Auschwitz como la perfección del mal

Auschwitz como la perfección del mal

Por Cristian Lamesa

Fragmento del Capítulo VIII “1940”, del libro “La paternidad del mal – Los cómplices de Hitler”


El próximo año se cumplirá el octogésimo aniversario del triunfo de los Aliados sobre el nazismo alemán, con el invaluable protagonismo y sacrificio del Ejército Rojo. Ésta conmemoración será sin duda muy importante para los pueblos que, junto al ruso, formaban parte de la Unión Soviética, ya que se celebrará con alegría la Gran Victoria del pueblo soviético sobre el fascismo y el terror desatado por Alemania, pero al mismo tiempo, con la profunda emoción y lágrimas en los ojos por recordar a los más de veintisiete millones de soviéticos muertos durante la guerra; y del mismo modo se homenajeará y recordará con gratitud a los veteranos y héroes de la URSS que lucharon con valentía para liberar a su Patria y a media Europa de las garras de Hitler.

Adhiriéndome a las conmemoraciones que ya se han comenzado a organizar y a realizar en diferentes lugares que formaban parte de la Unión Soviética, quiero compartir algunos pasajes de mi libro “La paternidad del mal”, en el cual hago una crónica de varios hechos poco conocidos en occidente y la complicidad de las potencias europeas que le permitieron a Hitler llevar a cabo sus planes, como una respuesta a aquellos que hoy pretenden reescribir la historia para ocultar su pasado.

En el fragmento que podrán leer a continuación, verán cómo hay mucho más de lo que en occidente creemos saber sobre el tristemente célebre campo de concentración de Auschwitz y como existe una faceta especialmente oscura del mismo, que se ha ocultado sistemáticamente para proteger y garantizar la impunidad de los cómplices industriales del nazismo, lo cual merece ser conocido por todos aquellos que deseamos que nunca más se repitan las atrocidades ejecutadas por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial.

Auschwitz III – Monowitz era la tercera parte de este complejo, el cual fue puesto en servicio en octubre de 1942 y consistía en un inmenso campo de trabajo forzado, donde murieron varias decenas de miles de trabajadores esclavos. En el momento de mayor producción, en 1944, llegaron a trabajar más de ochenta mil personas, muchos de ellos prisioneros de guerra. Pero la extraordinaria particularidad de este campo radica en el hecho de que era dirigido y explotado directamente por uno de los consorcios empresariales más importantes de la industria alemana.
Como es sabido, una importante cantidad de empresas alemanas, como las automotrices Daimler-Benz, BMW, Volkswagen, Ford-Werke (filial alemana de Ford Motor Company) y Auto Union (Audi), la compañía siderúrgica ThyssenKrupp y la firma Siemens, entre muchas otras, se beneficiaron con ganancias millonarias gracias a la esclavización de prisioneros procedentes de los campos de trabajo forzado instalados por los nazis. Pero el gigantesco consorcio industrial alemán, IG Farben, iba a ser el único que se permitiría el macabro lujo de tener su campo de concentración propio.

Este conglomerado de la industria química y farmacéutica de Alemania era posiblemente uno de los más grandes y poderosos del mundo y mantenía una estrecha colaboración con el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán desde antes de la llegada de Hitler al poder y fue el mayor aportante económico a la campaña política del líder nazi en 1933, contribuyendo con más de tres millones de marcos de la época.

Una vez que Adolf Hitler se convirtió en el canciller alemán, la IG Farben iba a tomar cada oportunidad disponible para hacer valer su inversión y así llevar a cabo todo tipo de negocios con el régimen. Esto les iba a generar fabulosas ganancias a las empresas integrantes del consorcio.
Los directivos del consorcio industrial conocían las implicancias morales de su asociación con los nazis y el costo en sufrimiento humano que esto podría tener, pero eso nunca les pareció relevante.
Aprovechando sus cercanos vínculos con la jerarquía nazi, la IG Farben construyó la planta química Buna para la fabricación de caucho y combustible sintéticos, dentro de las instalaciones de Auschwitz – Monowitz.

