Si ante el reclamo social, un Gobierno apela a la Guardia de Infantería, a la Gendarmería, a las policías locales y a los servicios de inteligencia para amedrantar a los que expresan las reivindicaciones de los más pobres de la sociedad, todo lo demás es mentira. Pero, aun en la era de la comunicación y de las falsas informaciones, la mentira tiene un límite, que tiene que ver con la estupidez humana.
Demostrar esta tesis es fácil. La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, lanzó, ante un dócil periodista que no repregunta, que “muchas de las personas que vinieron a esta marcha eran barrabravas, de agrupaciones de izquierda y kirchneristas. Gente que se nuclea políticamente para voltear al Gobierno. Vinieron preparados para matar”. Esto fue dicho en medio de un feroz clima represivo, en el que sus policías golpearon a una mujer de 87 años, dejaron en coma a un fotógrafo -que en estos momentos corre peligro de muerte- y apalearon y balearon a miles de personas.
Si esos denostados barrabravas, zurdos y kirchneristas no mataron a nadie, significa que no tenían intenciones de hacerlo, porque ocasiones no les faltaron, entre el tumulto y el humo de los gases. En medio de la multitud podía pasar cualquier cosa, que no pasó.
Pero la escasa amplitud idiomática de la ministra volvió a tenderle una trampa, cuando afirmó sin ruborizarse que “los violentos detenidos hoy muestran lo peor de la decadencia que estamos dejando en el pasado. Detuvimos un centenar de violentos piqueteros, militantes de agrupaciones políticas y barras bravas, que son integrantes de organizaciones criminales que operan con total impunidad desde hace años”, sin reparar en los repetidos fracasos de sus fuerzas de seguridad en su lucha contra el crimen organizado, que en ocasiones ha reclutado a esos mismos servidores de la ley para sus filas.
La señora ministra no se preguntó, por ejemplo, por el viaje de la señorita Laura Belén Arrieta, que llegó al país el 25 de febrero último procedente de Miami, en un avión Bombardier Global 5.000, cuyo costo es de u$s8.000 la hora. Cuando la Policía de Seguridad Aeroportuaria intentó fisgonear en sus valijas –portaba un equipaje excesivo-, la dama en cuestión fue rescatada por una orden de alguien “de arriba” con el suficiente poder como para evitar ese engorroso trámite aduanero.
Dada la exigua capacidad pecuniaria de la dama mencionada, sería hora de que la ministra se preguntase quién financió su viaje a través de 7.115 kilómetros en la lujosa aeronave canadiense, “la más rápida del mundo”, según reza la publicidad.
Un día de furia policial
Cuando este cronista partió hacia el Congreso a las 15:00, el barrio de Palermo estaba infestado de policías de diversa laya pululando por sus calles. Motos y autos circulaban con sus luces y sirenas encendidas y había policías de consigna, parados en esquinas en las que jamás se los ve.
Al llegar al Congreso, ese edificio en el que los verdaderos barrabravas se estaban boxeando alegremente, mientras que ciertas gatas salvajes se rociaban con las aguas del odio sin ninguna alegría, se pudo ver a militantes de algunos sindicatos que bajaban de la vereda a la calle, desafiando en esos momentos al tránsito. Minutos después, el flujo automovilístico se interrumpió y fue reemplazado por los descarados muchachones de los garrotes antipopulares, los hidrantes y los motoqueros policiales, que atropellaban al que pisaba el pavimento.
Minutos después, en el otro extremo de la Plaza del Congreso, adonde nace la Avenida de Mayo, la Biblia se mezclaba con el calefón. Repentinamente se vio a las hinchadas del Rojo y la Academia de Avellaneda enfrentando juntos a la represión, que ya había comenzado. Y eso que aún no eran las 17:00, que se supone que era la hora de inicio de la concentración.
Se podía entonces escuchar la voz del Pueblo cantando diversos “hits”, como “Milei, basura, vos sos la dictadura”, junto con un ya viejo slogan, que exige: “paro, paro, paro, paro general”, una apelación a los líderes del Movimiento Obrero, que navegan en estos días entre la ausencia, la inconciencia y la irresponsabilidad social.
La represión se intensifica
Aquellos gases, esos chorros de agua a presión y los palazos frente al Congreso fueron apenas un precalentamiento, tal como lo esperaba la militancia más veterana, curtida en mil batallas de todas las crisis (provocadas) argentinas.
Los pretorianos comenzaron a avanzar primero por Hipólito Yrigoyen, con rumbo hacia Avenida de Mayo. En esas veredas comenzó a arder un auto, por mano de unos encapuchados morrudos, con camperas negras, típicamente “sérpicos” y la excusa ya estaba dada. Los lanzagases comenzaron, entonces, a funcionar a pleno. Los policías tiraban hacia adelante y hacia la otra vereda, la de calle Rivadavia. Se veían los rastros humeantes de los gases volando por sobre los árboles, desde Yrigoyen hacia Rivadavia y hacia Sáenz Peña. La multitud comenzó a retirarse, coreando el popular hitazo del 2001: “Oooooh, que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.
Entretanto, desfilaban por Rivadavia, sin retirarse, algunas hinchadas, como las de Defensa y Justicia, Huracán y Argentinos Juniors. De todos modos, en ese sector no hubo combate, sino retirada ordenada, sin desbande. Algunos veteranos arengaban a los manifestantes: “frente al enemigo no se corre, nos vamos caminando”. Y nadie corrió.
