Según se desprende de las declaraciones hechas públicas por los consultores Jorge Giacobbe y Manuel Mora y Araujo, casi el 40 por ciento del voto que compone el caudal de Aníbal Ibarra se lo aporta el "intento de fortalecer al Presidente de la Nación", mientras que el 34 por ciento lo haría "por un rechazo personal hacia Mauricio Macri", lo que deja en el haber de Ibarra, como voto positivo hacia su persona o hacia su gestión, un flaco 26 por ciento, si uno piensa en un mano a mano, como es un "ballotage".
Los números fríos son contundentes, pero tras ellos llegan los atenuantes. Si Ibarra es el elegido de Néstor Kirchner para esta contienda porteña, algún mérito debe de tener el jefe de Gobierno para recibir tal bendición del patagónico, o en la peor de las hipótesis (para su autoestima), su adversario del domingo es una amenza potencial para el presidente mucho más poderosa que el costo político de un apoyo, que ya empezó a traerle dolores de cabeza el pasado 24 de agosto, cuando dejó escapar la primera vuelta.
En el caso que sea reelecto Ibarra, algo para lo cual tiene exactamente la mitad de las chances, Argentina volvería a demostrarle al mundo que su creatividad política para construir escenarios no tiene límites, ya que en un breve lapso -sólo tres meses- el presidente y el jefe de gobierno de la Ciudad capital, ganarían sus elecciones con votos prestados. El primero, con los del ex presidente Eduardo Duhalde y su poderoso aparato provincial que casualmente el próximo domingo colocará también al gobernador de Buenos Aires. El segundo, con la popularidad acumulada por Kirchner en sus primeros cien días de gobierno, que lo empuja sin medir costos, como él gusta decir, y en algunos lados hasta le ha llegado a "intervenir" el diseño de la campaña, la previa y la del día del "ballotage".
Por ejemplo, en los barrios del sur de la Capital -en los cuales se impuso Macri con comodidad- la "pingüinera" resolvió apartar del comando logístico a los frentistas y a los socialistas, para dar entrada a un vasto sector del peronismo que se inclinaba por Ibarra pero era desatendido hasta el hartazgo en la primera vuelta por el sectarismo de los "progres".
En este contexto, Mauricio Macri, que contó a su favor con varias pobrísimas gestiones seguidas en dichas zonas, incluyendo el último mamarracho de la Corporación del Sur, se despachó allí con la promesa de un nuevo hospital público. Las tácticas diseñadas por el macrismo fueron claramente superiores en un terreno que los peronistas conocen de memoria, que tuvo su correlato en el resultado del 24 de agosto y que a pesar del poco tiempo restante, el kirchnerismo y algunos sectores del ibarrismo -con Ariel Schifrin a la cabeza- están tratando de corregir.
A pesar de que pretende mostrarse como totalmente nuevo en la política, Macri tampoco está solo. Lo acompañan en silencio muchos sectores del peronismo federal, que no pretenden el fracaso de Kirchner pero tampoco gustan de la suela de la bota del santacruceño. Su visión de la Ciudad, casi vecinalista, es tan cierta como que acarrea sin dudas un proyecto de oposición interna al Presidente con vértice en varios gobernadores.
El ex presdiente Eduardo Duhalde -desde San Vicente- será en el futuro cercano -tras las elecciones en todo el país- quien se encargue de poner las cosas en su justo punto entre las dos partes en pugna, sustentado tanto en su poder parlamentario como en el partidario. Hábil declarante, no emite juicio ni profecías en la Ciudad, pero su pasión peronista entiende la transversalidad desde otra concepción que Kirchner. Desde el PJ.