Bailando en la Gran Manzana, tan lejos de Buenos Aires

Bailando en la Gran Manzana, tan lejos de Buenos Aires

Las vicisitudes de la institucionalidad monetaria y las luces de la Gran Manzana quitaron al paro general metraje en los diarios del día siguiente.


Entre Plaza de Mayo y la Quinta Avenida, entre Christine y Cristina, entre el PJ y la JP (Morgan), entre el FMI y los movimientos sociales, Mauricio Macri jugó las fichas que le quedaban para llevar a buen puerto su experimento político. A nadie sorprende que haya vuelto a atar su suerte a las promesas de los cantos de las sirenas financieras, desoyendo el reclamo que tomó las calles y vació las fábricas del país al comienzo de esta semana.

Al fin y al cabo, al Presidente le gusta jactarse, en público y en privado, de su previsibilidad. Esa falta de sorpresa, que a veces puede ser una virtud, se vuelve una pesada carga cuando los pronósticos son sombríos, como ahora. En estas condiciones, resulta doblemente complicado generar expectativas positivas que rompan la inercia. Al cierre de esta nota se esperaba que el anuncio del nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional brindara a los mercados la confianza en la economía argentina que escasea desde diciembre del año pasado, proveyendo las soluciones que él no puede garantizar. Incluso si tal cosa sucediera, no son buenas noticias para los habitantes del suelo argentino.

Ni el amor ni el espanto: es ese el engrudo que dio forma al último paro nacional, el más importante de los cuatro que se le declararon a este gobierno. La certeza es que un acuerdo con el FMI tendría consecuencias catastróficas sobre la economía y que sin acuerdo, en estas condiciones, el escenario sería aún peor. La muerte o dunga dunga.

La pérdida pronunciada del poder adquisitivo y el creciente desempleo tomaron por asalto la agenda pública con todo el peso de la realidad que se siente en los bolsillos y en los estómagos, relegando a un segundo plano otras preocupaciones menos urgentes, como la corrupción y el republicanismo.

Como nunca antes, el reclamo durante la huelga fue concreto y se planteó sin eufemismos: es necesario cambiar el modelo económico, porque este ya no ofrece soluciones. Detrás de esa consigna se alineó un arco político de notoria amplitud, que atraviesa el camino que separa a Hugo Moyano de Héctor Daer; a Sergio Palazzo de Carlos Acuña; a la Iglesia del Partido Obrero; a CFK de Sergio Massa. Señal de alerta para el oficialismo, cuya principal estrategia electoral reside en garantizar la división opositora. De todos modos, esta es una luz amarilla en el camino del Gobierno, pero no la única.

El proyecto de Presupuesto para el año que viene ya circula entre despachos en el Congreso de la Nación: entre sus cláusulas se encuentran las condiciones fiscales que puso el FMI para la firma de un nuevo acuerdo. Su trámite parlamentario no será una mera circunstancia, ni su aprobación en tiempo y forma parece segura.

Los incentivos para que la oposición acompañe sin marcar la cancha son escasos y decrecientes; la muñeca política del oficialismo en los dos recintos ya no es la que era; la masividad de la protesta hizo que algunos de los legisladores peronistas que pensaban acompañar estén, ahora, reevaluando esa posición. La discusión en comisiones traerá consigo cambios en el texto. El punto es cuántos cambios soportará Madame Lagarde antes de plantarse. Suya es la última palabra: si en junio Macri le había dado el control de la política económica, al desplazar a Toto Caputo del Banco Central le entregó las llaves de la política monetaria.

El Presidente decidió replegarse, ejerciendo un rol más similar al de los jefes de Estado europeos, y dedicarse al protocolo, la diplomacia y los deportes; la tarea de gobernar quedará, así, tercerizada entre la francesa y su equipo de burócratas.

De esta forma, Macri ajusta un nudo más en la soga que lo aprieta. Su capacidad de maniobra se angosta ante cada decisión que toma o deja tomar. Se justifica: “Este es el único camino”. No se da cuenta de que la política es exactamente lo contrario a esa idea. Sin palacio ni calle, la trampa se cierra sobre sí misma: las medidas recesivas hacen mella en el caudal de apoyo social a Cambiemos, la pérdida de popularidad del Gobierno siembra dudas sobre el futuro político del país, los inversores –cautelosos por definición– eligen otros destinos, se anuncian nuevas medidas, aún más recesivas, etcétera.

Esa es la dinámica que se inauguró en diciembre pasado, cuando Macri decidió rifar su formidable popularidad tras los comicios de medio término para aprobar una reforma previsional que desde entonces le trajo más problemas que soluciones. Luego, esta se profundizó en mayo con el anuncio del primer acuerdo con el FMI. Difícilmente un nuevo acuerdo le traiga las respuestas que necesita. En todo caso, la pregunta que hay que hacerse es si el tercio de imagen positiva que aún conserva el oficialismo es realmente su piso, en cuyo caso el oficialismo podría, aún, aspirar a una fórmula competitiva el año que viene, o, por el contrario, si la espiral puede seguir descendiendo, y en ese caso, hasta dónde.

Como en los relojes de arena, en donde parece que los granos caen más rápido a medida que se acerca el final, la percepción del paso del tiempo durante el último año del mandato de un presidente siempre se acelera y sufre cada vez más condiciones apremiantes.

Otras circunstancias ponen obstáculos en el camino a la reelección que buscará, según dijo ante la cadena estadounidense de información financiera Bloomberg, curioso foro para ese tipo de anuncios. El summit del G20 que se celebrará en Buenos Aires a fines de noviembre marcará el final de una etapa en las relaciones internacionales para el gobierno de Macri.

A partir de diciembre, deberá recoger los frutos del trabajo hecho durante los últimos tres años; otro juego distinto. Las inminentes elecciones en Brasil también implicarán un desafío, sea cual sea el resultado. Pero el principal problema que tiene por delante lo construyó él mismo.

La mala praxis, los errores no forzados y las decisiones sesgadas por su ideología lo llevaron al escenario menos conveniente: una dicotomía sin solución intermedia entre el camino que propone el sistema financiero internacional y el que reclama la economía real argentina. Braden o Perón revisitado; demasiado poco para alguien que llegó al poder con la promesa, entalcada y perfumada, de cerrar la grieta y devolver este país a la normalidad, si es que tal cosa existe.

Te puede interesar

Qué se dice del tema...