La llegada del heterogéneo Frente de Todos al poder significó el cierre de una importante etapa en su corta historia. Luego, el período que medió entre el triunfo en las elecciones del 27 de octubre de 2019 y el 10 de diciembre siguiente, en el que Alberto Fernández y Cristina Fernández asumieron el Gobierno, implicó una serie de definiciones que darían las primeras pistas acerca de la manera en que ejercería el poder la nueva camada de dirigentes políticos que hoy manejan los resortes institucionales del país.
Lo primero que se pudo observar es que el peronismo es hoy una federación de partidos provinciales, que se reúnen periódicamente para fines específicos, relacionados con Buenos Aires. Es decir, para ir a negociar sus cuotas de coparticipación y no mucho más. Ellos quieren más que nada obras, metros de cordón cuneta, algún puente, alguna obra hidroeléctrica los más ambiciosos y eso es todo. Son pragmáticos. De política, de construir un país, de pensar en una nueva Argentina, poco y nada.
Los caciques provinciales aprendieron hace tiempo que Buenos Aires entrega con cuentagotas lo que ellos necesitan y que el presidente, si es amigo, será más generoso, pero si es de otro partido y ellos son oposición, todo se vuelve difícil y la apropiación de los fondos provinciales por parte de Buenos Aires está próxima.
De todos modos, el Frente de Todos, que prácticamente no tiene vida partidaria, también se conformó como una federación de partidos y agrupaciones en la que las cuotas de poder quedaron parceladas.
El incidente Fernández-Pérez fue una pérdida de tiempo para el primero. Un presidente no tiene que exponerse a una discusión irrelevante por una medida específica contra una empresa cuyo directorio realizó una infinita cadena de estafas, que ameritaban una pronta intervención y que no merecía mayores explicaciones.
La construcción de la herramienta frentista fue un trabajo de alquimia, construida con una precisión de relojería. En esa tarea descollaron, en especial cuatro personas: Alberto Fernández aportó su capacidad negociadora y su aceitada relación con algunos gobernadores; Cristina, trajo su visión panorámica de la política –es la única que posee este casi inhallable don de mirar más allá de mañana- y es la encargada de decir que no cuando los conflictos se desbordan; Máximo Kirchner no es sólo el vocero de Cristina, es además uno de los artífices de los acuerdos parlamentarios y, por fuera del Congreso, uno de las voces políticas que se hacen escuchar dentro de la coalición; Sergio Massa fue el encargado de atraer el voto de los descontentos con el peronismo y trabajó mucho en los acuerdos parlamentarios. El quinto jinete, y no el menos importante, es Axel Kicillof. Ganó la batalla más difícil. Demostró su valía triunfando en una elección en la que competía contra la joya de Cambiemos y es una de las voces más coherentes con que cuenta el Gobierno.
La heterogeneidad política del Frente de Todos es su gran fortaleza, pero también la fuente de sus limitaciones. Esa fragilidad se nota por estos días en su falta de interlocutores con la sociedad, que hace que el presidente de la Nación sea su casi único vocero político. No existen hoy “los espadachines del rey”, que salen a combatir contra las absurdas interpretaciones que suelen esgrimir algunos periodistas y dirigentes opositores –casi siempre coincidentes- acerca de las medidas del Gobierno.
El caso Vicentín es emblemático. Los dos mejores voceros del Gobierno en este tema son Claudio Lozano –casi un marginal en el peronismo- y Matías Tombolini –otro extrapartidario-, vicepresidente y director del Banco Nación, respectivamente. Como es un tema álgido, los políticos esquivaron el cuerpo ante los interrogatorios casi policiales de periodistas indignados, al borde de un ataque de republicanismo extremo, rayano en el delirio, que desconocen las leyes y ni siquiera leen la Constitución.
El incidente Fernández-Pérez fue una pérdida de tiempo para el primero. Un presidente no tiene que exponerse a una discusión irrelevante por una medida específica contra una empresa cuyo directorio realizó una infinita cadena de estafas, que ameritaban una pronta intervención y que no merecía mayores explicaciones.
Menos aún era pertinente llevar el caso a la Justicia. Se podrían haber decidido en sede administrativa una serie de medidas que hubieran conducido a la intervención. Existen cientos de chacareros, cooperativas y empresas de distinto porte que reclaman en estos días por las estafas de las que fueron objeto, además de los trabajadores de la empresa.
El problema del Frente de Todos, del que este caso es apenas un emergente no demasiado importante, no es su inercia, sino la desunión de la que hicieron gala muchos de sus más importantes dirigentes. Cada uno operó por su lado, buscando posicionarse individualmente, sin poseer una mirada de conjunto, lo que significa casi un suicidio en el futuro.
Paralelamente, casi no existe oposición, por estos días. Inclusive, el periodismo, que en el pasado llevó gran parte del peso opositor, no acierta ni un disparo. Ni Majul, ni Leuco, ni Lanata saben donde está el blanco. Siguen disparando como lo hacían contra Cristina hasta 2015. Crítica ideológica y moral. Ni un acierto político. Una frase de Nicolás Maquivelo los define mejor que nadie: “en general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven”.
En cuanto al Pro, piden el respeto a una etérea república, el fin de imaginarios atropellos, hablan de una ¿infectadura? Ni siquiera ellos saben bien a qué se refieren. Es más, cuando aparecen sus voceros más “jugados”, como Fernando Iglesias, Patricia Bullrich o Elisa Carrió es porque han perdido el rumbo. Dicen que si un cazador dispara con munición gruesa contra una perdiz es porque no sabe disparar.
Sólo destacan entre tanta medianía Horacio Rodríguez Larreta, en el mundo político y Carlos Pagni, desde el lado periodístico. Larreta no quiere seguir cerrando comercios y les dice que sí a todo a Fernández y a Kicillof, pero hace su juego relajando los controles y ejerciendo el antiguo arte del “laisser faire”. Pagni, por su parte, es el columnista que hay que leer cuando se busca a los voceros del poder. No insulta, hiere con palabras tóxicas, que buscan desalentar las ansias “estatistas” del gobierno peronista. Una sutileza de la que carecen aquellos tres de sus colegas mencionados, incapaces de distinguir un ratón de un elefante.
Rodríguez Larreta, por su parte, se dedicó a mantener su poder en la ciudad y eso le exige ocuparse de los problemas específicos que le entregó esta crisis. En esa tarea, le toca ser el vocero, además de la oposición y la cumplió con ciertas sutilezas. No pone palos en la rueda, pero se diferencia, por ejemplo, de Kicillof. Dice que tiene otra concepción de las medidas que hay que tomar, pero coordina acciones con el gobernador bonaerense. Ese frágil equilibrio le dio más aire al Pro que los exabruptos de Patricia Bullrich, que posee escasa sutileza y pone poca atención a los matices.
Los bueyes con los que debe arar el Frente de Todos exigen la construcción de una política que permita superar una crisis que es la más grave que vivió jamás la Argentina. La cuarentena y la pandemia, la deuda externa y la catástrofe social heredada no son materias livianas y domar estos temas exigirá un ejercicio del poder y una visión política de infrecuente lucidez.
Nuevamente, Maquiavelo define con maestría los senderos de la política: “el verdadero modo de conocer el camino al paraíso es conocer el que lleva al infierno, para poder evitarlo”. Van a existir momentos de tensión, de duda y aún alguien va a imaginar cercana a la derrota, pero persistir es el camino para superar los obstáculos.