Para Baby Etchecopar, los palazos son como goles

Para Baby Etchecopar, los palazos son como goles

El conductor dijo que por "cada palazo en el lomo de esta gente nosotros lo disfrutamos y cantamos gol en casa" y que a Macri "lo votamos para ver esos palos", que lo reconfortaron. Filosofía barata.


El dueño del micrófono de Radio 10 en el horario de 12:00 a 15:00, Baby Etchecopar, volvió a incurrir en una serie de exabruptos de desagradable concepción para criticar al paro de la Confederación General del Trabajo, al peronismo, a los sindicalistas, a los peronistas, al Partido Obrero y a los piqueteros.

Utilizando un lenguaje que roza la procacidad, plagado de palabras de dudosa pertinencia, el conductor de “El Ángel del Mediodía” afirmó que “sentí por primera vez que cada peso de los impuestos que pago tiene valor”, además de decir “que cada palazo en el lomo de esta gente nosotros lo disfrutamos y cantamos ‘gol’ en casa”.

Excediéndose en su rol de provocador, Etchecopar explicitó las razones por las que votó a Mauricio Macri. “Pero sí, nosotros lo votamos, lo votamos no porque nos caiga simpático Macri, ni porque nos guste la ‘hechicera’, ni porque seamos felices con Antonia: lo votamos para ver esos palos“, con los que la Gendarmería golpeó a los manifestantes.

Arrojándose en clavado sobre un racismo de baja estofa, complementado con una filosofía de vuelo escaso, el ángel de alas oscuras trató a los piqueteros que fueron desalojados en la Ruta Panamericana casi como subnormales. “¿Sabés qué pasa?, esos alcornoques no entienden más palabras que el golpe, porque son bestias, porque ellos se manejan con el golpe, porque cuando pasás te cagan a trompadas, te escupen y te mean (orinan), porque ése es el diálogo de ellos. No entienden diálogo“, remató, esgrimiendo un nivel filosófico semejante al de algunos sofistas de la antigüedad.

En este punto, es necesario refrescar algunos episodios de la batalla cultural que se produjo en Atenas en el Siglo V a.C., entre los filósofos y los sofistas. Platón cuestionaba a los sofistas, pues se limitaban a los aspectos formales y utilizaban diversas trampas dialécticas que servían para fingir que enseñaban la virtud. En realidad, lo que buscaban era anular los argumentos de los filósofos, que a menudo debían extremar su sutileza para eludir las verdaderas zonceras que utilizaban los sofistas más populares de aquella Atenas, entre los que se contaban Protágoras, Gorgias, Pródico, Calicles, Trasímaco, Hipias y Critias.

Si el lector avispado buscara en los anales de la filosofía helénica, le sería imposible encontrar ningunos de estos nombres que terminamos de enumerar, tan liviana fue su imprompta. Los sofistas tenían sólo dos cosas en común con los filósofos, que eran el escepticismo y el relativismo. Estaban interesados, en realidad, más en la persuasión que en el hallazgo de la verdad. Ellos mismos llamaban a su hipotético arte, “conducción de almas”. Platón, más irónico, lo bautizó como “captura de almas”. El propio Gorgias reconocía que con las palabras se puede “envenenar y embelesar”, en tato que Protágoras clamaba por “poder convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles”.

Pues bien, como puede deducir el lector, aún siendo considerados como un espejo de “la decadencia de la filosofía”, ejercer el dudoso arte del sofisma exigía de sus cultores un esfuerzo, una pulsión por buscar su propia verdad, porque la verdad válida para todos era privativa de la filosofía.

Etchecopar, que tiene derecho a pensar como quiera, no tiene derecho a tratar con desprecio a los que no viven en San Isidro como él, ni ganan salarios a su nivel, sólo porque profesan una forma de pensar diferente. En su carrera hacia la nada, el conductor radial renunció hasta al esfuerzo de encontrar una verdad. De tan bajo vuelo es su carrera.

Para cerrar una controversia de vuelo rasante, vale recordar un pasaje de “Megafón o la Guerra”, la obra cumbre de Leopoldo Marechal. En ella, Megafón, el protagonista de la novela, le envía una nota a Samuel Tesler -filósofo, pensador y hombre del que se había apoderado la insania- por medio de un afilador llamado Capristo. En la nota, Megafón le atribuye a Capristo, su emisario, “la proverbial astucia del lince”, pero Tesler discordando con su apreciación, en su respuesta le asignó al afilador, no la astucia del lince, sino “la sutileza proverbial de un ganso”.

Qué suerte que Baby Etchecopar no se encontraba en las inmediaciones del Hospital Borda, adonde estaba residiendo Tesler, porque quizás éste le hubiera adjudicado al parlanchín locutor una virtud similar a la que le atribuyó al popular afilador.

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