Los socialistas votaron el domingo pero la pelea no terminó

Los socialistas votaron el domingo pero la pelea no terminó

Los comicios del Partido Socialista Democrático, que se hicieron el domigo pasado, dejaron una serie de conflictos, denuncias y anécdotas que le dieron pimienta a un trámite que en el pasado era casi anodino. Esta vez las peleas no fueron entre los guardianes de la ortodoxia tradicional y los renovadores, ni siquiera hubo acusaciones por supuestas desviaciones izquierdistas o de derecha. Esta vez los socialistas se sumaron a la corriente mayoritaria y se acusaron por comprar votos, por perseguir a los opositores y por hacer votar a los extranjeros. Bienvenidos a la Argentina del siglo 21


En un correo electrónico enviado a la redacción de NOTICIAS URBANAS por el máximo dirigente de una lista opositora, que obtuvo alrededor de 300 votos, éste denunció que "el ‘Caballo del Comisario’ (tal como denominó a la lista de Puy esta publicación en febrero pasado) obtuvo 236 de sus 986 votos en la Sección 15, Villa Ortúzar, tradicionalmente su base de operaciones. El ‘detalle’ consiste en que de los 236 votantes, 170 son ciudadanos extranjeros (bolivianos y peruanos) residentes en la villa de emergencia de la Sección 22 (Lugano)".

Luego, el socialista derrotado denuncia que "lo dicho para esta sección (la 15), sólo es una ‘perla’, dado que el método se repitió en las Secciones 21 (149 votos, 100 extranjeros) , 7 (70 votos, 45 extranjeros) y 23 (109 votos, 50 extranjeros)".

A este mismo dirigente, que cuestionaba los métodos clientelísticos del ganador, una integrante de la lista ganadora le reprochó que él mismo había utilizado anteriormente las mismas tácticas que en esos momentos les criticaba a los seguidores de Raúl Puy.

Un clásico de barrio

En la denunciada Sección 15, en la que la lista ganadora obtuvo 236 votos, se jugó el "Clásico del Domingo". Allí se enfrentaron Raúl Puy y su primo Oscar Piñeiro, dirigente de la lista Nº 1 -que a la postre quedó en el segundo lugar-, que obtuvo 66 votos. Lo paradójico fue que en la lista de Puy figuraba como candidata a consejera Mabel Piñeiro, la propia hermana del titular de la otra lista, por lo que la contienda política se transformó también en una compulsa familiar.

Una vez conocidos los resultados del comicio, cuando los rostros se iban distendiendo, empezaron los chistes. Las lenguas bífidas más largas del barrio atacaron al oponente directo en primer lugar. Comenzaron aclarando que "a Oscar Piñeiro no lo votó ni la familia". Después lo bautizaron "Nueva Fuerza", por aquello de los votos más caros del mundo, comparando el dinero invertido con los votos conseguidos. Como bien sabe Piñeiro, se puede sobrevivir a los combates políticos más duros, pero sobrevivir a las vecinas de la cuadra es casi imposible. Síndrome de barrio chico, como le llaman.

El antihéroe más respetado

Mario Ganora, el titular de la lista que quedó en el último lugar, logró 40 votos, pero aún así los integrantes de casi todas las listas coinciden en expresar su respeto hacia este abogado especializado en derechos humanos, al que le reconocen su militancia y su hombría de bien.

Una victoria con tela para cortar

Lo concreto en esta ocasión es que los socialistas, que tradicionalmente hicieron ostentación de su sobriedad y de una vida interna casi aburrida, esta vez se sumaron a la corriente general y decidieron tirar la chancleta y aportar su granito de arena a la farandulización de la política.

Es así que se cruzaron las denuncias, ya no esta vez por supuestas
desviaciones ideológicas o por faltas graves contra la ortodoxia socialista. Tampoco nadie fue acusado por faltar a los próceres del partido, que siguen siendo los custodios de la línea política. Ni siquiera hubo esta vez acusaciones por intentar dividir al partido, ni por atomizar a la izquierda, o por no ser lo suficientemente progresistas.

Esta vez las denuncias fueron por hacer votar a los bolivianos, por comprar otros votos y por expulsar de la función pública a los opositores. Es decir, los conflictos habituales en todo partido político del sistema que se precie como tal. Significa un cambio que los viejos socialistas ven casi con horror, pero que los jóvenes -acostumbrados a los métodos de los partidos en los 80 y los 90, que no dejaron pecado político por cometer- observan casi con indiferencia.

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