Lo que inevitablemente iba a ocurrir, ocurrió. La suerte está echada. Un gobierno peronista en el que el poder adquisitivo de los trabajadores ocupa en la torta estadística menos del 30% del PBI, sólo puede cosechar derrotas y ausentismo de su base social a la hora de abrir las urnas.
El resultado de la bronca, la desilusión y el malestar que resulta de los sueños perdidos sólo podía derivar en un Milei, al que se ha pintado o como un diablo llameante o como una especie de redentor del mercado, depende de en qué sector del mapa ideológico se sitúe el que lo describe.
No pasa sólo en Argentina. Es conocido el Milei brasileño, Jair “Mesías” Bolsonaro, que comenzó su presidencia como un cuasi-dictador y terminó pareciéndose más a un Castelo Branco de opereta, antes que a un autócrata real. Y hay muchos casos más en América Latina y en Europa. Sólo basta, para ilustrar, recordar a Álvaro Uribe (Colombia) y a Giorgia Meloni (Italia).
En el caso de Milei, la rabia argentina encontró a su vocero. No es mucho más que eso, pero tampoco menos. La esperanza que encarnó en 2019 el Frente de Todos –que de todos pasó a ser de nadie y debió reconvertirse en Unión por la Patria- decayó paulatinamente al fracasar el intento del gobierno de desarmar el verdadero cepo que le dejó su antecesor Mauricio Macri, de Cambiemos: la deuda con el FMI y las múltiples cadenas de bonos, bonillos, cupones y cuponetas de los vencimientos mensuales de deudas de corto plazo, que deben ser licitados cada mes para patear los vencimientos hacia adelante.
Unido a esto, los empresarios decidieron prontamente -antes de que asumiera el gobierno Alberto Fernández- matar dos pájaros de un tiro. Remarcar sin freno fue la tarea, que permite al mismo tiempo socavar a una administración que consideran hostil, con una toma de ganancias muy superiores a la normal, una acumulación que a su vez duplica su poder. La tormenta perfecta, adornada por la evasión y la fuga de divisas.
¿Quién se detiene a pensar que no es el gobierno el que aumenta las mercaderías de la canasta familiar, sino un señor que maneja una lista de precios?
La alianza de Juntos por el Cambio, por su parte, quedó entrampada en una jaula de hierro. Para ampliar su base electoral, Patricia Bullrich sólo puede “pescar” en la pecera de Milei, que antes pescó en la pecera de varios, pero en especial en la del partido que lidera Mauricio Macri y no Patricia Bullrich, ni Horacio Rodríguez Larreta, como quedó demostrado.
Milei, por el contrario, está disfrutando de la rápida incorporación de muchos votantes de la opción Bullrich, deseosos de unirse al carro de un posible vencedor.
El único que posee la opción de pescar en un amplio mar es Sergio Tomás Massa. Como en 2021, el domingo último alrededor de once millones de votantes, de los que muchos podrían haber votado al antiguo Frente de Todos, desertaron por segunda vez de su derecho al voto, escaldados por el incumplimiento de sus ilusiones.
Massa tiene otra ventaja, además de la opción que se le abre y es que si propone y ejecuta un cambio de rumbo en el gobierno, abriendo nuevas opciones de distribución de los ingresos, puede al menos disminuir la ventaja muy exigua que obtuvo Milei. Son apenas 2,86 puntos de ventaja del libertario. La matemática es ínfima, aunque la política no lo sea tanto.
Esta ventaja corta en los números no lo es tanto en la política. El fervor militante estuvo absolutamente ausente en la ocasión y existen pocos elementos que permitan suponer que esto cambiará. De todos modos, hubo algunos incitadores verbales a despertar a la mística, que necesita algo más palabras para despertar. La épica no está en la administración, sino en el ansia de mejorar la vida de la gente y del país. Convoca siempre la Patria, nunca un ministerio o una gestión.
Por otra parte, el único que se tomó el trabajo de despertar a la mística fue Milei. Habló de “leones y corderos”, puteó a “la casta” y habló de “bajar el gasto de la política”. Todas estas son apelaciones superficiales, a menudo carentes de contenido, pero que expresan el descontento social, que no exuda lucidez, sino indignación; no convoca a la claridad conceptual, sino que está limitado a buscar al causante de sus males, que puede ser cualquiera. Basta que alguien señale a un culpable –verdadero o no- y se habrá encontrado a un “conveniente” chivo expiatorio. Así es la manipulación colectiva, territorio de magos, más que de científicos.
De esta manera, actuando como un cascarrabias cada vez que debía explicar algo y elaborando, cada vez que se le presentó la ocasión, un galimatías teórico que no entendía ni él mismo, Milei se presentó como el Flautista de Hammelin, que sería el que libraría de la plaga (¿cuál) a la Argentina.
Viene en este momento a la memoria de quien esto escribe una antigua historieta –que firmó el gran Roberto Fontanarrosa- en la que un flautista recibía el encargo de los habitantes de Hamelin de arrojar a las ratas –que proliferaban en el lugar- al río. Entonces se las llevaba tras él con su música envolvente hacia el agua y, después de brindarles un concierto, regresaba para informar a los ciudadanos que había logrado su propósito.
Cuando éstos se acercaron al río, el flautista lanzó su flauta al agua y les ordenó que la siguieran. Los hombres se arrojaron tras ella y murieron ahogados. En ese momento, reapareceran las ratas, que estaban escondidas y el Gato Barbieri anunció que “nunca traicionaría a los que me siguen, yo me debo a mi público”. Un par de genialidades del dibujante: una rata le pide al músico que toque “Rata Paseandera” (Muskrat Ramble), un clásico de Louis Armstrong. Otra: el Gato Barbieri camina, seguido por las ratas y éstas le piden temas, “El Fiel Húsar”; “Fantasía en Negro y Canela”, mientras otra, melancólica ella, le pide que toque “algo triste, flaco”.
Es largo el camino que lleva del barroso Río de la Plata al Gato Barbieri. Así de loca es la realidad en esta Patria argentina, a la que se puede calificar de cualquier manera, menos de aburrida.
PD: aquellos ciudadanos que terminaron en el río después de intentar matar a las ratas representan una metáfora de la Argentina. Las aguas bajan turbias, hubiera agregado el gran Hugo del Carril.