Nada es lo que parece en la estremecida Argentina de hoy. Cruzada por disparatadas versiones acerca de su propia identidad, de su propia cultura y aún de sus sistemas de salud, de educación y de seguridad, el país se debate en un aparente caos que tampoco es cierto.
Existe un orden en el remolino. Sería demasiada fantasía adjudicarle ese soterrado ordenamiento al extravagante presidente argentino Javier Gerardo Milei. Hay otras manos confeccionando esos aparentes garabatos, que en realidad sirven forman parte de la ejecución de un plan de apropiación de las estructuras gubernamentales, de sometimiento al Pueblo y de usurpación de las utilidades que genera el país.
Guerras de Cuarta Generación
Desde finales de 2001 se aceleraron las operaciones de potencias extranjeras con cómplices argentinos, que están llevando a cabo una Guerra de Cuarta Generación en Argentina y en otras partes del mundo.
El objetivo de estas guerras no es la invasión de los países del Tercer Mundo, proveedores de materias primas. El objetivo de los guerreros no es matar a sus enemigos -aunque, si peligran sus beneficios, no descartan hacerlo-, sino controlar sus mentes, dominando e imponiendo sus intereses, su ideología y su versión de la realidad cotidiana a los incautos que no conocen sus intenciones, que son la mayoría de los habitantes del país.
Los guerreros de cuarta generación utilizan el arma más letal que existe: los medios de comunicación. La suya es una guerra sin frente ni retaguardia, sin tanques ni fusiles (generalmente). Las bases militares fueron reemplazadas por escondites y depósitos de armas instalados en medio de las ciudades, que suelen utilizar para determinadas acciones terroristas. Las armas de sus ejércitos sólo rugen en algunas “guerras de baja intensidad”, como en Yemen, en Irán y en Gaza. Ucrania es otra cosa.
La Guerra de Cuarta Generación se complementa con el terrorismo mediático, que es una estrategia avanzada de manipulación y control social. Los “operarios del recontraespionaje”, al estilo de Maxwell Smart, se infiltran en las sociedades civiles para perfeccionar las acciones que desarrollan sus periodistas, convertidos en operadores del poder, que deforman la realidad haciendo gala de una ética cuanto menos dudosa.
Ya no existen los peligrosos comunistas, aunque de vez en cuando desempolvan la vieja estrategia de culparlos de todos los males. Ahora, el enemigo internacional es “el terrorismo sin fronteras”, como los que derribaron las Twin Towers (las Torres Gemelas). El otro enemigo es interno y aquí es necesario detenerse.
La mexicana Rossana Reguillo planteó hace 27 años algunas advertencias sobre la violencia que se desarrolla en las sociedades. La primera tenía que ver con las causas de la violencia, que son múltiples. “No hay una sola violencia, sino violencias” -escribió- y las relacionaba con el hacinamiento en las grandes ciudades, el narcotráfico, la exclusión y la desigualdad social. Por eso, no se puede hablar de “inseguridad”, así, a secas. Cuando se la denomina de esa manera, la figura que aparece en las mentes del público se asemeja a un hombre joven (casi siempre) pobremente vestido, de piel oscura y, en especial, resentido y peligroso.
Esto da pie a la segunda advertencia: existen los chivos expiatorios. Suelen ser los pobres, los extranjeros, los jóvenes y algunos enemigos políticos del gobierno de turno. En Argentina, la palabra “negro” sintetiza todos estos temores, que fueron creados por los medios. Este discurso duro, sin los matices y las sutilezas que existen en la realidad, promueve la disciplina social a palos y el concepto del exterminio de los “diferentes”. Es un discurso fácil y cómodo, hasta tranquilizador: si “matan a los negros” se acaba el problema, como si las luchas sociales fueran protagonizadas por “negros” que son arreados a cambio de “un pancho y una coca” para cortar calles, manifestarse y exigir la atención del Estado para la solución de sus problemas, de los que el Estado se olvidó hace muchos años y que sólo a veces acepta escuchar.
Achacar las culpas por la inseguridad a los pobres exige un cinismo absoluto, porque si se estudiara el problema, el resultado no sería ése que suelen desplegar en su retórica. Y esto no está referido solamente a los discursos de algunos periodistas, sino también lo despliegan funcionarios, policías y dirigentes políticos, que argumentan con una superficialidad aterradora y luego toman decisiones en el mismo sentido, que fracasan una y otra vez.
Nuevamente, Rossana Reguillo planteó que el concepto de excluir a los que suelen ser excluidos es porque “perturban el simulacro de vida colectiva, que se mantiene a fuerza de murmullos y suspiros entrecortados para no despertar al demonio”. En una palabra, la culpa siempre es de “los de afuera”, de “los otros, de los que están más allá” de determinadas calles. El demonio son los diferentes, “los negros”.
Guerra psicológica
Existen estrategias de guerra psicológica. Sus soldados no desean que el espectador (lo quieren lo más lejano posible, como cuando un mago se niega a permitir el acceso del público al escenario en el que desarrolla sus triquiñuelas) piense la información, quieren que la consuma, que sufra, se alegre, se angustie y se retire de la pantalla optimista a veces (no hay que atosigar), pesimista otras veces. La información no tiene que superar el nivel de los sentidos: debe impactar en el hígado, no en el cerebro del consumidor.
