“Que el socio tenga preparado el pasaporte, que del resto nos vamos a ocupar nosotros”, había dicho Daniel Angelici al asumir la presidencia de Boca, a fines de 2011. En ese entonces, todavía podía verse en el espejo retrovisor el ciclo más glorioso de la historia del club (1998-2007), y cualquier objetivo por debajo de volver a ganar la Copa Libertadores para clasificar al Mundial de Clubes parecía poco. El reciente descenso del máximo rival a la segunda categoría del fútbol argentino parecía servir en bandeja el comienzo de una nueva época de oro, y el abogado y binguero, que poco antes había renunciado a la Tesorería del club por negarse a pagar el monto de la renovación del contrato de Juan Román Riquelme, a la sazón máximo ídolo, no escatimó, como presidente, recursos para cumplir con su promesa. No fue suficiente.
Extrañas son las vueltas de la vida: gracias a la inexplicable decisión de jugar la última final de la Copa Libertadores en el estadio Santiago Bernabéu, de Madrid, unos pocos socios pudieron usar el pasaporte que había pasado siete años juntando polvo en el cajón. Una nueva derrota contra River, la cuarta en la misma cantidad de cruces eliminatorios en el último lustro, selló el fracaso de Angelici en su máxima apuesta, a un año del final de su segundo y definitivo mandato. Tres campeonatos locales y dos Copas Argentinas en siete años sería un balance positivo en cualquier otro club de este país, pero no en Boca.
Quedan doce meses (y una Copa Libertadores más) en los que el Tano intentará asegurar su sucesión y la continuidad del ciclo macrista, que hace un cuarto de siglo gobierna los designios de la institución y que, por primera vez, parece estar en peligro.
Porque Angelici es mucho más que un dirigente deportivo. Abogado y empresario del juego, fue una figura clave para cimentar a Macri primero en Boca, después en la Ciudad y finalmente en el país. Como operador judicial todoterreno y hombre con vínculos fluidos con el sistema de inteligencia, acapara tal cantidad de poder que no necesita de un cargo para ser una de las personas más influyentes del gobierno de Cambiemos. Una telaraña de nombres que se intercambian entre la administración nacional y la dirigencia xeneize dan fe del ecosistema compartido, a tal punto que en los cálculos para los comicios en el club del año que viene entra a tallar el rechazo creciente a la gestión nacional. Algunos, incluso, intuyen que esa influencia no tiene una sola vía y que la falta de resultados deportivos en Boca puede complicar las ansias de reelección del Presidente de la Nación. Suena arriesgado.
Más concreta es la importancia que tiene el Tano en el Poder Judicial, donde talla desde hace dos décadas un entramado que le garantiza a Macri cierto control de lo que sucede puertas adentro de Tribunales. Las figuras más visibles que responden a Angelici son la titular de la Oficina Anticorrupción, Laura Alonso, nombrada en ese puesto a pesar de carecer de los requisitos técnicos exigidos y advertidos por la ley, y el jefe de los fiscales porteños, Martín Ocampo, que regresó a ese rol luego de ser eyectado del Ministerio de Seguridad tras el fracaso del operativo en el Monumental, cuando debía jugarse la segunda final de la Copa. Hasta hace poco, también manejaba el Consejo de la Magistratura porteño de la mano del fallecido Enzo Pagani, que también fungía como vocero de la Comisión Directiva de Boca.
Poniendo la lupa sobre la dirigencia del club, salen a la luz otros vínculos bastante elocuentes: Darío Richarte, ex número 2 de la SIDE durante la presidencia de Fernando de la Rúa, es uno de los vicepresidentes de la institución, además de miembro del Tribunal de Disciplina de la AFA, donde también reviste el camarista en lo Contencioso Administrativo Sergio Fernández. Sergio es hermano de Javier Fernández, histórico operador en Comodoro Py vinculado con los servicios de inteligencia, hoy titular de la Auditoría General de la Nación, con una licencia por problemas de salud pedida tras ser procesado por Claudio Bonadio en la causa de los cuadernos. Richarte y Javier Fernández comparten, cada vez que Boca juega de local, el palco en la Bombonera.
