Cuando la fraternidad triunfó

Cuando la fraternidad triunfó

En el aniversario de la Patria, con su ejemplo, la sociedad cacheteó una vez más a la clase dirigente, que, conflictos mediante, fue lo único negativo entre tanto festín.


Fue la mayor fiesta de la historia nacional y se desarrolló en paz y concordia. No hay nada que pueda comparársele. Nunca hubo entre nosotros tanta alegría en tanta gente. Nunca la Ciudad fue tan Capital y tan Federal.

Los nostálgicos del primer Centenario no gustan recordar que de sus fastos fueron segregados los trabajadores, para lo que se impuso el Estado de sitio, se clausuraron los periódicos socialistas y anarquistas y se encarcelaron, también preventivamente, a sus máximos dirigentes. Aquella fiesta, además, celebró el país agroexportador construido a expensas del exterminio, lo que San Martín ?medio guaraní él mismo? había llamado ?nuestros paisanos los indios?. En el segundo, se celebró la inmigración y los pueblos originarios, al Che Guevara, a Túpac Amaru y Túpac Katari.

Los recuerdos que tiene el cronista del sesquicentenario, los 150 años de la Revolución de Mayo, se limitan al mayor desfile militar al que haya asistido, con la ancha Avenida del Libertador cubierta de tropas de acera a acera. Tenía entonces siete años. ¿Qué recordarán los niños de esa edad que durante estos días asistieron al Paseo del Bicentenario? Es probable que, en medio de tantas escenas que puede habérseles grabado, prevalezca la sensación de hermandad con los paisanos del interior y con los otros pueblos sudamericanos y latinoamericanos, en una celebración del mayoritario componente aborigen de sus naciones, del afluente africano, de la inmigración europea. Una alegría similar a la de aquellos obreros de Berisso y Ensenada que hace 65 años irrumpieron sin la corbata preceptiva en Plaza de Mayo de una vez y para siempre. Cuando cometieron el supuesto sacrilegio de remojar sus pies cansados en las fuentes, lo que les valió ser tachados de ?aluvión zoológico?.

PERLAS PARA LA MEMORIA

Cuando los recuerdos flaqueen, quedarán las imágenes de esta larga e inesperada fiesta. Se dirá que el Gobierno nacional la tramó y ejecutó en secreto? junto a miles de personas. ¿Acaso fue una conspiración? Los medios adelantaron poco y nada de lo se venía a pesar de que espectáculos como el protagonizado por Fuerza Bruta requirieron largos meses de ensayos, en este caso, en un astillero de la Costanera Sur. El público fue felizmente sorprendido. Los principales medios quedaron desairados.

Desde el aciago 20 de junio de 1973, cuando el pueblo se movilizó a Ezeiza para recibir a Perón y fue recibido a balazos por los organizadores del acto, no había vuelto a juntarse tanta gente. Clarín y Perfil hablaron de tres millones, es decir, de más gente que entonces. Ámbito Financiero lo afirmó explícitamente. Pero esta vez la gente fue bien tratada, con respeto, fraternalmente. Cualquiera que no esté percudido por el odio pudo ver un pueblo festejar.

No es el caso de un periodista que en los 70 recorrió medio mundo como enviado especial de medios del periodismo revolucionario, que después pactó con la dictadura y más tarde con el radicalismo, y que anduvo de recorrida el sábado y sólo vio ?mutantes (es decir, gente en proceso de abandonar su calidad humana) y buscas que patrullan con displicencia?, en fin, ?merodeadores de todo pelaje? y, en el mejor de los casos, ?gentes (que) caminan a mi lado, rozan o chocan sus cuerpos, enajenados (sic) y miran sin ver nada?. ¿Qué diálogo puede entablarse con quien rechaza la mera posibilidad de que quienes pasan a su lado puedan ser sus semejantes?

