Otros problemas más graves distraen a los cronistas, pero cualquier observador avezado que recorra oficinas y despachos céntricos puede advertir, si se esmera, el detalle no menor de que la alianza Cambiemos, tal como la conocimos, ha cesado de existir.
Seamos específicos: la coalición electoral que le dio a Mauricio Macri dos victorias consecutivas a nivel nacional ahora no podría (acaso ya no podrá) volver a configurarse en los mismos términos. Si no cambia de forma axial el escenario, en los comicios presidenciales agendados para octubre del año próximo aquello que llamamos “oficialismo” difícilmente quede aunado detrás de una sola candidatura, bajo las mismas condiciones.
Por supuesto, el Presidente, hasta ahora, mantiene la centralidad y contiene a la inmensa mayoría de los votos y de los dirigentes. Pero en un escenario electoral parejo, una sangría de pocos puntos puede torcer el resultado.
El éxodo ya comenzó, por los bordes. En el centro, la situación no es más calma: las internas Pro se avivan, mientras que el radicalismo empieza a dar muestras inéditas de distancia y Elisa Carrió es un átomo inestable.
Los intereses de los dos sectores económicos que sostienen al Gobierno ya no confluyen. Finalmente, algunas denuncias por corrupción lograron horadar el blindaje mediático: el escándalo por el financiamiento ilegal del partido en la provincia de Buenos Aires se convirtió en una grave amenaza a la línea de flotación de Cambiemos, a pesar del silencio atronador que guardaron los principales diarios, radios y canales de televisión sobre el asunto. Por contrapartida, la investigación de Juan Amorín se difundió a través de las redes sociales, que hasta ahora y desde siempre habían sido un territorio en el que el oficialismo jugaba de local.
La denuncia había sido ignorada de forma total por funcionarios del Gobierno y de los medios mainstream hasta que Carrió la sacó a la luz.
“Yo quiero que haya transparencia en el financiamiento de campaña, cosa que en Capital se logró, en otros lugares no”, dijo en una entrevista.
La referencia a María Eugenia Vidal era tan clara que su interlocutor se vio en la necesidad de consignar que “en Provincia hay un quilombo serio con eso”, para darse una delgada pátina de dignidad. Una semana antes, la diputada había iniciado un incendio mayor con el radicalismo, cuyas brasas todavía arden, además de criticar al peronismo cordobés, cuyos votos coronaron a Cambiemos en 2015. Su incansable espíritu de bombero pirómano solo parece tomarse tregua ante el propio Macri, y eso ni siquiera es seguro.
La UCR, por el contrario, se encuentra en su afelio con respecto al presidente Sol. Las críticas al programa económico en boca de Gerardo Morales, el más macrista de los gobernadores radicales, dan cuenta del estado de situación. Por primera vez, además, algunos dirigentes empezaron a hablar en público de la posibilidad de participar de un espacio progresista por afuera de Cambiemos, que incorpore al socialismo santafesino, a Martín Lousteau, a Margarita Stolbizer y a otros grupos de centroizquierda alérgicos al peronismo.
El propio titular de la Convención Nacional del radicalismo, Jorge Sappia, reconoció que no existen “argumentos para sostener” la alianza con el Pro y la CC. “Siempre existe la posibilidad de que se rompa como de que no se rompa Cambiemos”, clarificó en declaraciones radiales.
La posibilidad de un frente socialdemócrata que se desgaje por izquierda de la alianza de gobierno no es la única amenaza a la integridad electoral oficialista. Por derecha, dos sectores acostumbrados a hacer valer su opinión hoy están descontentos con el presidente Mauricio Macri y evalúan diferenciarse políticamente el año que viene. Uno es el sector ortodoxo que critica la intervención estatal en la economía y plantea que el modelo fracasó por no dejar todas las variantes a merced del libre mercado. En él confluyen economistas mediáticos, como José Luis Espert; ex funcionarios de este gobierno, como Federico Sturzenegger, y alguno que es las dos cosas, como Carlos Melconian.
Por otra parte, está en cuestión el éxodo de los conservadores, que no le perdonarán al Presidente haber habilitado el debate por la legalización del aborto. La salida del histórico secretario de Culto, Santiago de Estrada, da cuenta de la ruptura entre el Gobierno y un sector muy susceptible, tanto que a esta altura el menor roce puede provocar rencillas, como ocurrió esta semana, cuando algunos funcionarios que están en contra de la legalización del aborto le hicieron un planteo al ministro de Educación, Alejandro Finocchiaro, que está en contra de la legalización del aborto pero firmó un convenio con la Fundación Huésped, que está a favor de la legalización del aborto, para dar cursos de educación sexual. En fin.
Lo cierto es que desde este círculo conservador ya trabajan para formar parte de otra opción electoral en 2019. Algunos sospechan que detrás de esta maniobra está la mano de Francisco. Suena papal.
Nada de esto sería tan grave si el conflicto no hubiera llegado al núcleo de la mesa chica, donde la gobernadora Vidal y el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, comienzan a temer que el piloto de la nave no tenga plan de vuelo ni sepa aterrizar. Tampoco estaría en riesgo el triunfo el año que viene si las turbulencias no estuvieran acompañadas por una crisis económica cuyo final todavía no conocemos, pero que difícilmente se aplaque mucho antes de los comicios. Huevo y gallina, el desconcierto y las expectativas a la baja se retroalimentan, favoreciendo las internas, los cambios de bando y los proyectos solistas. Como el fútbol de toque horizontal en la última Copa del Mundo, el modelo de tres tercios para explicar la política argentina parece haber quedado obsoleto. Y eso, para Cambiemos, es un problemón.
El Gobierno se encuentra en una disyuntiva clave que va a definir el futuro de su primer mandato. En tiempos de abundancia (de crédito), el proyecto económico de Cambiemos se basaba en dos patas, que se vieron enormemente beneficiadas durante estos años de vacas flacas para la mayoría: uno es el sector financiero; el otro, el campo. La escasez volvió incompatibles las ganancias extraordinarias de ambos sectores en forma simultánea y Macri aún no decidió a favor de quién laudará la diferencia. Esa indecisión explica, en parte, las medidas aparentemente contradictorias del gabinete económico durante los últimos meses. De más está decir que quien salga perdidoso en la repartija buscará un candidato que sepa cuidar mejor de sus intereses y se llevará sus votos y su financiamiento a otra parte.
Hablando de financiamiento. Un aliado le queda a Cambiemos, por ahora firme, que lo sostiene en la adversidad: el sistema de medios. Cabe preguntarse cuánto peor sería la compleja situación descripta en esta nota si el Gobierno tuviera que dar cuenta de sus actos de la forma en la que lo hicieron otros.
Al cierre de esta nota, Vidal pidió la renuncia de su contadora, María Fernanda Inza, buscando reducir el daño de la investigación sobre irregularidades en el financiamiento de la campaña bonaerense, que recién comenzaba a tomar estado público tres semanas después de la denuncia inicial. Seguramente en estos días el tema llegará a los principales diarios y a los canales de TV. Y en algún momento será tapa. Se puede demorar un poco más o un poco menos, pero esto va a pasar.
Cuando suceda, el panorama habrá cambiado por completo. Debería haberlo aprendido Macri, a esta altura. Los inversores exitosos siempre saben cuándo salir del casino. Si no, no serían exitosos.