteamericanos con Claver Carone, la cuestión está casi sentenciada. Es de manual. El presupuesto del BID se cuadriplicará, los puestos de la Argentina en el organismo disminuirán al 20 por ciento y los créditos seguirán el rumbo de los que acertaron y no de los que perdieron.
Felipe Soá
El canciller Felipe Solá, el otro artífice del fracaso de las elecciones en la OEA y en el BID, debería encarar de manera más realista la coyuntura y proponer una construcción inteligente y equitativa entre el puñado de países que están en condiciones de ayudarnos.
Entre ellos se encuentran Alemania y un par de socios de la Unión Europea (España es la madre patria pero hoy no garantiza nada). Rusia y su liderazgo (y mercado) euroasiático, son algunos de los grandes jugadores que hoy existen en el globo, obviando USA y China. Después, hay muchas más alternativas de relaciones y negocios en el mundo, pero para llegar correctamente a ellas el país tiene que resolver primero el adentro y luego las grandes ligas. Después viene -o no- todo lo demás.
La Franja y la Ruta de la Seda, es la otra alternativa que hay que definir. El diálogo entre los presidentes de Argentina y China de la semana pasada acercó la posibilidad de que nuestro país ingrese en uno de los proyectos más ambiciosos del mundo. Y ya hay en la región muchos países pro yanquis adheridos. Pero no hay ruta de la seda sin salir desde China por Rusia, eso es elemental y parte de su acuerdo.
La Argentina iba a mandar a Rusia a una embajadora que previamente había estado en Londres, la señora Alicia Castro. Quizás sin saber que nunca jamás en la historia, los rusos o los británicos aceptaron de buena (o de mala) gana un embajador que previamente haya estado del lado opuesto de sus intereses. Desconfianza que le dicen, es un imposible de la diplomacia mundial. Pero nosotros siempre estamos a la hora de las cosas raras. Y la bomba que fabricamos ni siquiera pasó la interna, nos explotó antes de salir y de la peor manera. En Rusia respiraron aliviados, en la Argentina se reavivó un debate que venía controlado, y en el mundo quedamos como poco serios una vez más. El voto en la ONU –con las operaciones conocidas y algunas más- trajo algo de paz con Estados Unidos y más roces con Venezuela y otros latinos.
La pregunta es sencilla. Qué queremos y con quién. Solá y Béliz tienen las propuestas. Alberto Fernández, la decisión.