"Usualmente, los mediadores hacen favores (distribuyen comida y medicamentos) a sus potenciales votantes, pero no están solos en la tarea. Tienen un círculo íntimo de seguidores. La red de resolución de problemas consiste en una serie de círculos que rodean al puntero/referente, quien está relacionado con los miembros de su círculo íntimo por medio de lazos fuertes de amistad duradera, de parentesco, real o ficticio (compadrazgo, comadrazgo)". Así descubre el sociólogo Javier Auyero, a los largo de su obra, una trama vincular (concéntrica) que tiene en su centro lo que desdeñosamente se llaman punteros. Auyero tiene el mérito de intentar transgredir aquello que es dicho con la confianza ciega de revelar una verdad, y bajo la cual subyace una mirada de clase (y racista) sobre los sectores populares. Es decir, cuando se habla de aquella población cautiva a la que -como anunció Elisa Carrió tras perder las últimas elecciones presidenciales- "las clases medias y medias altas, se movilizarán para liberar de la dominación del aparato clientelar". ¿Qué hay detrás de estas afirmaciones aparentemente nobles? ¿Quiénes son los que ocupan esos lugares capilares de dominación y son llamados así, punteros?
ZONCERAS
La política argentina vive acompañada de una zoncera, entre muchas, que reza que las elecciones se ganan por aparato. Y en la entraña del aparato, aparece la figura brumosa del puntero, verdadera encarnación de una suerte de Estado personalizado en él. Y la verdad es que cualquiera que conoce un barrio pobre, sabe que sin esos intermediarios no habría para muchas familias acceso inmediato a soluciones concretas, tanto alimenticias como sanitarias. Su existencia revela un estado de cosas, un tipo de Estado, una intemperie social en la cual la irrupción del puntero es más consecuencia que causa. Dicho mal y pronto: llámese Margarita Barrientos, Gladys Miño, o quien sea, el puntero construye solidaridad con un sistema de lealtades y beneficios, igual que el resto de la política argentina. Sólo que la política de los pobres se nota más. Si están los que se movilizan por el plan, ¿por qué cosas se moviliza el señor Luciano Miguens? Es un problema cantidades.
A ese enunciado anti-aparato ya se le opuso un corpus de estudios e investigaciones (en las que Auyero ha sido vanguardia) que comprobaron no sólo la nula evidencia empírica de los enunciados sobre el clientelismo (las elecciones "no se ganan por aparato", sólo es posible que el puntero, referente, etcétera, agregue un "plus" de votos y movilización), sino que complejizaron la mirada sobre esas redes, corriendo el velo de prejuicio que las envuelve. Sin simplificarlas, ni idealizarlas tampoco (sin el ?romanticismo? del territorio al que muchos intelectuales también son afectos).
MONDONGUITO
En esta ocasión, elegimos para iniciar una serie de notas sobre punteros a un referente que fue noticia hace pocos días, tras un episodio brutal de violencia policial, cuya investigación judicial continúa. Y se trata, originalmente, de un puntero radical, pero no es casual su elección. Quien escribe estas líneas acusa tener con el referente una relación de afecto y conoce de cerca los efectos que miden su impacto territorial. Pero la condición "radical" apunta al núcleo duro del problema clientelar: siempre aparece asociado al peronismo, a la inmensa máquina vencedora en cuyo centro habita ese oscuro animal imbatible: el puntero del pejota bonaerense. Por eso, un puntero radical de un barrio humilde que -en sus propias palabras- dice contar con "más de 350 afiliados de todo el barrio", nos pareció la forma de poner en situación a este sujeto que en el imaginario colectivo niega la democracia, cautiva voluntades, etcétera.
Jorge, alias Mondongo, podría ser peronista, y lo sabe. De hecho, de alguna manera, lo fue. Es un hombre nacido y criado en Villa Soldati, en la legendaria Villa Cartón. Que vivió, y dio de vivir a su familia, revolviendo, como miles, durante los setenta, en la quema de basura que se ubicaba en el hoy -emblemático- Parque Roca. Fue testigo de hechos, siendo pibe, cuya descripción (y gestualidad) parecen aún marcarlo. Vio camiones "del ejército o la policía" que bajaban gente y la fusilaban, y después la quemaban. Al otro día, curioso, junto a sus amigos, iba a ver los restos de esos cadáveres. También, asegura, junto a los pibes, los cientos que compartían el basural como fuente de vida y trabajo, que eran blancos de la policía, en una suerte de práctica de tiro sobre la que según fuentes de la Secretaría del Menor y la Familia, hay registros oficiales. En palabras de Jorge: "Yo me crié adentro de un basural, vos sabés, y de pibe vi cosas, vi cuando los militares bajaban gente y la mataban ahí, los ejecutaban, los prendían fuego. A la noche traían personas que seguramente secuestraban en algún lado, las arrodillaban, las ejecutaban, las rociaban, las prendían fuego, y al otro día las íbamos a ver, porque esperábamos que se hiciera de día, porque teníamos miedo que nos mataran también, porque ellos tiraban ráfagas para los yuyos. Sabían que había cirujas ahí adentro, éramos nosotros".
