Durante casi dos años, el peronismo vio el 22 de octubre de 2017 como el día en que se ordenarían las internas, y el mosaico que se hizo añicos con la derrota en las últimas elecciones presidenciales volvería a convergir en un solo esquema que le permitiera afrontar el desafío de recuperar el gobierno de forma coherente y articulada. Malas noticias: eso no va a suceder. Ninguno de los dirigentes con pretensiones de conducir el movimiento logra seducir con su propuesta a todos los actores, ni siquiera a una mayoría, y, de no mediar sorpresas, los votos de este turno no van a alcanzar para vestir a ninguno de ellos (o a ella) de seda. El lunes 23 las cosas estarán igual que hoy aunque ya cada uno sabrá qué cartas tienen todos en la mano, con dos años vertiginosos por delante y una sola premisa: volver al poder.
Cristina Fernández de Kirchner hizo este año su apuesta política más fuerte: dejó de lado el PJ, se negó a ir a internas con Florencio Randazzo, hizo una campaña casi sin recursos propagandísticos y jugó un pleno que, a pocos días de la elección, puede perder. Aun ganando, no es la candidata arrasadora que algunos en su entorno esperaban y que, quizás, hubiera podido encolumnar, a fuerza de sufragios, a todo el peronismo. Pero, aun perdiendo, tampoco es la jubilada que otros quisieron ver en ella, y seguramente será la mayor portadora de votos de toda la galaxia justicialista, nada más y nada menos. CFK difícilmente sea candidata, mucho menos ganadora, en 2019. Pero sí parece claro que tendrá, de mínima, poder de veto, y como máximo arranca en pole position para articular una nueva mayoría opositora. Trabajo que, desde acá, se ve arduo.
La mejor noticia para ella no viene de su propia tropa ni de la provincia de Buenos Aires sino que está en el reflejo de un espejo que deforma. Sus rivales al interior del PJ, con aspiraciones presidenciales propias o interpósita persona, no están mejor. Al contrario. En Córdoba, los candidatos de José Manuel de la Sota y Juan Schiaretti van a terminar muy lejos de la arrasadora fórmula Pro que presentó Cambiemos. En Salta, Juan Manuel Urtubey va a sufrir más de lo previsto para imponerse en su feudo. Si la oposición intransigente de Unidad Ciudadana no ha dado los frutos esperados, hacerse el lindo con el Gobierno y vender un oficialismo marca Día% tampoco parece estar dando resultados. El gobernador salteño ya está agitando su candidatura presidencial, que todavía no tracciona demasiados adeptos. Los cordobeses por ahora pusieron esos planes en stand-by.
El parlamento será el lugar donde podremos observar, en vivo y en directo, la evolución de esas internas. En el senado, Miguel Ángel Pichetto, rector histórico del bloque peronista, ve su liderazgo amenazado por la llegada de Fernández de Kirchner. Parece imposible, a priori, que ambos convivan en un mismo ámbito, pero nada está definido aún ni va a definirse hasta diciembre. El peronismo, con seguridad, seguirá teniendo mayoría propia en la Cámara alta si va unido, y las ventajas que eso conlleva son caras de resignar. Los gobernadores, hoy, ven con buenos ojos atrincherarse entre ellos, forzar un núcleo de poder interno con sus legisladores, equidistantes del rionegrino y la expresidenta, y negociar en conjunto cada proyecto que pase por el recinto. Van a estar atareados: el Gobierno promete sesiones extraordinarias y reformas variadas que seguramente despertarán fuertes debates y servirán para que las facciones midan fuerzas y/o vendan caro su posicionamiento.
En la Cámara baja, el asunto promete ser aún más caótico: hoy existen al menos tres bloques con legisladores que se autoperciben como peronistas. El del Frente para la Victoria-PJ, por ahora el más numeroso; el Bloque Justicialista, encabezado por Diego Bossio y Oscar Romero, y el de 1País, que conduce, por ahora, Sergio Massa. Desde estos últimos dos, algunos emisarios negocian un interbloque que incorpore a unos 40 diputados que hoy están en la bancada del FpV y deje afuera y en minoría al kirchnerismo más duro. En Unidad Ciudadana no adelantan planes para diciembre, pero quieren cerrar filas como el único espacio de oposición dura al Gobierno. A priori, los que conocen el paño prevén un escenario muy inestable en los primeros meses de la transición que podría ir acomodándose recién en marzo.
El peronismo bonaerense, en tanto, replica en el Conurbano la dinámica de poder de los gobernadores. Los intendentes, que erigieron a CFK candidata hace unos meses por necesidad, ya se reacomodan pensando en el día después de los comicios. Muchos no van a desertar inmediatamente, porque pondrían en riesgo la gobernabilidad en el pago chico, pero eso no les impide abrir líneas de diálogo con los sectores no kirchneristas, porque nunca se sabe. Una foto de tres jefes comunales con Pichetto, hace pocos días, dio una señal en ese sentido. Hay algo que aplaca a las fieras: la gobernadora María Eugenia Vidal, hoy, parece aún más inexpugnable que el presidente Mauricio Macri. La candidatura a gobernador, siempre un trofeo deseable, esta temporada, que el peronismo afronta como punto, brilla un poco menos.
De ir de punto saben, y mucho, los compañeros allende la General Paz, donde la hegemonía Pro de la última década y pico atemperó las internas justicialistas y existe una especie de oasis de unidad. Hoy, en el PJ porteño reina una aparente armonía y se dejaron de lado las escaramuzas entre el sector de Víctor Santa María y el de Juan Manuel Olmos, entre La Cámpora y el Evita, entre la CGT y la CTA. Con un segundo lugar casi seguro en las próximas elecciones, las preocupaciones pasan por las amenazas que llegan, desde voceros oficiales, al titular del partido, Santa María, que también es el responsable de la edición del diario Página/12 y que forma parte de la “lista” de personajes supuestamente indeseables que tiene el Presidente, según consignaron varios medios en las últimas semanas.
Para ellos, 2019, por ahora, está muy lejos.