Esta megafábrica de explotación y exterminio se abastecía de un constante flujo de prisioneros de guerra y judíos deportados, que a su llegada al campo de concentración eran seleccionados para el trabajo. Los directivos de IG Farben se ocupaban de que los médicos de la SS frecuentemente chequearan las condiciones físicas de los esclavos, así cuando comenzaban a mostrar deterioro en su salud, debido a las terribles condiciones a las que eran sometidos, los hacían trasladar al campo Auschwitz – Birkenau para su exterminio y eran reemplazados por nuevos prisioneros, esto en los casos en que no morían de agotamiento en la misma fábrica. Este consorcio de empresas y sus directivos siempre estuvieron al tanto de esta actividad criminal y a sabiendas de ella se enriquecieron.

Este conglomerado industrial había sido fundado en diciembre de 1925, tras la fusión de las siguientes compañías: Agfa, la cual fabricaba materiales para fotografía y rayos X; Cassella y Basf, elaboraban productos químicos, colorantes y tintes; Bayer y Farbwerke Hoechst, elaboraban productos químico-farmacéuticos; Chemische Werke Huls, fabricaba combustibles artificiales y materiales energéticos y por último Chemische Fabrik Kalle, cuya especialidad era la fabricación de materiales plásticos y productos textiles avanzados.

Esta composición empresaria convertía a IG Farben en un monopolio de la industria química y en uno de los grupos industriales más poderosos a nivel mundial. Desde el primer momento, los directivos del consorcio pusieron a disposición de Hitler y su aparato político y de propaganda todo este poderío económico con el objetivo de ubicarlo al frente del gobierno alemán. Una vez conseguido esto, en primer lugar apoyaron fuertemente las finanzas del régimen, para que de este modo el gobierno pudiera superar la mala situación económica que Alemania arrastraba desde la crisis de 1929 y así mostrar estabilidad al pueblo alemán y consolidar su popularidad.

Sabiendo todo esto, resulta difícil imaginar el ascenso y la consolidación del poder de Adolf Hitler y del nacionalsocialismo sin la complicidad y el respaldo económico de los magnates de la industria de Alemania.

Como era de esperar, la IG Farben ocupó un lugar de privilegio entre aquellas empresas y proveedores elegidos por la jerarquía nazi para el otorgamiento de contratos relacionados con la construcción de obras públicas y el abastecimiento de insumos para la industria bélica, durante el período de la remilitarización de Alemania y la posterior guerra.

Los postulados racistas de la ideología nazi eran compartidos por una enorme porción de la oligarquía empresaria alemana, sin embargo las políticas del régimen eran para dicho sector económico, sobre todo, una gran oportunidad de negocios. Y esto fue así especialmente para la IG Farben y todas las empresas y filiales del consorcio, las que prácticamente planeaban en conjunto con los altos mandos de la Wehrmacht, cómo sería la apropiación, en beneficio del conglomerado alemán, de las industrias químicas y farmacéuticas de los países que iban ocupando.

Un inmenso saqueo planificado, cuyas primeras víctimas fueron las fábricas relacionadas con la producción petroquímica y de medicamentos situadas en Checoslovaquia y posteriormente en Polonia. Más tarde correrían la misma suerte las empresas ubicadas en todos los territorios y países que iban siendo invadidos por los nazis.

El conglomerado industrial llegó incluso a obtener millonarias ganancias derivadas directamente de los asesinatos masivos ejecutados en los campos de exterminio, debido a que la empresa Degesch, una filial de IG Farben, era el fabricante del veneno Zyklon B, usado en las cámaras de gas. También producía la casi totalidad de los explosivos y combustibles usados por la Wehrmacht, además de otros insumos vitales para la maquinaria de guerra fascista.

Sin embargo, las atrocidades cometidas por estos empresarios, no se limitaban a los negocios relacionados con la venta de insumos bélicos, la explotación de esclavos en su fábrica de Auschwitz – Monowitz o el saqueo de las empresas en los territorios invadidos por Alemania.

El grupo IG Farben, a través de sus empresas farmacéuticas Bayer y Farbwerke Hoechst, compraban prisioneros de Auschwitz, mayoritariamente mujeres, para la experimentación con nuevos medicamentos y vacunas. Estos procedimientos se realizaban en las instalaciones del campo y muchas veces lo hacían con la colaboración del médico Josef Mengele. Casi siempre el resultado final era una muerte horrible para los prisioneros sometidos a estos experimentos.

Cualquiera podría suponer que los autores de todos estos terribles crímenes contra la humanidad, los cuales no solo fueron impulsados por un irracional odio racial, sino que también habían estado motivados por la más vil y obscena avaricia, recibirían un castigo proporcional a sus delitos. Pero no fue así.