Y es que hay gente a la que nada le viene bien. Que siempre ve el defecto. Que suscribe aquel lema de la Asociación Nacional del Fomento Cipayo que popularizó Nacha Guevara: ?No basta ser feliz, es necesario que los demás sean desgraciados?. Como el presidente de los restos del radicalismo, un mendocino que no será ganso, pero si tan pavo como para decir en público, a propósito de la asignación universal, que darles plata a los pobres es como tirarle margaritas a los chanchos. Porque, dijo, palabras más, palabras menos, se la gastan en drogas y escolazo.

LA JUVENTUD EN ESCENA

El cronista vio, en cambio, muchos jóvenes emocionados y felices de participar en el cumplesiglos de la Patria. Jóvenes que el sábado agitaban y revoleaban banderas nacionales al son que marcaba desde el escenario una Soledad casi a punto de parir. El cronista ve en este piberío alborotado la nueva ola que releva a la del 96, la que inclinó la balanza para el lado de la memoria y la justicia, cuyos surfers tienen ahora más o menos la edad de Cristo. Y ve en la llegada de esta nueva ola un reaseguro. Ahora sí, se le ocurre pensar, comienza a suturarse la mutilación que supuso la falta de su generación, dividida entre enterrados, desterrados y aterrados. Y la defección de la siguiente, compuesta de aterrados y cínicos galvanizados.

El cronista recorrió el paseo por primera vez el viernes, a partir de las 18, poco antes de su inauguración, y comprobó que de acuerdo a nuestra proverbial idiosincrasia nacional, amante de las improvisaciones, de Nicolino Locche y de Alberto Olmedo, muchas cosas no estaban terminadas (particularmente, las pinturas artísticas de varios stands) por lo que se trabajaba a ritmo frenético. Sin embargo, dándole la razón al viejo dicho de que ?cuando el carro anda, los melones se acomodan solos?, al día siguiente todo estaba bien. Y, por suerte, casi perfecto cuando se desató el vendaval.

Hasta que cumplió la mayoría de edad y su padre lo echó al mundo, el cronista vivió en uno de los vértices del paseo, en Bernardo de Irigoyen y Venezuela, por lo que conoce la avenida 9 de Julio hasta el Obelisco como la palma de su mano. Es poco más de un kilómetro, pero en su adolescencia suponía un viaje iniciático. Desde el barrio, Monserrat, a las luces de neón del centro, sus cines y cafés. Por entonces se interesó breve pero intensamente en los autos de carrera, acaso porque el Trueno Naranja (un Chevrolet con el que Carlos Pairetti salió campeón de TC en 1968) se preparaba y guardaba allí mismo, en el viejo vivero vuelto taller, justo frente al edificio donde vivía. El taller fue demolido por la prolongación de la avenida 9 de Julio desde Belgrano hacia plaza Constitución. A pocos metros de allí había dos decenas de coches de TC. De cuánto tiempo ha pasado da fe el hecho de que al cronista el automovilismo le importa un bledo. Pensaba en eso cuando fue sorprendido por la ruidosa llegada de otro ?trueno naranja?, un ruidoso tractor Pampa, cuyo conductor avanzaba tremolando dos banderas nacionales. Entre 1952 y 1963, el Estado fabricó y vendió 3.760 unidades de este tractor monocilindro, una copia ?flor de ceibo? (industria nacional) del alemán Lanz Bulldog. Que yo sepa, se conserva una sola unidad en funcionamiento, y le pertenece a un De Angeli de Gualeguaychú, que, por suerte, no debe ser ni pensar como el energuménico Minga.

ALEGRÍA NACIONAL

Al lado de un pequeño escenario donde se bailan danzas folclóricas cuyo presentador, ve el cronista a la distancia, es Julio Fernández Baraibar, está la estación de los todavía desaparecidos Ferrocarriles Argentinos. Hay una cola larguísima, de dos cuadras, para ver la locomotora Patria, el vagón presidencial que utilizaron Hipólito Yrigoyen y Alvear, y el vagón oficial del Ferrocarril del Sur, destinado a sus directivos e ingenieros. Hay colas casi igual de largas para entrar a los tinglados de las Abuelas y de Madres de Plaza de Mayo, todavía más grande y con su ronda de madres-estatuas con rueditas en torno a una réplica de la Pirámide de Mayo, monumento que al cronista le choca porque las rueditas están a la vista y le recuerda aquello de ?si mi vieja tuviera ruedas, sería una carretilla?. Las colas son algo menores para acceder a los stands de las provincias.

