Nunca pensé en escribir esta nota, pero la pandemia del coronavirus está yendo más lejos de lo que mucha gente en distintos lados del mundo preveía. Incluida la clase dirigente, no hablo ya solo de la gente común.
En términos del combate contra el virus, la guerra no sólo no está ganada si no que promete tener muchos más capítulos antes de su final, si es que el destino nos ofrece un final aceptable. Porque lo podría tener –con suerte- este virus, pero éste mismo transformado o algún otro que pueda venir en el futuro cercano, a pesar de que tendremos alguna experiencia para convivir con ellos, podría generar un hartazgo importante y cambios constantes e inestabilidad en nuestras nuevas condiciones de vida.
Quizás para hablar de esto es bueno no ser un experto en ciencias, ni un virólogo destacado, ni siquiera un accionista exitoso de algún laboratorio de los que están trabajando tan intensamente para conseguir una vacuna. Es solo la presunción de lo que viene en el corto y mediano plazo lo que me motiva a escribir esto. Sobre cómo seguirá esta batalla, cómo se alinearán -con sus miserias a cuestas- los países de la Tierra y sus gobiernos ante el enorme desafío y cómo se paliarán las consecuencias de todos los males que aún no han concluido, tanto en el plano de la salud como en el económico.
Ya está bastante claro que las vacunas, esa ampolla mágica que constituye el sueño prometido de la salvación desde varios rincones del mundo, está recorriendo un camino sinuoso de ida y vuelta en lo que hace a las fases, la emergencia mundial y la certeza que de algún modo lograrán la eficacia anunciada para toda la humanidad.
Es falso.
Las habrá mejores y peores, más caras y más baratas, más rápidas o lentas, en una o en dos dosis, con el certificado aprobatorio de la FDA, de la EMA o de ninguno. Pero vacunar al rebaño e inmunizarlo será una de las cosas a las que deberemos prestar mucha atención para lo que viene. Esta experiencia marcará la política de los próximos años en el mundo.
El 2021 es claramente ya un año de transición, en el que convivirá la vacunación (nunca masiva) con el virus, en su versión rebrote o sólo por no haber sido erradicado hasta ese momento. Depende del lugar del planeta, de su capacidad de maniobrar en la desgracia, del poderío económico y la influencia de cada país y de la política sanitaria que desarrollen los que administran las soluciones a nivel global y local.
Si los aproximadamente 6.000 millones de habitantes de esta tierra tuvieran que vacunarse al menos en un 70 o 75 por ciento para declararnos definitivamente protegidos de este virus, estamos hablando de 4.500 millones de dosis, tomando una por persona, si fueran las vacunas de dos dosis ya estaríamos en el doble. Un imposible absoluto, vaya a saber por cuánto tiempo, quizás nunca.
Las dificultades para los países más desarrollados ya se están desatando por contar con las primeras dosis que salen al mercado, provocando los primeros escarceos entre países de los denominados “occidentales y democráticos”, para referirnos claramente a Estados Unidos y Europa, que como en casi todo lo demás temas comparten vidriera (y vacunas) con China y Rusia, aunque éstos parecieran formar parte de otro mundo, con iguales seres humanos, pero distinta genética.
La cuestión es que mientras ya queda claro que el 2021 será una lucha feroz en el mundo por hacerse como sea de la vacuna, de la logística para aplicarla, del dinero (o de la deuda) que se deberá pagar por ello, la gente seguirá presa de todos esos movimientos que le son ajenos, corriendo en simultáneo con el peligro del contagio y sufriendo la crisis económica que solamente benefició a un diez por ciento de los sectores que mueven la economía global a través de un golpeado comercio en el mundo. Raro, y encima parecen ser los voceros de la crisis. Y los que pueden solucionarla.
El 2021 es claramente ya un año de transición, en el que convivirá la vacunación (nunca masiva) con el virus, en su versión rebrote o sólo por no haber sido erradicado hasta ese momento. Depende del lugar del planeta, de su capacidad de maniobrar en la desgracia, del poderío económico y la influencia de cada país y de la política sanitaria que desarrollen los que administran las soluciones a nivel global y local.
La salud física y mental tras el 2020 es un tema aparte. Son demasiado los cambios, los trastornos, las carencias, los enfermos y los muertos para tan sólo 10 meses y por una sola causa. Será tan imposible como inútil restaurar la vieja normalidad y tampoco creemos que sea la mejor elección luego de lo que se vivió este año. Sólo en una nueva normalidad, con más capacitación, se podrán detectar los nuevos problemas, las deficiencias de la vieja, la nueva modalidad para afrontar los desafíos con una mecánica de abordaje muy diferente y acelerada a partir del paradigma de la tecnología.
A la brecha entre ricos y pobres le sumamos este año la de viejos y jóvenes y cuando tengamos que repensar el mundo, su desarrollo, sus riesgos, su continuidad y, en definitiva, su vida, debemos recordar para siempre cómo pasamos este 2020 y lo que se viene en el 2021. Es la primera crisis global en serio y quizás sea la más leve, ése es el problema. Y con la cantidad inusual de plata que se empleó para vencerla, todavía no la pudimos. Pero ya hay gigantes del conocimiento que saben cómo reacciona el mundo y lo estudia para el futuro. ¿Con qué intenciones?
Cuando haya una vacuna para la mayoría (algo que por ahora es sólo marketing), vendrán junto con esa solución, nuevos problemas. Parecidos a los que generaron éste o más complejos aún. Mirar bien lo que se viene nos dará mejores armas para el futuro. Y todo nace en la educación y el conocimiento, no perdamos más tiempo con lo que ya vimos que no sirve.