La vida de Jorge tiene el itinerario marcado: Cacciatore, topadora, erradicación. "Ahí las topadoras empezaron a tirar las villas, en el tiempo de los militares, y nos llevaron a La Matanza. Cuando volvió la democracia, me volví para acá, yo tenía 23 años". La vida meteórica de Jorge se topa con la política partidaria cuando, tras la vuelta de la democracia, "vuelve" a la Ciudad.
En la era Cacciatore, Jorge, y miles de familias, sufren las erradicaciones compulsivas. Él termina "al fondo de Ciudad Evita". La vuelta de la democracia es vivida como la vuelta a la ciudad. Y conoce ahí a la mujer de su vida, la Pichi, como se la conoce en el barrio, quien forma parte de una histórica familia de punteros (su hermana es presidenta de otro barrio de la zona).
Jorge y Pichi se casan, forman su familia, y en el medio de la alborada democrática, "los afilian" a la UCR, partido que vivía sus años dorados tras la estrella de Alfonsín. "Ahí andaba alguien metido, caminando por el barrio, afiliando por el radicalismo". La afiliación tiene un modo brutal: "vinieron los radicales, estaban afiliando en la zona, y nos afiliamos". Como si probaran suerte. Ese "radicalismo" podría ser descripto en los términos de una casuística que talla muchas vidas del pueblo: vinieron primero los radicales como podrían haber venido los peronistas. La identidad, como veremos, se juega después, es decir, en los lazos, en los beneficios, en la lucha que esa trama partidaria implica para sus vidas. Quien los suma es un puntero de otro puntero. Un eslabón más débil de otro más fuerte, cuyo primer pedido concreto es simple: "vos empezá a juntar gente, a llenar micros, a traer la gente a los actos".
La suerte de Jorge tiene un giro decisivo en el momento en que cae en las "garras" del histórico puntero radical de la zona, el "Beto" Larrosa. ¿Quién en Villa Soldati es capaz de decir que no lo conoce? Y divide, o dividió, las pasiones de los hombres y mujeres de Soldati, afiliados a ese partido centenario. El puntero que lo suma a la UCR, era asesor de un concejal, y le daba una mano a Jorge en su tarea de recolección de residuos, por la que solía pisar comisarías y calabozos. Desde ahí, empezaron a "trabajar siempre para Beto". Y ahí empieza una historia discontinua, de idas y vueltas, que muestra un lado del radicalismo parecido al sabalaje del peronismo histórico.
Pero Jorge no se ve hoy a sí mismo como un puntero, dice: "puntero no, uno es un referente barrial, uno se preocupa por los demás, y yo este ultimo tiempo pensé que al ocuparme tanto de los demás termine descuidando a mi propia familia".
La lucha contra la adicción de uno de sus hijos al paco se ha transformado en la causa de hoy, tanto de Jorge como de Pichi, "yo por eso nunca voy a bajar los brazos", dice. Y el comedor, el que empezaron a abrir, juntando o comprando mercadería del Mercado Central con sus propios bolsillos, ha transfigurado su rol y hasta su propio sistema de lealtades. Hoy Jorge pelea por su familia, como siempre, pero el devenir en el barrio (Villa Calaza, donde fue elegido presidente por elecciones de vecinos, en la entrada de Los Piletones), lo llevó de las entrañas de la parroquia radical a la interna de la Coordinadora de Villas, de la que Jorge prefirió abrirse. Pero el rastro de la identidad radical, como también pasa con muchos referentes barriales peronistas, es una construcción práctica que se construye día a día.
Jorge, el puntero, surge como figura del partido de la democracia, con la tarea de afiliación y movilización, luego es elegido presidente de su barrio, conforma un comedor, construye una plaza, tiene el ímpetu constante de construir un centro comunitario. Es decir, ha recorrido un camino, y más que ser un ejemplo menor de aquello que "atenaza" la democracia (como se los quiere presentar), resulta un actor decisivo a la hora de la construcción de una democracia real. Sí, ésta es una nota a favor de los punteros. De los referentes barriales. De los tipos que en el medio del barro dan un salto. No se olviden de que el Che era un muchacho de doble apellido.
Yo, a mi remera, le voy a poner Mondonguito.
(PUBLICADO ORIGINALMENTE EN EL SEMANARIO NOTICIAS URBANAS Nº 157, DEL 09/10/08).