Sobre el edificio del Ministerio de Obras Públicas (hoy de Salud y Acción Social) se proyectan efigies de próceres y frases suyas, todas revolucionarias y contundentes. Están San Martín, Belgrano, Castelli, Bolívar, Perón. La frase de Perón es: ?La verdadera democracia es aquella dónde el Gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés, el del pueblo?. Algo que volvería a decir en su discurso la Presidenta.

Hay grupos sueltos de jóvenes peronistas. Chicos de 15 reivindican a los montoneros del siglo pasado. Otros, a la Presidenta. Los del Nuevo Encuentro de Martín Sabbatella buscan afiliados para constituirse como partido y competir en la Ciudad. La más llamativa es la juventud larouchista, seguidores del perenne precandidato presidencial demócrata de los Estados Unidos, Lyndon H. Larouche (quien, de estar aquí, se hubiera sentido feliz de ver a las multitudes brincar coreando ?El que no salta es un inglés?). Sin embargo, las masas no van más allá. Han venido a festejar.

Un artefacto enfocado directamente a la concientización es el ?antimonumento?, un arco cuadrado que oficia de pórtico de entrada de la avenida Corrientes detrás del escenario principal en el que estaba actuando en ese momento el Chaqueño Palavecino. Allí se está sobre una loma, y se ve Corrientes hasta Paraná, acaso hasta Montevideo. Como nunca, llena de gente que viene y va. El antimonumento fue pensado e instalado por un equipo de mujeres y procura hacer pensar disparando frases y adivinanzas en grandes letras rojizas. Critica el gatillo fácil, el sexismo, la prohibición del aborto, la creación de sensaciones de inseguridad por parte de los medios, las políticas excluyentes del Gobierno de la Ciudad. Una pareja mira absorta la sucesión de letras. Ella se llama Gladys Mabel y él Julio, son trabajadores del campo en Salto, Buenos Aires. Dicen que por temporadas trabajan de sol a sol todos los días, cuentan cómo cualquier pelafustán con cien hectáreas vive como un bacán, sin dar golpe, gracias a la soja, y cómo la soja está sembrada hasta en las banquinas, y las vacas confinadas a los corrales. Tienen cuarenta y tantos y dicen que es la primera vez que consiguen ahorrar como para venir a pasar unos días en un hotelito, y que están muy felices de hacerlo. Que sus amigos que desistieron no saben lo que se perdieron. ?Es un espectáculo irrepetible. A pesar de tantas injusticias que tenemos que cambiar, estar acá nos hace sentir muy felices de ser argentinos?, dice ella. Parece una síntesis.

Quedan, fuera de catálogo, la Presidenta bailando murga junto a Chávez, la incorporación de Rosas a la nueva galería de próceres latinoamericanos de la Casa Rosada (y la reivindicación expresa del Combate de Obligado, así como de la argentinidad de las islas Malvinas, todo lo cual converge en el comentado ?El que no salta es un inglés?) y sobre todo, la de Salvador ?Chicho? Allende y Ernesto ?Che? Guevara, los más aplaudidos por una platea de funcionarios, junto a Juan y Eva Perón. El presidente chileno, Sebastián Piñera, antaño un pinochetista de paladar negro, es un espejo en el que suele mirarse Macri. Pues bien, que haya encajado esos golpes sin arrugar el ceño ni perder la compostura, con la prevención de no aplaudir a nadie demuestra que sabe cuáles son los aires que corren en el subcontinente. En definitiva, el Bicentenario deja la conmovedora imagen de la multitud de ciudadanos de a pie, quienes sin necesidad de ser arreados por ninguna fuerza política ni gobierno, coparon las calles del centro, orgullosos de ser argentinos. Y ese mensaje de madurez cívica fue una lección magistral frente a las chicanas de quienes dicen representarlos.

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