Tiempo después de haber finalizado la guerra, el 27 de agosto de 1947 se inició un juicio en Núremberg, en el cual fueron juzgados veinticuatro altos directivos del consorcio IG Farben, en relación con la participación y responsabilidad de estos en las atrocidades cometidas durante la guerra, e incluso en el período previo, debido a la apropiación y el saqueo de plantas industriales en Checoslovaquia, después de la invasión nazi, de cuya preparación participó activamente el grupo empresario alemán, a través del financiamiento de los grupos paramilitares alemanes que desestabilizaban al gobierno checoslovaco con actos terroristas.

El tribunal estaba compuesto por el juez Curtis Grover Shake como presidente del cuerpo y lo acompañaban los jueces James Morris y Paul M. Hebert, el juez suplente Clarence F. Merrell y el fiscal Telford Taylor, todos ellos norteamericanos.

Los cargos que se les imputaron a los acusados fueron los siguientes:

1.º Planificación, preparación, iniciación y ejecución de guerras de agresión y las invasiones de otros países.

2.º Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad a través del saqueo y la expoliación de los territorios ocupados, y la incautación de plantas en Austria, Checoslovaquia, Polonia, Noruega, Francia y Rusia.

3.º Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad a través de la participación en la esclavitud y la deportación para realizar trabajos forzados en una escala gigantesca de prisioneros del campo de concentración y civiles en los países ocupados, y los prisioneros de guerra, y el maltrato, el terror, la tortura y asesinato de personas esclavizadas.

4.º La pertenencia a una organización criminal, la SS.

5.º Actuando como líderes en una conspiración para cometer los delitos mencionados en los cargos 1.º, 2.º y 3.º.

Dentro del texto de la acusación, el fiscal Telford Taylor afirmó que “IG Farben marchó con la Wehrmacht, concibió, inició y preparó un detallado plan para hacerse, al amparo de esta, con la industria química de Austria, Checoslovaquia, Polonia, Noruega, Francia, Rusia y otros países”.
Como antecedente, un año antes había concluido el primer juicio de Núremberg a los veinticuatro más altos jerarcas nazis, los que fueron encontrados culpables de haber cometido crímenes contra la humanidad similares a aquellos por los que se estaba enjuiciando a los empresarios. En el mencionado primer juicio, nueve de los acusados fueron sentenciados a severas penas de prisión, otros doce de ellos fueron condenados a muerte por ahorcamiento y tan solo tres fueron absueltos. Teniendo en cuenta esto, se podría haber esperado la misma severidad para con los industriales alemanes, en caso de haber sido hallados culpables.

Sin embargo, solo trece de los acusados fueron condenados por el tribunal, a pesar de las abundantes pruebas de los crímenes cometidos y el hecho de que los altos cargos que ocupaban en la estructura del conglomerado industrial hacía imposible el hecho de que pudieran no formar parte de esta trama criminal o desconocer lo que sucedía. Los plazos de las sentencias de los condenados fueron sorprendentemente benévolos, yendo desde los dieciocho meses hasta los ocho años de prisión.

Esta es la lista de los directivos y ejecutivos de IG Farben, condenados por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad y las respectivas sentencias y los cargos por los que fueron encontrados culpables:

Carl Krauch. Presidente del Consejo de Vigilancia y miembro de la Oficina de Goering para el Plan Cuatrienal. Declarado culpable del 3.º cargo. Sentenciado a seis años de prisión.

Ernst Bürgin. Jefe de planta. Declarado culpable del 2.º cargo. Sentenciado a dos años de prisión.
Friedrich Jahne. Ingeniero jefe. Declarado culpable del 2.º cargo. Sentenciado a dieciocho meses de prisión.

Fritz Ter Meer. Jefe de departamento. Estuvo a cargo de la planta química en Buna (Auschwitz – Monowitz). Declarado culpable del 2.º y 3.º cargo. Sentenciado a siete años de prisión.

Georg von Schnitzler. Jefe de Economía Militar y capitán de la SA. Declarado culpable del 2.º cargo. Sentenciado a dos años y medio de prisión.

Hans Kugler. Jefe de ventas de colorantes para el sudeste de Europa. Declarado culpable del 2.º cargo. Sentenciado a dieciocho meses de prisión.