El campo de batalla no está ya en las montañas de Afganistán, en la selva vietnamita o en la hostil África, sino en el humor de los espectadores, en sus cabezas. El enemigo no trata ya de matarlos, sino que intenta que piensen como ellos, que adopten como propia la ideología de los poderosos. Ya no hay ocupación de los países, generalmente, sino que tratan de cooptar a los pueblos, para que adopten la interpretación de la realidad que más les conviene a los dueños de todas las cosas materiales.
Para eso destruyen el pensamiento reflexivo (el que procesa una noticia y la sintetiza), para lo cual dificultan el acceso a la realidad del espectador mediante una serie de zócalos, imágenes atemporales (que a veces son utilizadas más de una vez, con distintos fines) y conclusiones aterradoras. Operan sobre los temores, la idiosincrasia y los deseos de las personas, porque un temeroso es un ente manipulable.
Usted no es usted
De esta manera, “usted no es usted. Usted es un ente constituido por el poder mediático. Todo está dispuesto y armado para entregarle una weltanschauung (palabra alemana: concepción del mundo) desde que llega al mundo”, planteó José Pablo Feinmann en “Filosofía política del poder mediático”. Luego, profundizando el análisis, Feimann escribió que “la educación está armada, construida por el Poder. Toda versión alternativa es subversión. Todos se acostumbran a aceptar una visión de la historia en la que han sido educados. Todos los esfuerzos del Poder son los de aplanar la libertad”.
Así -prosigue el filósofo-, “millones de personas hablan igual, piensan lo mismo, hablan de lo mismo, creen que eso que dicen, que escuchan, que eso en lo que todos están de acuerdo es la verdad en su sentido más simple, más cotidiano, la verdad en la que todos, sin someterla a ninguna duda, a ningún cuestionamiento, están de acuerdo. A eso se le llama sentido común”.
La espiral del silencio
Entretanto, el que tiene una opinión diferente al sentido común busca adaptarse a los demás, ante el temor de quedar aislado. La politóloga alemana, Elisabeth Nöelle-Neumann planteó en su libro “La Espiral del Silencio. Opinión Pública: nuestra piel social”, que la opinión pública es una forma de control social, por lo que los individuos adoptan como propias las actitudes predominantes en cuanto a lo que es aceptable o no. Así, la sociedad amenaza con el aislamiento a los que piensan distinto, por lo que muchas personas sondearán primero la opinión de los demás para después expresar la propia, sumándose a la de los demás.
En esta circunstancia, la principal fuente de información serán los medios -el libro fue publicado en 1977-, a los que se agregaron en los últimos años, las redes sociales. De todos modos, el clima social opera en forma punitiva contra los que opinan distinto, aunque esa actitud se modifica con quienes se sostienen en sus posiciones y no cambian según la tendencia mayoritaria. Este “núcleo duro” irreductible suele generar adeptos cuando defienden sus tesis, que no pueden ser contrarrestadas por la masa, que está acostumbrada a “ser pensada”, más que a tener pensamiento propio.
Los 100 Periodistas
Hacia fines de la primera década del Siglo 21 se conformó en Buenos Aires el grupo “Los 100 Periodistas”, que terminaron siendo muchos más.
En el documento fundacional, emitido en apoyo a la Ley 26.522, de Servicios de Comunicación Audiovisual, que se promulgó el 10 de octubre de 2009, en su punto i), los periodistas planteamos:
“i) Una de nuestras preocupaciones centrales es la de la concentración del poder de los medios y la consecuente homogeneización de los discursos sociales. Pero mientras la Argentina fue una sociedad más integrada se dio sus propias herramientas culturales, sociales, políticas y gremiales de construcción. Hoy, sobre una sociedad hiperfragmentada, que apenas si comienza a generar sus propios espacios de discusión y de revalorización del debate público, el poder de fuego de los discursos de los medios concentrados se ha multiplicado y se han convertido en factor de poder. Con ese poder de fuego, sobre esa sociedad-archipiélago, se construye un único y peligroso escenario de discusión social: el escenario mediático. Ese escenario -entre otros efectos perniciosos- ha vaciado a la política y reproduce sus peores vicios, la condiciona en el peor sentido, oculta problemáticas, instala otras que no necesariamente son las que interesan al conjunto de la población, acentúa los problemas de la fragmentación y del repliegue hacia el espacio privado”.
Con esta lúcida observación, los periodistas, que de concentración mediática saben bastante, pusieron en blanco sobre negro los delirios del poder de la prensa, que intenta dinamitar constantemente, en nombre del sentido común, las luchas sociales y políticas.
El mundo de los imbéciles
En los últimos tiempos, el nivel de la discusión política se ha rebajado tanto que ya no es política. Se habla de problemas inexistentes como si fueran importantes. Se plantean agendas que interesan sólo a los poseedores. Se demoniza de tal manera a los humildes, que todo hace pensar que se preparan para exterminarlos.
Quizás ya sea el tiempo de darle la razón a Fiódor Dostoyevsky, que creía que llegaría el momento en que “la tolerancia llegará a tal nivel, que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles”. Si seguimos así…