Carlos Menem y la última (y única) gran interna del peronismo

Carlos Menem y la última (y única) gran interna del peronismo

Opinión.


Corría el año 1988 y el peronismo se relamía –como cada vez que huele sangre- ante la impotencia de Raúl Alfonsín para controlar la economía del país.

El año anterior había sido consagratorio para Antonio Cafiero, que había demolido al radicalismo de la Provincia de Buenos Aires al derrotar a Juan Manuel Casella y poner la piedra basal de lo que sería el triunfo justicialista dos años más tarde.

Un pequeño paréntesis con el tema afiches, una herramienta clave en cualquier campaña de esa época que pintó esa elección. El secretario de Turismo de Alfonsín, el recordado Francisco “Paco” Manrique, para promocionar el país había inundado la Capital Federal y la Provincia con un afiche de fondo celeste con letras blancas que decía “Argentina te quiero”. El ingenio popular de Enrique “Pepe” Albistur fue contundente en la respuesta callejera. Con idéntico diseño y colores, el doble paño rezaba así: en pequeño “Argentina te quiero” arriba y del medio para abajo “Por eso voto a Cafiero”. Una premonición publicitaria que se cumplió exitosamente.

El otro dato curioso es que, tras el resonante triunfo de Cafiero, esa misma noche en el centro de la Capital apareció una cartelería por la libre de “Menem Presidente”, promoviendo al hasta ahí poco conocido patilludo gobernador de La Rioja. La semilla estaba puesta.

 

Desde su época de gobernador, Menem caminó toda la Argentina, dedicándole mucho tiempo a ello, ya que desde siempre tuvo la ambición de ser Presidente de los argentinos y entendía que ése era el camino correcto.

La interna entre Carlos Saúl Menem y Antonio Cafiero, fue definida como de caballeros. El que gana conduce, el que pierde acompaña. Y fue así. Pero vamos a recordar algunos detalles de la mayor movilización partidaria que tuvo el peronismo en épocas modernas. Votaron 1.600.000 personas de los 4 millones de afiliados que tenía el peronismo en ese momento.

Alrededor de Cafiero se movía toda la estructura partidaria, la mayoría de los gobernadores y los intendentes de la Provincia de Buenos Aires. Quién acompañaba al gobernador bonaerense era el cordobés José Manuel De la Sota, quien había sido uno de los ideólogos de la renovación y uno de los voceros más picantes de la misma en contra del eje con base en la ortodoxia que formaban Lorenzo Miguel y Herminio Iglesias, los grandes derrotados de 1983, pero que resistieron con el poder del sello hasta esa elección histórica.

La estructura nacional del PJ estaba perfectamente alineada con Cafiero y en los primeros meses de campaña, nadie dudaba de su triunfo. La militancia, tanto territorial como intelectual, respaldaban masivamente esta alternativa.

A Menem le había costado hacer pie con los popes en la Provincia que gobernaba su contrincante. Puso bien el ojo en Eduardo Duhalde, que ya desde esa época mostraba su habilidad y desde Lomas de Zamora ordenaba y punteaba con precisión la Provincia. Las únicas estructuras nacionales que se cargaron la campaña del riojano a lo largo y ancho del país fueron los gastronómicos de Luis Barrionuevo (figura central en la campaña) y el Peronismo Revolucionario, la estructura que por entonces mantenían los ex montoneros que, en su Consejo Federal realizado en Cuernavaca, México, por la persecución que pesaba sobre su conducción, habían definido el apoyo a Menem sin saber bien adónde llevaba ese camino, pero rechazando a Cafiero-como fue toda la historia- al que consideraban como “el alfonsinismo peronista”.

Una serie de desaciertos discursivos en el plano interno de Cafiero y principalmente de De la Sota, fueron sumando masa crítica y recursos en el apoyo a Menem desde los gremios que eran atacados. Y Barrionuevo ya no estuvo tan solo. Desde el plano político, Menem conformó una mesa de conducción denominada “los doce apóstoles”, con dirigentes no tan conocidos, pero con características bien federales.

A medida que avanzaba la campaña, era bastante nítida la diferencia entre las opciones. Mucho más costosa y con un aparato enorme la de Cafiero y rayando el raquitismo la del riojano, quien en un “menemóvil”, un viejo micro de la empresa Almirante Brown acondicionado con un sector privado al fondo, recorría el país haciendo de a tres o cuatro actos por día en cada provincia visitada. “Para los niños pobres que tienen hambre, para los niños ricos que tienen tristeza” repetía una y otra vez. La gente había comprado la conjunción del discurso de la esperanza que les prometía Menem con el clásico final de “A triunfar” y allí el éxtasis era total. Parecía un pastor con miles de fieles o una estrella de la música con sus fans, así fue la Caravana de La Matanza o el acto en Berisso, ambos multitudinarios.

Pero siempre el clima era de comunión. En el cafierismo, llegando a la fecha y viendo lo que pasaba, empezaron a preocuparse. Pero era una época de fair play en la política entre dos líderes de la renovación y nadie pensó en hacer cosas raras. Todo continuó tal como había sido pactado.

“Un beso, un voto” era un clásico del riojano cada vez que retornaba al menemóvil o al Lear Jet que Amalita Fortabat le había prestado para sus desplazamientos. Y se quedaba horas charlando con la gente y besando a cuanto niño le arrimaran. Era su estilo, llano y entrador y cuando llegaba a los pequeños pueblos del interior, la frase de los lugareños se repetía ante los periodistas que cubrieron esa campaña: “Aquí el doctor Menem ya vino dos o tres veces y Cafiero nunca”.

 

Desde su época de gobernador, Menem caminó toda la Argentina, dedicándole mucho tiempo a ello, ya que desde siempre tuvo la ambición de ser Presidente de los argentinos y entendía que ése era el camino correcto.

Menem y la gente y Cafiero y el poder partidario se enfrentarían el 10 de julio de 1988, sabiendo que el que ganaba esa interna sería con certeza el futuro presidente. Y lo sabían todos. Los dos bunkers ese día estuvieron separados sólo por tres cuadas, en la calle Belgrano. El de Menem era la FEPAC, un engendro que había inventado Alberto Kohan, donde finalmente terminaron confluyendo todos los dirigentes que apoyaban a Menem. Cuanta más gente votara, crecían las chances de Menem y el aparato partidario que controlaba Cafiero llevó a votar a decenas de miles de los fieles del riojano.

Los primeros datos de esa noche daban ganador a Cafiero, el dirigente encargado de traerlos era un nervioso Carlos Grosso, intendente porteño. Del otro lado, Menem y compañía esperaban con relativa tranquilidad. Los datos eran alentadores, su gente en el centro de cómputos -bastante precario- solo decía, confiada, que había que esperar.

El resto es archiconocido por la ciudadanía. La victoria al año siguiente sobre Eduardo Angeloz llevó a Menem a la presidencia por largos diez años. Pero ésa es otra historia.

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