En la Comisión Directiva de Boca también figura Gustavo Ferrari, actualmente ministro de Justicia de la provincia de Buenos Aires. Los vínculos de Ferrari con el Pro son más recientes, ya que fue una pieza clave de la campaña de Daniel Scioli en 2015. El exgobernador le había prometido nombrarlo como titular de la AFI en caso de ganar las últimas elecciones presidenciales. Todo tiene que ver con todo. Otro Gustavo, Arribas, fue el elegido finalmente para ese cargo. Sin un vínculo formal con el club, como representante de jugadores estuvo muy vinculado desde la llegada de Macri a la presidencia de esa institución. Entre otros casos, fue protagonista de la venta de Carlos Tevez al Corinthians, por la que los brasileños declararon un desembolso de 19 millones de dólares, mientras que en las arcas xeneizes se registró un ingreso de 16 millones. Nunca se aclaró qué pasó con la diferencia.
Cuando le preguntaron por qué eligió a Arribas para encabezar la AFI, Macri dijo: “De todos mis amigos, ¿cuál es el más acostumbrado a esta cosa de las trampas?”. Sin embargo, hay sospechas añejas de que entre los dos hay algo más que una simple amistad. Cuando fue el caso Tevez, el exdirigente de Boca Roberto Digón aseguró en una entrevista que Arribas es “testaferro de Macri”. Mucho antes, en 1997, el Coti Nosiglia, hoy socio político del Presidente pero entonces en la vereda opuesta en la interna xeneize, denunciaba: “Mascardi parece ser el dueño de todos los pases de los jugadores. Después nos vinimos a enterar de que Gustavo Arribas, amigo íntimo de Mauricio, es socio de Mascardi y número cinco en el equipo que tiene Mauricio en la quinta Los Cardenales”. Impunidad, espionaje y dinero, los vértices de un triángulo que se construyó durante un cuarto de siglo y que el zapatazo de Juanfer Quintero hizo tambalear.
Imposibilitado de buscar una nueva reelección, la apuesta es que otro histórico del Pro ocupe el lugar de Angelici. Christian Gribaudo, hoy secretario general del Club, era número puesto antes de la final. Otro nombre que suena ahora es el del virtual jefe de Gabinete de la Nación, Andrés Ibarra. Algunas fuentes mentan diferencias entre Angelici y Macri en ese sentido. No sería la primera vez, en las últimas semanas, que se ven fisuras en esa sociedad. El fallido operativo de seguridad en Núñez se cobró el cargo de Ocampo, un hombre puro del Tano, sacrificado para resguardar la responsabilidad del Gobierno nacional; la zona donde sucedió el ataque al micro de Boca estaba a cargo de Prefectura. Luego, el Presidente de la Nación se alió con el titular de River, Rodolfo D’Onofrio, contra su hombre de confianza, en un intento final por mantener el partido fronteras adentro de la Argentina, incluso en el mismo Monumental.
Quedan doce meses hasta que el club acuda a las urnas. A pesar de las derrotas deportivas, el oficialismo está confiado de retener la conducción de Boca el año próximo. El sistema de lista de espera y socios adherentes que implementó el Tano les permite moldear el padrón para favorecer sus chances. Pero las internas en el entramado macrista que gobierna Boca desde mediados de la década de 1990 abren la chance de que un opositor saque partido de las frustraciones acumuladas y logre desbancarlo. Empresarios, exjugadores y dirigentes opositores piensan en la figura de un ídolo indiscutible que pueda arrastrar votos más allá de cualquier grieta. Justo esta semana, Juan Román Riquelme, el jugador más querido por los hinchas, el que le hizo el “Topo Gigio” a Macri y el que se fue del club a retirarse con otra camiseta porque Angelici no quiso renovarle el contrato, anunció que volverá a pisar la Bombonera el año que viene, en un postergado partido de homenaje.