Heinrich Bütefisch. Jefe de Producción en Auschwitz – Monowitz y teniente coronel de la SS. Declarado culpable del 3.º cargo. Sentenciado a seis años de prisión.

Heinrich Oster. Gerente de la planta de nitrógeno. Declarado culpable del 2.º cargo. Sentenciado a dos años de prisión.

Hermann Schmitz. Presidente de la Junta Directiva de IG Farben y miembro del Reichstag. Declarado culpable del 2.º cargo. Sentenciado a cuatro años de prisión.

Max Ilgner. Jefe de Inteligencia y Propaganda. Declarado culpable del 2.º cargo. Sentenciado a tres años de prisión.

Paul Häfliger. Jefe del departamento de metales. Declarado culpable del 2.º cargo. Sentenciado a dos años de prisión.

Walter Dürrfeld. Jefe de la construcción en la planta de Auschwitz – Monowitz. Declarado culpable del 3.º cargo. Sentenciado a ocho años de prisión.

Otto Ambros. Jefe del Comité de la Guerra Química en el Ministerio de Guerra y jefe de producción de Buna en Auschwitz – Monowitz. Declarado culpable del 3.º cargo. Sentenciado a ocho años de prisión.

Ninguno de los condenados cumplió la totalidad de la sentencia y la mayor parte de ellos fueron liberados por las autoridades habiendo transcurrido tan solo la mitad o incluso menos de la mitad del tiempo que debían permanecer en prisión por sus crímenes.

Resulta indignante ver la indulgencia con la que fueron tratados estos criminales, y si bien todos los cargos por los que se los condenó a quienes fueron hallados culpables eran sumamente graves, aquellos por los que fueron sentenciados Carl Krauch, Fritz Ter Meer, Heinrich Bütefisch, Walter Dürrfeld y Otto Ambros eran particularmente aberrantes. Estos eran cargos por esclavizar, torturar y asesinar a miles de prisioneros en las fábricas de IG Farben.

Para ejemplificar el grado de crueldad ejecutado por estos empresarios alemanes, cabe mencionar que Otto Ambros, además de tener un papel destacado en Auschwitz – Monowitz, también administraba la fábrica de IG Farben en Dyhernfurth, Polonia, donde se producían los gases nerviosos tabún y sarín, en cuyo desarrollo participó Ambros. Esta planta química tenía un campo de concentración con unos tres mil prisioneros que eran utilizados para las tareas más peligrosas y a los cuales se usaba como cobayos, para probar los efectos mortales de los gases que desarrollaban.
Sin embargo y a pesar de sus horribles crímenes contra la humanidad, Otto Ambros salió de prisión en 1951 después de purgar apenas tres años de condena por tantas muertes y sufrimiento infligido a sus decenas de miles de víctimas, cuando le concedió el indulto John McCloy, primer alto comisionado de los Estados Unidos para Alemania, quien antes de la guerra, casualmente, había sido consejero legal de la IG Farben.

Luego de su salida de prisión, lejos de vivir una vida de vergüenza y desprecio social debido a sus crímenes, Ambros se convirtió en asesor de las compañías químicas norteamericanas WR Grace y Dow Chemical. Sus servicios también fueron requeridos por el Cuerpo de Químicos del Ejército de los Estados Unidos de América y sirvió como asesor del primer canciller de la República Federal Alemana, Konrad Adenauer. Evidentemente su pasado criminal no era un obstáculo para el éxito profesional.

Cabe mencionar que Ambros no fue el único criminal de guerra nazi al cual McCloy le otorgó el indulto.

Entonces una pregunta interesante podría ser, ¿quién era John McCloy? Este funcionario norteamericano, hombre de Wall Street, era abogado y banquero, fue miembro del consejo de la Fundación Rockefeller, presidente del Chase Manhattan Bank y de la Fundación Ford. Todas estas empresas o las fundaciones pertenecientes a estas tuvieron vínculos comerciales con la IG Farben, como por ejemplo la norteamericana Standard Oil, perteneciente a la familia Rockefeller. El Chase Bank (cuyo accionista mayoritario era John D. Rockefeller) colaboró con el gobierno nazi y se benefició del movimiento de los activos que habían sido robados a los judíos alemanes emigrados y más tarde volvió a operar en favor de Hitler, al bloquear cuentas bancarias de judíos franceses, durante el régimen de Vichy, incluso desde antes de que se dictaran las disposiciones oficiales restrictivas contra la propiedad judía en Francia. Posiblemente haya sido por esta relación privilegiada con el régimen nazi que los únicos bancos extranjeros que pudieron permanecer operando, durante la ocupación de Francia, fueron el Chase Bank y el JP Morgan & Co.