Impávidos, Luis Brandoni y Solita Silveyra observaban a la multitud desde los carteles del Teatro Liceo, con miradas de desaprobación. Ante sus ojos, el aire se impregnaba de a poco con el gas lacrimógeno que regaban con generosidad los represores. No lloraban porque no estaban allí, pero sus imágenes lloraban por ellos.
Los manifestantes que se desconcentraban por Bartolomé Mitre fueron testigos, entonces de ciertos episodios, algunos hilarantes, otros patéticos. A las 18:00, una columna de motoqueros policiales apareció circulando a contramano por Mitre, en dirección a Callao. La gente comenzó a los homenajearlos desde los balcones con epítetos que este cronista no reproducirá por pudor, pero esas boquitas pintadas utilizaban un mordaz vocabulario de camioneros para referirse a los muchachones de azul. Éstos comenzaron, ya cerca de Callao, a disparar con sus escopetas y a utilizar sus “sprays” de gases a un costo de $50.000 cada uno. Y lo hacían con profusión, derrochando los impuestos de los ciudadanos a troche y moche. Con unos pocos de esos sprays se paga una jubilación.
Los motociclistas transitaban escoltados por alguna ambulancia del SAME, como si los médicos supieran que tras su paso iba a quedar un tendal de heridos, lo que efectivamente ocurrió.
Cuando ya era noche cerrada, columnas de manifestantes que habían abandonado la movilización se concentraron en avenida Corrientes y fueron reprimidos salvajemente por la policía de la democracia. Al cierre de esta edición, habían aguantado y habían llegado hasta cerca del Abasto. Esos policías no ganan ni para sustos. Paralelamente, molestos por las imágenes de la represión, miles de manifestantes pasivos comenzaron a cacerolear en repudio al Gobierno.
Todavía es impredecible apreciar las consecuencias de los sucesos de este miércoles, pero el precio que va a pagar el Gobierno será elevado. En el interior del gabinete de ministros se evaluaron anticipadamente los resultados de una represión dura. La conclusión fue que era preferible pagar el precio antes de que le ganen la calle
El PAMI, recortado
Entretanto, la obra social de los jubilados, una de las tantas razones que motivaron esta concentración, está a la deriva. El Gobierno recortó la parte social y gran parte del vademécum de medicamentos, muchos de los cuales pasaron a ser de venta libre, por lo que, al no exigirse receta, salieron de la cobertura de PAMI.
En lo social, fueron suprimidas la parte recreativa para los jubilados, los programas de autocuidado y los convenios UPAMI, que se firmaron con las universidades. El método es muy simple: las partidas de dinero no fueron actualizadas. Se trabaja con el Presupuesto de 2023, por lo que existe una fuerte baja en la oferta de prestaciones.
Las consecuencias
Para concluir, se puede decir que los bastones de los infantes son como las bayonetas de Napoleón: sirven para todo, menos para sentarse encima. Un ajuste es lo mismo. No sirve como asiento.
La represión fue salvaje y esa aparente muestra de fortaleza es, en realidad, una gran muestra de debilidad. El tiempo de descuento comenzó. Quizás el Gobierno no caiga, pero su proyecto político -que ya estaba en crisis- prácticamente se terminó. Si el círculo rojo ya culminó su etapa de toma de ganancias y le quita su apoyo irrestricto, los problemas no hicieron más que profundizarse, ya que no comenzaron el miércoles.
La concentración no tuvo líderes convocantes. Los jubilados reclaman lo suyo desde hace meses con admirable convicción, pero este miércoles muchos otros sectores sumaron sus voces, porque sus carencias son similares. No fueron los hinchas del fútbol los que le dieron volumen a la concetración, sino que lo hicieron otros que sufren las mismas agresiones a su nivel de vida, que cae todos los días un poco más.
Las preguntas entonces, son dos.
La primera es: ¿hasta cuándo aguantará un Pueblo que en algún tiempo no lejano vivió mucho mejor?
La segunda es: ¿existen todavía dirigentes que merezcan ser respetados?
El problema político que surge de esta manifestación de dolor, rebeldía y búsqueda de un destino, es que la falta de dirigentes consecuentes impide que lo que se gana en la calle sea capitalizado en el palacio, a favor de los que se manifiestan. No hay dirigentes representativos. No hay conducción.
Hace muchos años, casi en la prehistoria de estos días aciagos que azotan a la Argentina, un histórico líder popular, cuyas iniciales eran JDP, aseveró que “cuando los Pueblos se cansan de las injusticias, hacen tronar el escarmiento. Tenemos la razón y el que galopa sobre la razón no necesita espuelas. El Pueblo avanza con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes”.
El miércoles próximo, la señora ministra de vocabulario exiguo va a tener que profundizar la represión, porque los reclamos sociales no se interrumpirán por miedo. Haya o no temor, la necesidad existe y exige respuestas. Y si un gobierno sólo favorece a los bancos, a las petroleras y a los tenedores de Boncer, Boncap, Lecap y Lelink, el destino es morir en la calle o en un lento declive hacia el final.
El Pueblo elegirá y es posible anticipar que se redoblará la apuesta el miércoles 19 de marzo, en vísperas del 24, otro día de inflexión. No queda otra salida.