Los cien barrios porteños ya no tienen quien les cante como él

Los cien barrios porteños ya no tienen quien les cante como él

A los 87 años murió el cantor de tangos Alberto Castillo. NOTICIAS URBANAS le rinde homenaje a un verdadero ídolo popular, que brilló en los 40 y supo mantenerse vigente hasta sus últimos días


"Yo soy parte de mi pueblo y le debo lo que soy, hablo con su mismo verbo y canto…canto con su misma voz", decía Alberto Castillo entre las estrofas de "Cien Barrios Porteños". El mítico cantor de tango falleció este martes en el Sanatorio Bazterrica, víctima de una neumonía. Tenía 87 años. Sus restos fueron velados en el Salón Dorado de la Legislatura de la Ciudad.

Castillo -cuyo nombre verdadero era Alberto Salvador De Lucca- nació el 7 de diciembre de 1914 en Buenos Aires en el barrio de Mataderos. Dueño de un fraseo que lo hacía fácilmente reconocible -remarcaba los acentos de las palabras, estirando la sílaba- una voz atenorada, una perfecta afinación y una clara dicción, el cantor alcanzó su pico máximo de popularidad en la década del 40, cuando el tango era la música más escuchada en Buenos Aires. Después supo mantenerse por décadas entre las primeras figuras del género y volvió a ganarse a la juventud al grabar, en 1993, una versión de "Siga el Baile" con los Auténticos Decadentes, con quienes se presentó numerosas veces en vivo.

Debutó como cantor a los 15 años, bajo el seudónimo de Alberto Dual, que más adelante alternó con el de Carlos Duval. Con esos nombres cantó en las orquestas de Julio De Caro en el 34, de Augusto Pedro Berto al año siguiente, y en la de Mariano Rodas en 1937. Finalmente, en 1941, se dio a conocer como Alberto Castillo, al publicarse el primer disco de la orquesta de Ricardo Tanturi, que lo tenía como cantante.

No tardó mucho en convertirse en ídolo popular, por las razones ya mencionadas y por su presencia escénica: la manera de tomar el micrófono e inclinarlo hacia uno y otro lado, el cuello de la camisa desabrochado, la corbata siempre floja y el pañuelo cayendo del bolsillo del saco, lo convirtieron en una marca única. Por esa época, Castillo además alternaba el canto con su profesión de médico ginecólogo, combinando de esta manera la vida del artista reconocido con la del hombre común.

Incluyó en su repertorio tangos, valses y candombes. Quizás baste como síntesis mencionar tres piezas, una de cada género, que se identifican claramente con el cantante y que muestran su versatilidad: "La que murió en París", "Cien barrios porteños" y "Charol".

También brilló en el cine con "Adiós pampa mía" (1946), "El tango vuelve a París" (1948), "Un tropezón cualquiera da en la vida" (1948), "Alma de bohemio (1948), "La barra de la esquina" (1950), "Buenos Aires mi tierra querida" (1951), "Por cuatro días locos" (1953), "Ritmo, amor y picardía" (1955), "Música, alegría y amor" (1956) y "Luces de candilejas" (1958) en estas tres con la rumbera Amelita Vargas, y "Nubes de humo" (1959).

También compuso letras de tango, como las de "Yo soy de la vieja ola", "Muchachos, escuchen", "Cucusita", "Así canta Buenos Aires", "Un regalo del cielo", "A Chirolita", "¡Adónde me quieren llevar!", "Castañuelas", "Cada día canta más", y las de dos marchas: "La perinola" y "Año nuevo".

Respecto de su fraseo, decía una vez durante un reportaje: "Yo inventé esta manera de cantar" y ejemplificaba con los versos de "La que murió en París" ("…paloma, como tosías, aquel invierno al llegar…"). "Y guay de quien quiera imitarme", advertía, mientras largaba una carcajada. La misma que, junto con su voz, Buenos Aires ya empieza a extrañar.

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