Es conocida la simpatía y admiración que se profesaban mutuamente Henry Ford y Adolf Hitler; además de que la Ford Motor Company se hallaba implicada colateralmente en el trabajo forzado de los prisioneros, debido a que la filial alemana de la automotriz norteamericana había utilizado mano de obra esclava, y era todo esto parte de las posibles motivaciones de la benevolencia del funcionario norteamericano para con los nazis convictos.

También hay quienes conjeturan que John McCloy actuó de esta manera, indultando a criminales de guerra, debido a presiones del gobierno de la República Federal Alemana, lo cual no parece muy probable. Sin embargo, es cierto que algunas autoridades alemanas tendían a proteger a determinados nazis, tal como lo hicieron con el líder de la Organización de Nacionalistas Ucranianos, el genocida Stepán Bandera, responsable junto a su cómplice Yaroslav Stetsko, de la organización y ejecución por parte de sus seguidores del pogromo de Lviv de finales de junio de 1941, donde fueron asesinados de una manera brutal unos nueve mil judíos. Además, la organización de Bandera cometió muchos otros crímenes contra civiles judíos, polacos y rusos, en colaboración con el nazismo. Estos dos criminales, una vez finalizada la guerra, eludieron rendir cuentas ante la justicia por las matanzas ejecutadas junto a sus partidarios y se refugiaron en Múnich, al amparo de las autoridades y fueron reclutados por agencias de inteligencia del Reino Unido y de Alemania Federal para organizar operaciones de sabotaje y terrorismo en territorio soviético.

Volviendo al caso de Otto Ambros y los demás directivos de la IG Farben que fueron condenados, y los que tuvieron la suerte de ser absueltos, todos ellos gozaron de destinos similares; se reinsertaron en sus exitosas carreras profesionales, ocupando altos cargos directivos en empresas, no solo alemanas, sino también británicas y norteamericanas, lo cual podría explicar lo indulgente de sus condenas. Pero lo más terrible es el hecho de que estos individuos no tuvieron ningún problema para volver a la vida social, como si su paso por prisión tan solo se hubiera debido a un desafortunado incidente de tránsito. Sin duda esconde un alto grado de hipocresía el hecho de que luego de la guerra se prohibiese la exhibición de cualquier clase de simbología nazi o la apología del régimen de Adolf Hitler en la nueva Alemania Federal; pero que, al mismo tiempo, tantos cómplices e instigadores de la barbarie nazi pudieran caminar libremente por las calles y liderar importantes empresas, como si de gente respetable se tratase; del mismo modo que muchos exmiembros de la SS o exintegrantes de la maquinaria estatal nazi se convirtieron en altos funcionarios del gobierno e incluso formaron parte de las fuerzas armadas y de agencias de inteligencia del país germano.

Y como si todo esto fuera poco para ofender la memoria de tantas víctimas, dos de los empresarios convictos fueron distinguidos y homenajeados por las autoridades alemanas. A Heinrich Bütefisch le otorgaron la Gran Cruz del Mérito de la República Federal de Alemania y a Friedrich Jahne le dieron la Medalla de Servicios Distinguidos de Baviera y la Cruz de Servicios Distinguidos de la República Federal de Alemania.

Auschwitz bien podría ser considerado la cúspide del mal y la perversión humana, y del mismo modo que estos crímenes nunca podrán ser olvidados, los perpetradores de estos deberían haber recibido un castigo adecuado por sus actos y que sus nombres quedasen para siempre manchados por la vergüenza. Pero en Alemania, para los poderosos directivos de la IG Farben, como para tantos otros empresarios nazis, se prefirió la impunidad y el olvido cómplice.

 

Christian Lamesa, nacido en la ciudad de Buenos Aires en 1971.
Analista geopolítico, fotógrafo y escritor. Autor del libro “La paternidad del mal – Los cómplices de Hitler”.
Nominado al premio de la Sociedad Rusa “Znanie” (Российское общество «Знание») como “Educador extranjero del año 2023”
Embajador en la República Argentina de la Sociedad Rusa “Znanie” (Российское общество «Знание»)

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